¿Qué posibilidades internas estáis identificando en vuestros procesos emancipatorios durante todo este tsumani vírico? ¿Otras maneras de hacer/ser? ¿Otras estrategias para habitar vuestro poder como cuerpo político (poder inmenso, por cierto)? Responden las pensadoras: Patricia Merino (Madrid), Camila Barreau Daly (Santiago de Chile), Erika Irusta (Cádiz) y Miroslava Herrera (Ciudad de Panamá) (Bloque 1)
Obra cabecera: Legs of a Walking Ball (1965) de Eva Hesse. Leeum, Samsung Museum of Art, Seoul. Courtesy Hauser & Wirth. © Estate of Eva Hesse.
A continuación el primer bloque sobre íntimo/movilizaciones. Esas que posibilitan nuevas direcciones para canalizar nuestras propias fuerzas libres.
Abrimos este espacio de reflexión para indagar en lo que se está cociendo -o que ya estaba cocido antes de esta crisis sistémica- internamente como corposaberes con varias pensadoras y compañeras de luchas desde sus experiencias situadas con trabajo maternos diversos.
Indagamos en las posibilidades emancipatorias que están identificando al ser atravesadas/atravesades por esta excepcionalidad social, la cual podemos entender como etapa final de un machosistema que se devora a sí mismo.
Ahí va la pregunta:
Luisa- Todo este proceso de encierro o puerperio social generalizado que atravesamos nos está generando una gran movilización interna en muchas direcciones. Sin que esto suponga romantizar el confinamiento porque hacerlo te mete en toda la mística de la feminidad rapidísimamente. Subrayando que el movimiento en el que estamos -los cuerpos que decimos cuidar de nuestras criaturas- se plantea desde ejes de coordenadas de emancipación, desde la apertura, ampliación y puesta en práctica de nuestros derechos. No machoadaptándonos a las prioridades de un sistema perverso de capital/acumulación donde las necesidades para la continuidad de la vida de todos los cuerpos son negadas. Desmontando, también, esa lógica que cuidar de menores a cargo refuerza los roles de género.
Habiendo manifestado nuestros malestares ante los movimientos reaccionarios activados por los resortes machobélicos para manejar lo colectivo desde el paterestado y cómo estas medidas de contención social generan atroces consecuencias para millones de cuerpos “mujeres” durante sus encierros en unos espacios domésticos acribillados de violencias, tales como: la física, la psíquica, la monetaria/financiera, la sexual, la capacitista, la neuroaplastante, la intragrupal o la producida por la anorexia psicoafectiva del formato “familia nuclear” como modelo de crianza.
A pesar de todo esto me gustaría abrir un espacio para abordar de manera colectiva las posibilidades internas emancipatorias que se nos abren durante esta excepcionalidad social.
¿Existe algún movimiento de posibilidad dentro de vosotras/vosotres como consecuencia de toda esta crisis sanitaria? Este proceso de intensa movilización sistémica, ¿está abriendo otras posibilidades para canalizar vuestras propias fuerzas libres, esas potencias que emanan de vuestras profundidades no-colonizadas no-patriarcalizadas? ¿Vislumbras nuevas maneras de hacer/ser? ¿Nuevos empujes vitales emancipatorios? ¿Nuevas maneras de asimilarte? ¿Nuevas maneras de habitar y regocijarte en tu poder como cuerpo político (poder inmenso, por cierto)?
Responde la pensadora y ensayista feminista Maternidad, Igualdad y Fraternidad (Clave Intelectual, 2017), fundadora PETRA Maternidades Feministas, Patricia Merino desde Madrid (España):
La verdad Luisa, yo personalmente no he vivido el confinamiento como una antesala de emancipación, quizá porque he vivido muchos años situada relativamente al margen, cuestionando los diversos pensamientos hegemónicos, y esa es una posición solitaria que tiene un cierto parecido con el confinamiento. Tampoco me han invadido nuevos grandes temores, ya que dentro de la crítica integral al sistema que llevo años haciendo, la irrupción del coronavirus y las reacciones sociales y políticas posteriores eran emergencias posibles y acordes con las derivas que llevamos desde hace décadas. Pero sí creo que a nivel social este puede ser un momento privilegiado para la reflexión sobre la vida y la muerte, sobre el rumbo actual de la gestión global; y para la experimentación de nuevas formas de vivir y sentir.
