“El exceso de trabajo lo vamos absorber siempre entre nosotras como fuerza de trabajo y eso lo saben ellos y lo sabemos todos y mientras eso sea así no vamos a desarticular el extractivismo” -Alejandra Labastida. “A veces en la imaginación de otras relaciones psico-emocionales, en otros parentescos también se abre la ansiedad por un tipo de afecto que si bien puede ser muy rico, también puede replicar aquello de lo que estamos escapando” -Helena Chávez.
Obra cabecera: Historias propias desde casa (2020) por Lorena Wolffer.
Converso con Alejandra Labastida, curadora adjunta del MUAC/UNAM (México), y con la investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas UNAM y curadora, Helena Chávez Mac Gregor, sobre cómo manejar y desmontar la normalización del extractivismo sobre los cuerpos maternos que nos atraviesa, al asumir y aceptar que se nos robe la riqueza y potencia psico-estructural y matérico-logística que generan las crianzas, los trabajos de sostén de menores a cargo, los trabajos de sostén de las criaturas, por parte del paterestado blanco-extractivista. Ambas sumergidas en una investigación sobre lo materno que verá la luz dentro de pocos meses en el espacio expositivo del MUAC.
Indagamos en si es posible desarticular tal expropiación sistémica y sobre las consecuencias en nuestro acumulado psíquico de llevar sosteniendo tal devaluación durante siglos.
Luisa- Alejandra, Helena. Estamos ahora poniendo el foco en salir adelante como cuerpos maternos ante las restricciones y opresiones que está generando esta alteración vírica en los cuerpos-mujeres, pero yo os quería compartir mi preocupación ante un paradigma que no parece que se está desmontando, al contrario, se refuerza como movimiento extraño reaccionario (espeso y paralizante), éste que nos está socializado diciendo que tenemos que asumir todo el trabajo materno en condiciones que en la mayoría de supuestos generan esclavitudes sexuales/atencionales/energéticas/psicoafectivas/logísticas/domésticas. Esclavitudes escondidas dentro de esta extraña trampa de poner tu cuerpo materno como recurso público gratis y negado para el patersistema.
¿Vamos a poder desarticular el extractivismo sobre la potencia que generan los cuerpos maternos? Como diría Suely Rolnik: ¿Vamos a poder acabar con esta «expoliación profanadora de la vida» (y esto lo añado yo) de la vida de los cuerpos que asumen el sostén de criaturas desde la vinculación entrañada (esa que parte de las entrañas, que no tiene por qué estar condicionada por la consanguinidad sino por esa decisión profunda de asumir la responsabilidad irreversible de sostener a otro cuerpo en condiciones vivibles -nunca desde la mercantilización de los cuerpos gestantes)?
Alejandra Labastida: La cosa está en como se ha ido modificando lo que entendemos por condiciones vivibles. Es la técnica del salchichón: solo una rebanada, una mas, solo una ultima delgada, tal vez otra más …y el salchichón no son solo nuestros cuerpos sino también los de nuestros hijes. Por acá tuvo que ser mi madre la que dijo basta. Se dio cuenta del aumento desproporcional en mi impaciencia , y en los gestos y tonos cada vez más violentos que acechaban mi relación con mi niño (Camilo, 6 años) después de un año de asumir su educación a distancia, además de un trabajo de tiempo completo en un museo. Su ¡basta! tomó forma de una intervención en la que me ordenó inscribir a Camilo en una burbuja ( que por supuesto ella me ayudaría a pagar ya que mi situación económica no me permite pagar una doble colegiatura: la de la escuela y la de la burbuja). Su maternar nos salvo.
