“La primavera como nuevo comienzo: por un hogar libre de violencias y maltratos. ¿Cuando se apagó la luz en los hogares? ¿Cuando se asumió que todo lo que se acumula ahí dentro era algo sin valor?”. Tomando como anclaje el texto publicado 16 abril (2024) en El Salto Diario, ampliamos la reflexión sobre las violencias normalizadas sobre el cuerpo-mujer-histórico y criaturas dentro de los hogares, preguntando a Mónica Díaz de Neira (Instituto Europeo de Salud Perinatal desde Madrid), Pako Herrero (La dinamo Acció Social desde Valencia) y Mónica Sotos (desde Madrid).

Imagen cabecera: “Ejercicio 1” (2022) del Colectivo Hetero-esclavitorio.

A continuación os compartimos una reflexión sobre las violencias y maltratos naturalizados dentro del espacio-hogar o espacios familiares de convivencia a partir del texto publicado en la sección de LA PLAZA en El Salto Diario, como parte del proceso de desactivación de la autocensura en el que hemos estado inmersas -sumidas forzosamente- durante más de 20 años, por las exigencias del que era nuestro clan-consanguíneo-paterno tras el fallecimiento de nuestra madre.

Clan-consanguíneo-paterno que nos obligó a tener que habitar el silencio-enfermo, la negación-inflamatoria y lo más grave, un tipo de crueldad sostenida en el tiempo que te va disociando o lo que es lo mismo, el hecho de tener que responsabilizarnos del maltrato que nos propiciaba nuestro progenitor, recién huérfanas de madre. Desplegando sobre nuestros cuerpos todo un paquete de psico-violencias, donde se comenzó negándonos como sujetos políticos legítimos, para ubicarnos dentro de una espiral de castigo a través de macho-manejos o pater-manejos para desestabilizar nuestro sentimiento de pertenencia y arraigo, situado en un contexto de Sur de Europa, donde todavía (al día de hoy) se habla de “señoritos versus gente del campo”, como manera de devaluar y reproducir lógicas feudales reforzadas durante las tinieblas franquistas, como parte de los psico-consensos del cuerpo social ubicado en ese Sur.

Sobre esto (macho-manejos del sentimiento pertenencia y arraigo) estamos estas semanas ahondando dentro del curso/proceso de auto-indagación: “Todo lo que no callaré o cómo desactivar la autocensura que asumimos como disciplina de jerarquización social para no ser expulsadxs del macho-mundo-pater-blanco-productivista (manejos del sentimiento de arraigo y pertenencia)”. Con participantes/compañerxs y aliadas desde El Salvador, México, Costa Rica, Perú, Canadá, Estado-Español, Euskal Herria y USA, y contando con el apoyo de Plataforma Catapulta (desde El Salvador), Y.ES Contemporary (Y.ES es una iniciativa de la Fundación Robert S. Wennett y Mario Cader-Frech) y MM Museo de las Mujeres de Costa Rica (desde San José) como plataformas aliadas.

Haciéndonos muy conscientes de la necesidad de articular un nuevo paradigma de inter-responsabilidad o corresponsabilidad psico-afectiva dentro de entornos estables de convivencia, a nivel socio-jurídico. Fuera de las obligatoriedades propias de la consanguinidad. Fuera de la estructura de socio-jerarquización que genera el paterfamilias. Donde todxs aquellxs que han sido testigos silenciosos o no silenciosos, testigos pasivos, testigos reproductores de violencias, testigos aliadxs de los delitos penales producidos por un miembro de su clan consanguíneo sobre cuerpos indefensos (sumidos en el trauma del abandono) puedan asumir consecuencias civiles y penales sin posibilidad de prescripción.

Desde ahí preguntamos a varias compañeras, inmersas en nuestras luchas feministas, sobre las especificidades de tales violencias, circunscritas a lo doméstico o espacio-hogar, como lugar donde, después de los conflictos armados, más violencias se reproduce en el cuerpo-viviente-Tierra.