Es interesante analizar el modo en que los estados han reaccionado a la amenaza vírica. España, con un gobierno de coalición de izquierdas, representa el polo más radical con un modelo que podríamos calificar de “fundamentalismo confinatorio”. Después de un primer momento en el que la amenaza biológica se subestimo, se pasó inmediatamente a una alarma monumental, casi histérica, y se constituyó para afrontar la crisis un aparato normativo y de control social bien aderezado de lenguaje bélico, ostentación de la presencia militar, y unas sanciones que están entre más altas de Europa. ¿Era esta la única manera de gestionar la crisis? , ¿Somos los españoles más revoltosos y obtusos que otros países en donde se ha confiado en la responsabilidad de la ciudadanía? No sé responder a estas preguntas. De lo que no cabe duda es que la percepción de los políticos a cargo de la situación fue que era necesaria una viril demostración de fuerza. Exhibir, en la lucha contra la amenaza vírica, la determinación, inflexibilidad y seriedad de quien sabe mandar. El problema es que el virus no es un ejército, ni siquiera un grupo terrorista, es una humilde biomolécula.
Mucho se ha hablado del modo diferente en que los gobiernos presididos por mujeres han abordado la crisis (Alemania, Taiwán, Nueva Zelanda, Islandia, Noruega o Finlandia ; también de un país como Suecia donde las mujeres hace décadas que tienen una influencia política real): Menos histerismo, menos ostentación mediática, menos enfoque punitivo y mucha más previsión. Más sensibilidad para comprender el carácter de la amenaza y menos ensañamiento con el recorte de los derechos civiles. ¿Son las mujeres más capaces de comprender en qué consiste una amenaza biológica (que nada tiene que ver con una violenta) que los hombres?, ¿Somos las mujeres más inteligentes a la hora de lidiar con aquello que tiene que ver con la vulnerabilidad humana?, ¿Tenemos mayor sensibilidad para detectar, interpretar y gestionar cuestiones bio-psico-sociales complejas?
No voy a defender un esencialismo. Si esos países tiene presidentas mujeres, algunas muy jóvenes, es plausiblemente debido a un proceso histórico por el que han llegado a un orden social, político y simbólico realmente más igualitario y sensible, capaz de elegir el liderazgo femenino. Las mujeres no nacemos más sensibles, pero debido a nuestra socialización diferencial quizá sí se nos ha reprimido menos el uso de la sensibilidad, hemos sido menos penalizadas por mostrarla, de manera que a muchas de nosotras no se nos ha embotado o neutralizado del todo. Y aquí quisiera enlazar con lo que comentabas al principio sobre romantizar el confinamiento y la mística de la feminidad.
Efectivamente como Betty Friedan expuso en su análisis de “el problema que no tiene nombre” en las mujeres estadounidenses de los años 50, el confinamiento doméstico fue la prescripción y la práctica hegemónica mediante la cual las mujeres eran enganchadas al yugo del sometimiento patriarcal. Creo que hoy estamos muy lejos de esa situación, al menos allá donde las exigencias del actual turbocapitalismo son las que pautan la vida. El modo en que hoy el patriarcapitalismo nos engancha al engranaje para que seamos piezas útiles en la máquina productivista, es una doble operación material-simbólica simultánea: por una lado, la obligación de trabajar en el ámbito de “lo productivo”, ya que debido a su esencialización como única fuente legitima de ciudadanía, estatus e ingresos, el sistema no nos ofrece alternativas; y por otro lado, la devaluación extrema y el arrinconamiento del ámbito de lo reproductivo. Nuestra participación en el ámbito de “lo productivo” mantiene nuestra fe en una promesa de igualdad y progreso que siempre van al alza y que nos harán libres. La realidad es que en el turbocapitalismo el cupo de gente que puede acceder a la libertad y a la igualdad es cerrado, y es un cupo cada vez menor.