Ahora no puedo ni imaginarme regresar al esquema anterior que había normalizado por completo, aceptando el costo afectivo y de salud mental que conllevaba tanto para mí como para mi hijo. Pero el costo de que yo recuperará algunas de las rebanadas de mi cuerpo no recayó en el Estado, ni en la institución en la que trabajo, ni en la sociedad sino una vez más en un cuerpo materno: el de mi madre. Se que habló desde un lugar de mucho privilegio y siempre enunció esto con un alto grado de culpa y la verdad es que tu noción de las miserias del privilegio me ha ayudado mucho a pensarlo de otras maneras pero me parece que la operación sigue siendo la misma, aunque te muevas en distintos grados de precariedad o privilegio, y aunque acudas al cuidado comunitario, mientras esa comunidad sea privada y predominantememte femenina el resultado es el mismo: el exceso de trabajo lo vamos absorber siempre entre nosotras como fuerza de trabajo y eso lo saben ellos y lo sabemos todos y mientras eso sea así no vamos a desarticular el extractivismo.
Helena Chávez: Escribo esto en la cama. Este mes, que todavía no termina, he tenido una infección en el ojo -que me tuvieron que abrir al estilo de Un perro andaluz de Buñuel-, una serie de contracturas en el cuello y la espalda y una infección de estomago. Estoy, como tantas otras, agotada. En México llévanos casi año y medio con las escuelas cerradas. Les niñes han desaparecido, excepto por los parques que hemos tomado y disputamos con corredores y perros, del espacio público. Todavía hay establecimientos comerciales (Home Depot) que prohíben la entrada a niñes y embarazadas a sus establecimientos apelando a regulaciones gubernamentales. Éstas dicen otra cosa, pero a nadie le parece lo suficientemente grave para demostrar lo contrario. En la entrada hay un cartel con la imagen de una señora embarazada y otra de un niño y una niña cancelados, con un tache encima de ellos. Así me he sentido durante este tiempo.
Es cierto que al menos en la Ciudad de México se empiezan a abrir ventanas, acá somos muchas -sobre todo las que nos dedicamos a la educación- las que estamos vacunadas. Se siente aire, pero todavía es tenue. Se ha normalizado e internalizado el aislamiento. Son pocas las veces que he logrado ver a mis amigas. Ellas no solo son mis cómplices sino que hacíamos la vida juntas. Eran mis co-madres, cuidábamos juntas de las crías y nos cuidábamos entre nosotras. Añoramos estar juntas pero todavía hay una resistencia al encuentro que se calma con el ya falta poco, ya casi, aguanta un poco más.
He visto a varias de ellas en situaciones que no aguantan más. Yo misma tuve un ataque de pánico pensando en re incorporar a la escuela a Rita. Este tiempo ha estado en modo de digamos, libre pastoreo. Empezar a buscar escuelas activó lo que mi analista llama mi modo ajedrez: empiezo a imaginar todos los escenarios posibles, uno abre otro y ese otro, otro y así hasta que son tantas las posibilidades que me siento incapaz de tomar una decisión.
Ahí, como en el caso de Alejandra, la que dijo basta fue mi madre. En el verano, que es cuando el padre de mi hija la lleva a España a ver a su familia, voy a tener que trabajar en un programa de verano intensivo. Sabiendo que no voy a parar de trabajar ni un día este año mi madre ayer me dijo que si quería se podía llevar a Rita unos días a ver a mi hermana para que yo descansara. Aún cuando ella trabaja y tiene una carrera, mucho más activa y sólida que la mía, encuentra modos para alivianar. Su cuidado, hacia mi y hacia Rita, es lo que me salva.
Como dice Alejandra, “el costo de que yo recuperará algunas de las rebanadas de mi cuerpo no recayó en el Estado, ni en la institución en la que trabajo, ni en la sociedad sino una vez más en un cuerpo materno: el de mi madre.”
Es cierto también lo que dice. Y, que el exceso de trabajo, lo vamos a absorber nosotras. Que el extractivismo y explotación como dispositivos del mandato masculino, como lo llama Segato, sigue operando y apretando quizá todavía con más fuerza tras la gestión de la pandemia. Pero, también creo que son esas operaciones, en las que nosotros absorbemos, las que hacen otra cosa. Esas relaciones no-capitalistas que abren posibilidades.