Allá vamos:

Haciendo el ejercicio de entender el año, el cambio de estación, fuera de esa matraca del tiempo lineal (lo del global lineal thinking del que nos hablaban los decoloniales como Mingolo, Dussel o Quijano), la primavera, y sus fuerzas que empujan, la podemos vivir con un nuevo comienzo. Las compañeras mapuche así lo entienden, como un avanzar en círculo donde vamos abriendo y cerrando procesos, y por lo visto, estamos ahora un momento de abrir, de lanzar al exterior, como hacen las plantas.

Desde ahí me gustaría lanzar un deseo para este nuevo comienzo, para este nuevo proceso/estación que transitamos: responsabilizarnos a nivel social de tener que generar las condiciones necesarias, externas e internas, para que cada vez sea mayor el número de hogares libres de violencias y maltratos. Que cada día podamos avanzar e ir arrinconando las dinámicas que producen trauma, dolor y herida sobre nuestras niñas, niños, mujeres, personas dependientes y personas cuyo trabajo se desarrolla en el espacio doméstico u “hogar” de otras y otros.

Preguntamos a Mónica Díaz de Neira, doctora en psicología clínica y docente del Instituto Europeo de Salud Mental Perinatal, sobre por qué todo lo que sucede en el espacio doméstico alcanza una dimensión de totalidad en la persona maltratada:  

“Por un lado, hay muchos tipos de maltrato, en función de sus características tendrá unos efectos u otros… por ejemplo, no es lo mismo un maltrato sistemático de una pareja en la edad adulta, que un maltrato sexual por parte de un familiar durante la infancia. Cuando pensamos en maltrato quizá es mas frecuente pensar en el físico o sexual. Sin embargo los maltratos por negligencia o de tipo emocional son también profundamente dañinos. Por otro lado, resulta fácil vincular las experiencias de maltrato con el trauma, el maltrato es una experiencia potencialmente traumatizante. Resulta especialmente impactante cuando se produce en la infancia, y quien ejerce el maltrato es una figura parental. Es dramático para las criaturas que en la relación con figuras de apego se produzca el maltrato, sentir que quien te tiene que ir cuidar también te maltrata. Sentir miedo y necesidad de protección a la vez con la misma persona. La influencia de estas experiencias es enorme en el desarrollo de la visión del mundo, de la propia personalidad, de la forma de relacionarnos, etc. No obstante las personas tenemos mucha capacidad de aprendizaje y pese a las dificultades hay posibilidades de reconstruirnos y avanzar. Por eso nos dedicamos a esta profesión, porque confiamos en la capacidad de las personas”.

Un propósito que generaría una revolución profunda en nuestra manera de habitar la vida, y nuestros propios cuerpos. Tan grande que todas —niñas, adolescentes, jóvenes, adultas, mayores— pudieran habitar hogares donde sus potencias, fortalezas y posibilidades vitales puedan crecer. No tener que utilizarlas para sobrevivir, ya que, en lo doméstico, es donde más daño psíquico se reproduce después de los territorios en guerra, donde tenemos el cuerpo muchas horas al día, y con eso de los teletrabajos y las crianzas, muchas horas más.

El hogar es el lugar que se puede convertir en el mayor espacio de auto-censura, como primera estrategia que pone en marcha el maltrato sobre nuestros nuestros cuerpos.

En los hogares es donde sucede la intimidad, y esos vínculos tentaculares que nos atraviesan y conforman desde que aterrizamos en el planeta Tierra. También es el lugar que se puede convertir en el mayor espacio de auto-censura, como primera estrategia que pone en marcha el maltrato sobre nuestros nuestros cuerpos. Donde se niega, se cancela. Donde no es posible narrar de manera específica, encarnada, quirúrgica, todo el sindios que generan los maltratos.

Las que hemos sido maltratadas sabemos bien que la imposibilidad de nombrar nos acerca a la muerte. Como un lugar que está librado al vacío político, a la no existencia, a la normalización de esclavitudes contemporáneas. Donde se puede someter a personas en silencio. Robarles sus energías. Sus proyectos vitales propios.

Me viene lo que Arendt decía —ese mantra que nos acompaña— que sólo existimos si tenemos acceso a la existencia pública, y el hogar está reducido a lo privado, a lo que queda en manos de unas estructuras patriarcales muy antiguas donde se impone el silencio y la impunidad, como espacio donde lo público sólo aparece desde una mirada punitivista y disciplinaria.  