Por eso, aunque efectivamente haya que estar atentas a posibles rebrotes de una mística de la feminidad, creo que es igualmente importante estar atentas a la mística del productivismo, que hoy permea todas las actividades humanas, es global y además tiene la fuerza simbólica de aquello que forma parte del Poder y que aún no ha sido desmontado. En este sentido el confinamiento sí puede ser una oportunidad fecunda y subversiva para reflexionar sobre esta mística productivista. La romanización de nuevos sometimientos sutilmente patriarcales es posible, pero eso no debe confundirse con la emergencia de formas alternativas de vivir que incorporan una comprensión de “lo femenino” menos negativa, demonizadora y punitiva de lo que ha sido habitual en el feminismo clásico del siglo XX.
“Lo femenino” como categoría cultural inferiorizada durante milenios y no solo adscrita a cuerpos femeninos, tiene muchas posibles definiciones, lecturas y análisis, pero me interesa ahora su asociación a “la sensibilidad” como rasgo de carácter convencionalmente adscrito a las mujeres y considerado inútil, quizá ornamental, pero en cualquier caso un obstáculo para la vida entendida desde la posición del amo y para cualquiera que priorice el poder.
Creo que la actual experiencia de confinamiento, enfermedad, la disminución del ruido, la ralentización de los tiempos y la reflexión sobre la muerte y sobre cómo merece la pena vivir puede ser un potente detonante para una puesta en valor de la sensibilidad como cualidad útil e importante, imprescindible para abordar los retos que nos aguardan en el futuro; como una habilidad privilegiada para mirar, comprender y gestionar lo humano de un modo más sofisticado tanto en lo íntimo y doméstico como en las grandes y complejas decisiones políticas que nos va a tocar hacer.
Respuesta de la activista y arquitecta feminista Crianza en la Ciudad con la investigación en marcha Criar en Santiago: atmósferas afectivas y estrategias espaciales, Camila Barreau Daly desde Santiago de Chile (Chile):
Es una gran pregunta Luisa, te agradezco mucho abrir estos espacios de duda, que la mayoría de las veces una deja pasar o atiende de manera práctica, tomando decisiones en base a generar el menor impacto posible para nuestros sistemas cotidianos (considerando a todos y todas las que están involucrados/as), privándonos con ello de estos espacios de reflexión-escritura, que solían se más abundantes previo a la maternidad.
Para reflexionar en torno a este espacio que nos propones, intentaré aclarar primero desde qué posición estoy escribiendo, ya que a mi experiencia de cuarentena acá en Chile, específicamente en la ciudad de Santiago, se han sumado varias situaciones personales que han colaborado a esta apertura de mí misma, de mis espacios no-colonizados, a encontrarme con mis propias profundidades, como bien tú dices.
En marzo mi hijo cumplía cuatro años y habíamos decidido (con mi pareja) que comenzase el jardín infantil. Este sería un proceso intenso para mí, porque implicaba que tendría que mantenerme firme en esa posición a pesar de que mi hijo viene expresando su desacuerdo insistentemente. Este es un proceso que me complica de sobremanera porque he intentado evitar el desapego violento por todos los medios, pero el sistema escolar acá está obligando el ingreso de los niños y niñas cada vez más pequeños, y en este contexto, siento que, si espero más tiempo, mi hijo sufrirá más en el futuro.
Con todo, logramos asistir una semana completa al jardín, lo que parecía un buen comienzo. Esa misma semana, después de acompañar a mi hijo al jardín, fui diariamente a cuidar a mi hermana 3 años menor (haciendo turnos con mi mamá), que fue hospitalizada por unos dolores en todo el cuerpo, que la venían aquejando desde hace ya algunos meses. En este tiempo, los dolores ya se habían hecho insoportables, por lo que no había quedado más remedio que internarla (luego de un mes de estresantes investigaciones le diagnosticaron una leucemia muy rara que ahora están tratando con quimioterapia).