Yo no creo que las salidas o posibilidades críticas vaya a venir del estado, que está fincado en esa misma episteme patriarcal. Lo que no significa renunciar a demandar una ampliación de derechos y a modificar en cada paso a las instituciones. Pero, quizá, son las colaboraciones, los ensamblajes en las ruinas del proyecto son las que abren a otras narrativas y que hacen la vida vivible mientras cambiamos al mundo. Y, tal vez, tampoco eso sea poca cosa.
Lo que me preocupa de este tiempo es que en el aislamiento, en el distanciamiento social en la profunda soledad hayamos introyectado esa parte del mandato que domestica a las mujeres. Me aterra ver como se ha cercado la vida y su sostenimiento a las figuras nucleares como “la familia”. Me preocupa cómo las otras redes se han adelgazado y todo lo que cuesta recuperarlas. Me parece que parte del trabajo –sobre todo para cierta población urbana- es la de insistir en estas relaciones no-capitalistas o para capitalistas. En otros lados y en otras comunidades, creo que eso ya se sabe de cierto y opera de otra manera.
Estoy en un momento en el que dudo que vaya a haber un cambio en el sistema de producción. Pero siguiendo a Anna Tsing me interesa pensar en los ensamblajes que ocurren en las ruinas, en lo devastado. Puede haber relaciones no extractivitas en un sistema extractivista y eso cambia el ritmo, la sensibilidad y los repartos.
Es un momento de peligro, nos hemos dejado paralizar por el orden gubernamental, ahí si el mandato masculino opera con todo su poder. Nos neutraliza, nos aísla, nos domestica, nos encierra en lo privado. Creo que quizá el trabajo más importante que tenemos es el recuperar esas redes, esos ensamblajes, esa solidaridad y de ahí ir tensando, quebrando y quitando fuerza al mandato que nos está estrangulando.
Luisa: Al leeros entro en mi gran herida: la ausencia de mi madre (que murió hace 21 años). Dolor que se intensificó desde que soy cuerpo materno de dos criaturas, y su ausencia se hizo más pesada, no había forma de esconder que no está y que nunca va a volver. Según las lecturas psicoconductuales es un duelo no-resuelto, no-concluso, que emerge en el proceso de gestación como pulsión de mis propias fuerzas vivas inconscientes para resolver lo que tengo pendiente, los procesos psíquicos sin resolver, y entrar en la nueva etapa para sostener a otros cuerpos más alivianada psíquicamente, con más capacidad de anclaje en el presente (que la crianza es puro presente continuo). La cosa es, si no tenemos madre, esto no puede ser el fin. Esto sigue. La vida empuja desde lo profundo.
¿Seremos capaces de establecer alianzas psicoemocionales, como dice Haraway, como nuevas maneras de establecer parentescos, nuevas maneras tentaculares de vincularnos con otros cuerpos, que tengan el mismo calado que los vínculos que pasan por lo consanguíneo? ¿Podremos establecer profundas relaciones de sostén y responsabilidad emocional irreversible (como aquello que llaman «amor incondicional» que sólo se da en los núcleos familiares consanguíneos, mayoritariamente) como estrategia feminista para superar las estrecheces de los vínculos de la sangre?
Alejandra Labastida: Tal vez la misma noción de amor incondicional nos impide ver la importancia de otras formas de sostén y responsabilidad emocional que aparecen como salvavidas en algunas circunstancias aunque sepamos desde siempre que son pasajeras y que como dice Helena no son poca cosa. Nosotros vivimos en un condominio de edificios con un espacio común en el que viven varias familias con niñes chicos y todos los días se baja la pandilla a jugar. Eso siempre ha sido muy importante para mí porque Camilo es hijo único pero en la pandemia, sobretodo en aquellos meses en que no veíamos a nadie más , ni familia ni amigos, fue la diferencia entre el infierno total y pasar muchos buenos momentos. En México, sobretodo en barrios populares este tipo de comunidades se les conoce como vecindades, existe algo así en España? Pienso que es una unidad de tejido social muy importante por acá. Estoy segura que Camilo va a recordar el 2020 como un año feliz y eso es por la red que creamos entre las vecinas.