Esto me recuerda a esa mítica entrevista de Foucault de los 80, cuando la tele pública era un hervidero de imaginación política, donde decía: “Lo importante es saber cómo en el comportamiento humano, en un momento dado, las evidencias se enturbian, las luces se apagan, cae la noche y la gente empieza a percibir que actúa a ciegas y necesita una nueva luz, una nueva iluminación y otras reglas de funcionamiento”.

¿Cuando se apagó la luz en los hogares? ¿Cuando se asumió que todo lo que se acumula ahí dentro era algo sin valor? ¿De tan poco valor como el cuerpo de las mujeres? ¿como el cuerpo de las madres? ¿como el cuerpo de las personas que cuidan de otros cuerpos? ¿Cuando se asumió que esto tenía que seguir existiendo en contexto democráticos? ¿Cuando dejó de ser una urgencia política entrar a desmontar todas las esclavitudes domésticas, maltratos y violencias que se reproducen dentro de los hogares? ¿Sabemos que también es maltrato que no te cuiden, que te exijan sin fin, que te instalen en un territorio psíquico de agotamiento, donde no haya espacio para tu singularidad?

¿Sabemos que también es maltrato que no te cuiden, que te exijan sin fin, que te instalen en un territorio psíquico de agotamiento, donde no haya espacio para tu singularidad, para tus problemáticas? ¿Sabemos que es violencia tener que justificar nuestra existencia política como madres con horas de trabajo? ¿Sabemos que es maltrato responsabilizar a las víctimas de su dolor?

A mí lo de no poder narrar, nombrar de manera específica lo que nos pasa, lo que se acumula en nuestro cuerpo, lo que se acumula en los hogares, todas esas tecnologías sofisticadas que se desarrollan —día a día— para mantener a la vida de las personas, me recuerda al maltrato que viví desde que mi madre falleció por parte de nuestro progenitor, silenciado por su clan consanguíneo. En esos tiempos donde se nos negaba toda posibilidad política de existencia fuera del relato del maltratador, y además el espacio en el que podíamos habitar era tan estrecho, tan infame, que muchas veces deseabas estar muerta antes que circunscrita a esa lógicas carcelarias.

Me dije a mí misma —hace ya más de 20 años— que nadie me iba a callar, por mucho destierro que supusiera, que no iba a venderme a cambio de cuatro perras o de migajas emocionales o escaleras para subir al privilegio —tristemente he visto a más de una, tener que macho-adaptarse a violencias por un pedacito de pertenencia. Igual ser testigo de cómo se machaca, psicológicamente, a tu madre enferma y luego fallecida, te da el impulso necesario para intentar, por lo menos, dislocar las inercias asumidas como parte de la organización y jerarquización social basada en la estructura del paterfamilias.

Y ahora, en esta nueva primavera, propongo desmantelar el hecho de no tener acceso a poder nombrar como reivindicación un derecho constitucional que nos pertenece, al sufrir en nuestras propias carnes cómo se trituraba, sistemáticamente, todo lo que desmontaba el relato del pater, porque nadie quería perder un milímetro de privilegio, aunque éste estuviera cometiendo delitos (hoy) penales.

Acabar con la vulneración que experimentamos todas aquellas que hemos sido maltratadas en el espacio doméstico por parte de una figura de autoridad, ya que los progenitores, según la teoría sistémica, están siempre por encima de las criaturas, son los que que tienen que generar las condiciones necesarias para que esas hijas e hijos, no sufran, no sean machados. Nunca se puede responsabilizar a las que vienen detrás del dolor que sienten sus cuerpos pequeños.

Nombrar con palabras nuestras experiencias. Nuestros aprendizajes. Nuestra capacidad para enhebrar las cosas más sutiles, y complejas, para que la vida continúe.