Pude cuidar a mi hermana solo 3 días porque esa misma semana tuvimos que confinarnos en nuestro departamento, luego de que nos confirmaran un caso de COVID dentro del curso de mi hijo. Recién empezaban a aparecer los primeros casos en Chile. Esto implicó no poder salir ni al patio común de nuestro edificio por 14 días y trabajar a distancia, ocupándonos de nuestra salud mental y especialmente de la de mi hijo; además de obligarme a observar el doloroso proceso de mi hermana desde la frialdad del teléfono. Luego de estos 14 días y en el peor momento del diagnóstico de mi hermana, me doy cuenta de que estoy embarazada, orquestada por el anuncio de la cuarentena total en nuestra comuna.
Este cóctel de situaciones me ha hecho estar en una especie de condición de supervivencia permanente, intentando estar bien, alimentarme, alimentarnos y dar continuidad a la infancia de mi hijo: abrazarlo, contenerlo, jugar, conversar sobre la situación, etc. Consciente, además, desde el principio, del hecho de que las medidas de nuestro gobierno empresario machista, precarizarían a un porcentaje altísimo de familias, especialmente de las comunas con menores recursos. Imaginar la cuarentena en barrios como Bajos de Mena, al sur de Santiago, con viviendas sociales mínimas y familias numerosas por vivienda, me generó un sentimiento de angustia muy profundo.
Saber que se estaba pavimentado el camino que propiciaría el abuso, la violencia y el hambre que ahora estamos evidenciando, para muchísimos niños y niñas, así como para sus mujeres-cuidadoras, me generó mucha impotencia también, porque en mi estado de cosas, no he podido hacer mucho al respecto. El estado tomó el control total de nuestra libertad para desplazarnos, solo nos quedaron las pantallas y los teléfonos que, si bien en algo ayudan a socializar la realidad de las personas en las distintas partes del país y del mundo, también han aportado en generar histeria colectiva y mucho miedo. Por mi parte, entre el encierro, las náuseas por el embarazo, la angustia por la enfermedad de mi hermana, las múltiples tensiones por la realidad política y económica, se ha complicado la relación con mi hijo, quien obviamente va absorbiendo todas estas tensiones que horadan su realidad.
Me estoy extendiendo demasiado en contextualizar mi situación, pero es quizás para explicar que he desempeñado muchos roles a la vez, más de los que normalmente asumo como mujer-madre. He notado que esta situación me ha generado muchísimo cansancio y un estrés que se ha expresado en insomnios reiterados. Y, desde las profundidades de mi ser, han aflorado deseos muy claros de cambiar algunas cosas de mi vida. Deseos que siento muy fuertes e intransables y que el agotamiento ha convertido en insoslayables. Esto me han llevado a varias discusiones con mi pareja, socies, familia, etc. En la rutina pre-pandemia, incluso pre-revolución social de octubre 2019, me había permitido dejar pasar muchas cosas, convivir con muchos temas no resueltos, pero siento que todos estos pesos que han empezado a constreñir nuestra realidad y específicamente ahora, que mi cuerpo requiere de más cuidado, van permitiendo depurar las cosas que son importantes, que ahora aparecen claras y que no se pueden tapar con salidas a trabajar o caminatas o regalos.
Este encierro me ha obligado a escupir mis malestares y no es que quiera este encierro para mi vida, sino que está gatillando mi sinceridad más profunda hacia quienes me rodean, que en este caso es mi pareja, mi hijo, mi familia y mis compañeros/as de trabajo.
A la vez que proyectarme hacia la venida de un nuevo hijo o hija ¿Qué quiero para mi cotidianidad? ¿Quiero tiempo para leer un libro? ¿Quiero habitar esta dependencia práctica, emocional, corporal y en todo sentido a la que una se somete cuando se hace madre y pareja?