Hubo sobretodo un padre que también ayudó pero una vez más, las que nos organizamos para acompañarnos y cuidar la salud mental de nuestres hijes fuimos las mamás. Se que si mañana me cambio de casa la probabilidad de que mantenga estas relaciones es muy baja pero por ahora son vitales y voy a estar para siempre agradecida con ellas por este año. Lo del hijo único es un tema para nosotros, tratamos de embarazarnos después de Camilo pero no fue posible y él me pide mucho un hermanx. Tiene primos pero viven en otro país, entonces yo le insisto mucho en que el va a escoger a sus hermanos en la vida y pienso que ahora que es cada vez más común el no tener hermanos consanguíneos , ese otro tipo de hermandad escogida va a estar mucho más presente. Pensando en tu referencia a Haraway, también adoptamos una gatita este año, se llama Tomasa y desde que llegó se la presenté a Camilo como su hermana gata. A veces me pregunta Camilo que a quien quiero más y cuando le digo que a él , me regaña por que tengo que querer a mis dos hijes por igual! Hablo de Camilo pero Tomasa ha sido muy importante para mí también, es otro tipo de relación pero su presencia y su mirada me acompañan de una manera muy particular. Así es que eso: vecinas , perros, gatos, plantas, me han salvado este año pero no siempre hay las condiciones para que esto se genere.
Mi hermana que tiene dos hijes de 3 años y que lleva viviendo 20 años en San Francisco no las tuvo, y este año de aislamiento terminó por agotarla y en unas semanas más se regresa a vivir a México. En términos profesionales y de economía familiar, es una pésima decisión pero quiere estar cerca de su hermana, de sus amigas y sobretodo de su mamá. Ayer vi la historia de una chef coreana que en también es monja budista y decía que cuando tenía 17 años su madre murió y el dolor fue tan intolerable que decidió que no quería transmitirle la posibilidad de ese dolor a nadie y por lo tanto no tendría hijes y se fue a vivir a un monasterio budista. Así que celebro tu valentía de ser madre sin tu madre.
La cosa está en, como dices, abrir el abánico y desjerarquizar los lazos ( jerarquía que por supuesto sirve los interes del patriarcado). Quizás un amor o un lazo de solidaridad circunstancial, efímero o esporádico y escogido, no sea menos importante para el bien vivir o el sobrevivir que uno consanguíneo, incondicional y hasta que la muerte los separe. Y pienso que el maternar es un buen lugar para empezar. En mi experiencia, sólo entre personas inmersas en el cuidado de un ser vivo en sus primeros años en donde he visto surgir lazos profundos de solidaridad de manera instantánea y sin agenda de acumulación a futuro, supongo que sucede también en contextos extremos de supervivencia como en desastres naturales o en guerras. Quizás eso dice mucho de qué tipo de experiencia es el maternar.
Helena Chávez: Efectivamente como dices si una no tiene madre, no puede ser el fin. Hemos puesto en los lazos sanguíneos un mandato que no permite resolver la vida. Supongo que tiene que ver con el supuesto que ahí radica el amor incondicional, que aguanta y soporta todo. Pero la familia también, para muchas y muchos, estrangula. Al ser esta estructura social de intercambio que recuerda más al don que a la retribución, te lo da todo como te lo quita.
Yo te digo que sin mi madre no podría criar a Rita, pero también es porque voy “coja” en la ecuación social de la familia nuclear al no tener pareja. En estos tiempos tan complejos donde el mandato era “quédate en casa”, la mayoría se aisló con sus parejas e hijos. Aunque estos fueran insuficientes o asfixiantes. Yo más bien tuve que tirar del apoyo de mi madre –que trajo sus propios conflictos- y de la responsabilidad del padre de mi hija –que implica mucho trabajo de paciencia y negociación- para seguir.