Nombrar con palabras nuestras experiencias. Nuestros aprendizajes. Nuestra capacidad para enhebrar las cosas más sutiles, y complejas, para que la vida continúe. Todas esas prácticas vitales diarias. Todos esos modos de hacer cada proceso de sostener la vida diariamente. Todo lo que contiene un acumulado de precisión constante, y de ir recalibrando cada acción, repetición, para que las condiciones que se generan, sean cada vez más amables para aquellas personas que dependen de nuestros cuerpos, y también para que nosotras, las madres, no asumamos el arrase, el expolio, la psico-esclavitud que se normaliza durante las crianzas en los espacios domésticos.
Fíjate que yo elevaría a la categoría de “tecnologías de resistencia” (ahora que viene la IA a poner las reglas), como tecnologías humanas o sociales, a todos esos aprendizajes que vamos acumulando para que la vida pueda continuar, fuera de las violencias, lejos del maltrato, generando otras maneras de existir en el hogar. Nombrar  todo lo que se acumula y genera dentro como saberes, procesos de lucha, aprendizajes y prácticas, las cuales generan capitales, imprescindibles para que todo lo demás pueda seguir funcionando.

Preguntamos a Mónica Sotos, compañera y hacedora de cultura contemporánea desde hace más de 30 años, desde su vivencia como cuerpo-mujer-madre-maltratado, sobre si recuerda las distorsiones que le producía el maltrato sobre tu auto-percepción/auto-concepto:

“Por supuesto que recuerdo el efecto de la manipulación de la realidad que ejercía sobre mí y cómo dude de que mi propio valor, de mi cordura incluso. No fue hasta tiempo después cuando en terapia me sugirieron que viera la película Gaslight que pude darme cuente de lo que había estado viviendo. Ese tipo de maltrato, que toma su nombre precisamente de esa cinta, comienza sutilmente y con cosas pequeñas. Creo que a pesar de que pase mucho tiempo, siempre quedan restos de la culpa que no haber sido consciente desde los inicios. Precisamente fue una decisión sobre cuidados en cuestiones médicas vinculadas a mi maternidad lo que me hizo obtener el valor para tomar la decisión de separarme y el maltrato se fue intensificando a medida que fui recuperando algo de autoestima y poniendo límites. Esa culpa inherente a la experiencia del abuso es lo que nos lleva al silencio y autocensuraros. Parte de la sanación colectiva de las madres continua con el nombrado público”.

Me dirán las anticapitalistas que nada de interlocución con los capitales desde los feminismos, y yo digo que sí, que puede ser una primera estrategia para sacar de la inexistencia política, de la no existencia en lo público, de eso que, Fanon, llamaba “condición de no-ser” a todo lo que se acumula en los hogares. Y así, en ese proceso de legitimación, de poner palabras y traducir en el lenguaje del capital el valor en números de lo que se genera desde ahí, poder ir desmantelando que el hogar siga siendo un terreno abonado para la reproducción de los maltratos y las violencias.

Porque es en este estado de negación social y política que continua —negando lo que pasa, se acumula, desarrolla y sostiene dentro de los hogares— donde sigue campando el daño sobre niñas, niños, madre, abuelas, jóvenes adolescentes, mayores y personas que trabajar en dichos espacios.

“En principio me surge la idea de que el espacio doméstico en general está infravalorado, cuando realmente es el espacio político por excelencia, es lo que va más allá del propio cuerpo y donde se materializan todas las estructuras y relaciones sociales, por lo que cuando hay mucha violencia o maltrato es muy difícil transcender e ir más allá de lo doméstico, puede haber fugas desde lo ideológico o lo fantástico, pero es la materialidad lo atrapa y da realidad a lo que acontece, y eso pasa en lo doméstico” -Pako Herrero - La dinamo Acció Social: formación, cuidados y comunidad. 

Igual hay que ahondar en un proceso de politización del espacio hogar. Entrar a saco a desentrañar todo lo que se acumula ahí, quién lo asume y por qué. Entender bien cómo las estructuras sociales patercentradas te obligan a callar y tener que asumir una cantidad de trabajo ingente sin posibilidad de nombrarlo como tal, y que todo eso es maltrato y violencia.

Entender las tramas que hacen que eso se siga reproduciendo, para que comience a existir en lo público todo lo silenciado en los hogares. Que el hogar tenga acceso a la ciudadanía, para que podamos alcanzar un hogar libre de maltratos y violencia para todas, porque se vaya vivenciando —lo doméstico— como un espacio donde puedes darle rienda suelta a todo lo que eres, sientes y quieres desarrollar fuera de pisco-esclavitudes contemporáneas.

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