En tiempos en que las energías se te hacen pocas, pareciera que la pregunta por el cómo administrarlas, considerando tu entorno social, parece ser inevitable. Me doy cuenta de que quiero repartir los quehaceres, las responsabilidades, incluso las labores emocionales. Y no es que antes no lo hiciere, pero creo que puedo hacerlo aún más. Romper algunos protocolos macho-patriarcales, como el dejar de esconder el hecho de que mantengo a mi familia, sino que estar orgullosa de ello, a la vez que estar orgullosa de mi pareja, con quien me divido el cuidado de mi hijo y las tareas domésticas. Quizás el hecho también de verme sin espacio, sin tiempo y saber que necesitaré aún más de mi cuerpo, de mis energías para un/a nuevo/a hijo/a, está empujando este proceso de compartir más todo lo que atañe a la vida, de fundirme con los y las que me rodean, de caminar decididamente hacia hacernos comunidad, hacia reconocernos precarios como dice Judith Butler, a apoyarnos en los y las otras.
En este sentido, liberarnos de espacio y tiempo, permitiría nuestra participación política, que ahora se me aparece tan urgentemente necesaria ¿Cómo habríamos enfrentado nosotras esta pandemia si fuésemos quienes tomamos las decisiones? ¿Cómo habríamos evitado el infierno en que están ahora las comunidades más precarizadas? ¿Habríamos salvado a los empresarios antes que a los ingresos familiares? ¿Habríamos priorizado la salud mental de las mascotas por sobre la de nuestros niños y niñas, que aún carecen de permisos para pasear en cuarentena? Hacernos de espacios propios, se me aparece profundamente necesario por mí y por los demás, por mi participación política que, desde casa, sumida en este estado de sobrevivencia, se hace imposible de cumplir.
Respuesta de la activista, pensadora y principal impulsora del actual movimiento de despatriarcalización/decolonización de la menstruación para su articulación como proceso político Yo menstrúo: un manifiesto (2018), Erika Irusta desde Cádiz (España):
Una de las cosas que veo (el término positivo lo detesto profundamente sobre todo el binomio positivo/negativo) y algo que agradezco de este proceso es haberme dado cuenta de la repetición de las violencias que suceden en mí, que se activan. Cómo se vuelve de nuevo a lo vivido. Con esto me refiero a la violencia de estar encerrada, al hecho de confinar a alguien, a toda la cuestión de ser “sumisa” y entregarte porque te dicen que te va a proteger, por tu bienestar o por un bien mayor. Para mí, como niña adolescente y joven maltratada, me hace darme cuenta que he vuelto a comportarme de una manera, más o menos, parecida pero no idéntica.
Ser consciente de cómo papá-estado me la quería volver a colar. Voy a cortarte, coartarte, callarte, silenciarte por tu propio bien. Observando cómo ese estado de “sumisión” aprendido, tanto por género como por experiencia de cuerpo maltratado, ha hecho que se repita ese patrón, que se activen esos mecanismos. Pero he conseguido articularme (reconfigurarme) gracias a las herramientas aprendidas en relación con los cuerpos vulnerables: el poder que emerge cuando nos ponemos en común y comenzamos a nombrar los malestares.
Esto tiene que ver con los feminismos que he ido tejiendo, basados en la relación entre cuerpos, el reconocimiento de la vulnerabilidad y la posibilidad de ser vulnerada. Todos estos aprendizajes han hecho que tome conciencia de cuando se estaba reproduciendo de nuevo ese patrón de “sumisión”, que te empuja a no pensar.
Durante varias semanas estuve en shock hasta que comencé a entender cómo funciona todo esto. Cómo leyendo a otras y otros cuerpos vulnerables he podido comenzar a validar esas incomodidades, esos malestares. Todo esto me ha producido poder sentirme legítima para balbucearlos, para darme cuenta de por donde me estaban metiendo los goles. Eso es una de las cosas muy potentes de este proceso.
Los feminismos y la práctica de las relaciones tentaculares (rescatando a Donna Haraway) entre cuerpos vulnerables hace que puedas articularte. Salir del estado de “sumisión” y control. Ser consciente de todo esto ha sido para mí una gran potencia. Muy revelador.