Pero ha habido momentos de inmensa soledad. He insistido mucho en mis redes afectivas, en mi tribu, en mi manada, en mis familias escogidas. Y ha sido muy duro ver como estas formaciones que yo creía a la mano se retraían, se volvían con los “suyos” y yo me quedaba “fuera”, y a veces me sentía como un cuerpo extraño. En momentos de emergencia aparecieron y aparecimos, pero era en la excepción y no en la cotidianidad.
Ahora leo a Ale y siento un vuelco en el estómago y es que quizá yo siempre asocie esas figuras de sostén con ensamblajes afectivos. Y quizá, es que éstas tampoco tiene que reproducir el calado de lo consanguíneo ni debe esperar una responsabilidad emocional irreversible. Quizá ahí hay también una trampa. Lo pienso ahora y lo escribo sobre la marcha, respondiendo a la imagen de la que habla Ale. La he visto viviendo ese “lazo de solidaridad circunstancial, efímero o esporádico” y cómo ha sido un salvavidas para ella. Yo no lo tuve, no lo supe encontrar o construir. Quizá la sombra de la familia, aún en la insistencia de su deconstrucción, ha terminado por transferir valores a relaciones que hacen otra cosa. Tal vez, sin quererlo, sigo buscando una familia, con otras figuras, roles y miembros que siga garantizando un amor incondicional y eso opaca relaciones que tienen otra espacialidad y temporalidad, que tal vez no son sostén, pero son ventanas u horizontes o brisas, y eso, no es poca cosa.
Llevo un tiempo leyendo y releyendo el libro de Anna Tsing The Mushroom at the End of the World. On the Possbility of Life in Capitalist Ruins. Hay algo poco épico en él. A diferencia de otros relatos feministas, para pensar en un buen vivir no habla de comunidades afectivas, sino de ensamblajes colaborativos.
Quizá también hay que sostenerse de esas colaboraciones, breves, inesperadas, perecederas. Si bien no me veo sin el afecto que esas otras redes generan y que me parece hay que radicalizar los lazos que ocurren en ellas, también hay que ver lo necesario de los otros ensamblajes. Pensaba en las solidaridades que aparecen y se disuelven, como cuando el temblor del 2017 cocinabas, trabajabas, removías, hablabas con gente que no volvías a ver. Y eso no quita lo entrañable y significativo de lo que ahí sucedió.
Creo que en el relato feminista de lo que sostiene la vida, si bien hay que seguir insistiendo en problematizar las formaciones normativas del cuidado –que son la base para el funcionamiento del sistema capitalista-patriarcal-, también hay que abrir el arco de las posibilidades. A veces en la imaginación de otras relaciones psico-emocionales, en otros parentescos también se abre la ansiedad por un tipo de afecto que si bien puede ser muy rico, también puede replicar aquello de lo que estamos escapando. Tal vez, y lo digo más como deseo de exploración que como certeza, también podríamos construir el sostén en otro tipo de colaboraciones. Me quedo dando vueltas a esa frase de Ale: “Quizás un amor o un lazo de solidaridad circunstancial, efímero o esporádico y escogido, no sea menos importante para el bien vivir o el sobrevivir que uno consanguíneo e incondicional”.
Ser madre sin madre debe abrir un duelo que no imagino. Varias amigas enfrentaron la experiencia de la maternidad bajo la sombra de la pérdida y fue un reto el aprender a ser madres al tiempo de hacer el duelo por la suya. A mi me toco el ser madre sin mi padre. En realidad en estos años su fantasma estuvo más bien apaciguando -¿será que la figura del padre no impone esa transferencia?, ¿su figura no retaba la mía que emergía?, ¿no me hacía sombra?, ¿no me hacía falta para hacerme como madre?, ¿será el “Padre” o solo mi padre?- Lo curioso es que ahora, en la pandemia, comenzó a asechar.
Un día hablando con mi madre de la vida durante la enfermedad de mi papá (tuvo un infarto en la médula que lo dejó cuadripléjico). Volvió a tener cierta movilidad pero el desgaste de su recuperación gastó su corazón ya debilitado y murió de un infarto cuando yo tenía 23 años), le decía que mi hermana mucho no podía reclamarme porque ella vivió fuera todo ese tiempo. Me miró extrañada y me dijo que no, que solo habían sido un par de meses los que no había estado. No quisimos ahondar porque las dos sabíamos los reclamos que se abrirían. Sin embargo, con más duda que ganas de abrir batalla, le escribí a la noche a mi hermana para preguntarle cuándo se había ido y sin muchos rodeos me dijo “¿llevas todos estos años enojada conmigo porque pensabas que te dejé sola cuando él enfermo?”, solo pude contestar que sí. No sé cuándo comencé a contarme la historia con esas matemáticas, no sé cuándo la saqué de mi recuerdo. Pero por muchos años me la conté así y eso fue marcando las cercanías y distancias de nuestra relación. Supongo que así son los duelos, historias que se cuentan una y otra vez y otra vez y otra vez, quizá hasta que los muertos nos olviden o aprendamos a vivir con ellos, si es que eso un día se aprende.
Luisa: A mí el proceso de tener que sostener a mi criatura sin descanso, me llevó a buscar enloquecida a mi madre, por todos lados. De todas las maneras posibles y el dolor era doble. Por un lado, por las propias condiciones psicofísica que conlleva atravesar la vulnerabilidad del puerperio -con todo lo que ya sabemos de lo que se activa en ese proceso de reestructuración psíquica que además está conectado con toda una ausencia sistémica de un andamiaje público que lo sostenga en condiciones dignas o condiciones vivible- y por el hecho de tener que transitar un duelo inconcluso, sin resolver, que curiosamente me reveló que mi forma de estar en el planeta Tierra -antes de este proceso encarnado- como el modo de desarrollar mi asunto vital propio estaba sumamente domesticado por los deseos de mi familia de origen consanguínea, y, además, con unas implicaciones -en el que era mi presente en ese momento- profundamente patriarcalizadas. Entendí que lo que había articulado como lugar de poder (asociado al individualismo primermundista) era una ficción que perseguía macho-lógicas. Ficción que se iba derritiendo como pringue fangoso, cada día, al ponerme delante del bioproceso que atravesaba donde su vivilidad está marcada por la interdependencia con otros cuerpos y el hacer desde el no-utilitarismo.
Esto me metió en unos dolores de cuerpo, en unos dolores de cabeza, que todavía me duran 7 años después. Mira si la he buscado, hasta volví a mi pueblo/ciudad pequeña donde nací, pensando que no era verdad que hubiera muerto 15 años antes.
Tal dolor sin tregua y la orfandad en la que te sumerge el sostén de criaturas, es lo que me ha llevado a politizar/desentrañar todo esto que es asumir los trabajos maternos, como bien sabéis, y desde ese dolor en proceso de supuración constante, os pregunto: ¿Cómo nos hacemos cargo de la herida psíquica que va vinculada al hecho de asumir estos trabajos de sostener a otros cuerpos? ¿Cómo lo hacemos?
Helena Chávez: Creo que lo hacemos como lo venimos haciendo, con nuestro trabajo, con nuestras preguntas, con nuestras dudas, con los acompañamientos que tenemos y con el maravilloso placer que se despliega de todo esto. Yo entiendo que lo que hacemos es cuestionar las formas en que el maternar se ha establecido como un trabajo reproductivo, retamos la división que nos separa de lo productivo, poniendo ambos conceptos en cuestión, pero también el relato que el patrarcado-capitalismo conformó de nuestro trabajo bajo nociones como sacrificio, finalidad, amor desinteresado. Al hacerlo y proponer relaciones sobre otras bases creo que liberamos nuestro amor. Afirmamos nuestro maternar desde su capacidad de ser una relación no-capitalista, aún en un mundo capitalista. Afirmamos liberar nuestro trabajo de los hoyos negros que implica el amor como retribución, como deuda, como recompensa, como demanda. Liberamos a nuestro amor de ello y así, con todas las dudas que me implica la palabra libertad, nos liberamos –aunque sea un poco- nosotras también. Creo que en la incertidumbre que vivimos podemos abrazar algunas certezas. Que lo que hacemos vale la pena porque estamos haciendo otra relación con nuestras hijas, hijos, hijes. En la que ellas, ellos, elles ya son distintos y en la que nosotras somos también otras, quizá más suaves. Me gusta esa idea de una nueva suavidad, como la nombraba Suely Rolnik, para hablar de una subjetividad amorosa liberada de la demanda infinita. Creo que nos hacemos cargo viviendo bien, o lo mejor que se pueda en cada caso.