Pensando en el confinamiento, ¿sabes qué pasa? Que parte de mi vida la hago en semiencierro. Que yo pueda salir una hora con Kai, que pueda salir con mi pareja a dar una vuelta y poder hacer deporte, es donde desarrollo mi vida normal. Trabajamos los dos en el mismo proyecto desde casa. Además yo me he criado en confinamiento por diferentes crisis. Habito en crisis constantes internas -más o menos graves- en el universo sólo de mi familia, con lo cual, de repente, para mí esto no es tan diferente respecto a donde habito sino que se intensifica el hecho del recuerdo de la violencia que he recibido por parte estado-padre. Siempre he tenido toque de queda. Si faltaba dos minutos me llevaba una paliza del quince.
He vivido en un “estado de excepción” y confinamiento peor que el actual, con lo que todas estas cuestiones sobre si se ha abierto algo en mí o hace activarme desde otro lugar no-colonizado, te diré que llevo años haciéndolo desde ahí, desde mi vulnerabilidad, desde mi incapacidad para sostenerme mucho tiempo en la calle para relacionarme físicamente.
También es algo que me cuesta. Tengo ansiedad social o fobia social debido a haber sido criada en un estado confinamiento, entonces lo que me ha mostrado este proceso es que tengo herramientas, que no estoy sola. Darme cuenta, creo que esto lo ha hecho la maternidad, que necesito a las otras y en este caso en el conocimiento de las otras, para poder pensarme nombrarme, para nombrar estas emociones. Necesito nombrar esas emociones que me habitan y atraviesan. Generalmente miro mucho hacia mí. Me ha ayudado mucho leyéndote, comprender puntos que no sabía nombrar pero que me habitaban de una manera. El puerperio te encarna tanto, te exige tanta encarnación, que te quedas sin cuerpo a la vez.
En el encierro me he tenido que quedar obligatoriamente en casa cuidando de Kai. Esto lo estaba llevando mal porque el hecho de poder salir a pasear hace que todo se relativice un poco con el bebé. Tenía miedo a la intensidad del encierro pero he aprendido a reconocer la necesidad de ponernos en común con las otras. Necesito ver cómo están sintiendo otras para validar mi malestar y movilizarlo.
Me sucede que siento que se me escapan muchas cosas, como cuando te leo a ti y a las compañeras, Marta Busquets o Helena Chávez Mac Gregor eso de “yo sólo estoy cuidando, la peña haciendo teorías etc”. Hasta que no he puesto mi cerebro a pensar de esa manera -esto tiene que ver con el shock inicial de la “sumisión”- no se me ha movilizado reconocer que necesito a los otros cuerpos vulnerables para pensar el mundo, para pensarme.
Otra de las cosas que me he dado cuenta es algo que he aprendido en terapia, que cada vez que una fuerza de poder, como la de ese señor que dice ser mi padre, ahora el estado, me dice “tranquila, yo cuido de ti” la moneda de cambio de una violencia. Como el buen patriarca que te defiende de los malos, como esa necesidad de violencia para cumplir su papel. Gracias a los feminismos y a la relación con cuerpos vulnerables prefiero protegerme yo porque cada vez que me protegen desde fuera me violentan.
He aprendido a cuidarme, saber que soy autónoma e interdependiente. Cuidar a las demás en interacciones constantes, ese cuidado tentacular del que habla Haraway. Se me ha activado un intensivo del trauma pero lo he resuelto guay. He conseguido resolverlo por mí misma. No he necesitado que nadie me proteja. Ni han conseguido (papá-estado) que me contagie de un miedo que no era el mío.
Respuesta de la escritora, experta en música afrodescendiente y activista por la dignificación/reconocimiento de la cultura afropanameña, Miroslava Herrera desde Ciudad de Panamá (Panamá):
Este evento ha producido en mi un despertar a las cosas que en la normalidad pre pandemia era inaceptables, pero acostumbradas. Me motiva a seguir investigando nuestra historia cultural para desmitificar los patrones de auto sabotaje que hemos instituido como leyes, acuerdos, cultura.
*La respuesta de Miroslava Herrera abrirá un espacio para ahondar en la identificación de patrones de autosabotaje (¡por desmontar!) desde cada circunstancia vital, desde cada proceso de emancipación situado.
Luisa- ¡Muchas gracias, compañeras!