Luisa: Como blancas privilegiadas (pero más bien desde lo que hablábamos de maternar en la miserias del privilegio), ¿cómo nos hacemos cargo la la herida psíquica y socio-matérica de las compañeras que maternan desde lugares atravesados por violencias blanco-coloniales? Frente a una diáspora continua donde hay infinidad de trabajos maternos armados fuera de nuestras coordenadas, trabajos maternos transnacionales, trabajos migrantes, trabajos maternos buscadores de posibilidades más allá de sus propios cuerpos, trabajos maternos en campos de refugiados, trabajos maternos fuera del primermundismo. ¿Cómo nos responsabilizamos de estas heridas?
Helena Chávez: Nos hacemos cargo de la posición que tenemos asumiendo que es particular y nunca universal. No nos situamos como un relato dominante sino como parte de una marea con muchas corrientes, fuerzas y necesidades, donde hay condiciones más urgentes, más extremas y más en el límite –obviamente- que las nuestras y que esas son las que toman primacía. Nos situamos buscando las interseccionalidades que ponen las posiciones de las otras a cuestionar, a revisar a re situar la nuestra. Creo que en lo que respecta a nuestro privilegio, lo que toca es escuchar, trabajar, aprender de las otras, entender qué necesitan, cómo se piensan para modificar nuestras posiciones. Creo que se trabaja con, a veces en la cercanía, otras en la distancia demandada pero siempre con, nunca encima. No sé si el trabajo está en responsabilizarse de la herida de las otras, sino, en todo caso, en acompañar su herida y su cura y su fortalecimiento.
Alejandra Labastida: No hay que olvidarse, el mundo conspira para que nos olvidemos lo más pronto posible, lo dice mejor Sussan Griffin: “For necessity does not stop long enough for us to analyse. We have only brief illuminations which we must record between interruptions, set downside by side, hoping to make sense of it all some day later. And scrutiny is painful. Society´s suggestion of guilt is involved. And too much suffocation. Too many contradictions. So that when a woman is finally free of her children ´s needs, she wants to forget. She does not want to face or express her rage. And rage must come before analysis.”[1].
Ese sería el primer paso pienso, desarrollar mecanismos -como este blog- para no olvidar ni dejar ir la rabia, ni la nuestra ni la de aquellas que maternan en contextos mucho más precarios y violentos.
[1] Susan Griffin, Feminism and Motherhood” en Moyra Davey, MOTHERS READER . Essential Writings on Motherhood, Seven Stories Press, Nueva York, 2001, p. 35
Luisa: Creo que no tenemos que perder de vista la pista que nos dio la problematización que planteó Frantz Fanon volcada en los cuerpos maternos como psicopatolgía de los trabajos maternos o psicopatología de los cuidados. Todo ese acumulado inconsciente donde opera un sistema de fuerzas antagónicas. Por un lado, la auto-imposición del mito productivista, que niega el valor en número-euros-dólares-criptomonedas y la potencia estructural del trabajo que asumimos en silencio y devaluación, y por otro, el auto-rechazo, desde la intensificación de cuerpo atravesado por cargas, negación y devaluación. Cómo el cuerpo materno focaliza parte de sus fuerzas en la auto-adaptación a las imposiciones sociales. Considerando que lo “puro” está asociado a las lógicas blanco-extractivistas, por lo que el robo sistémico de la riqueza y potencia del trabajo materno que asume no le corresponde, tiene que ser cedido sin resistencia alguna a la caja del paterestado. Pero como citaba Fanon, esta zona de «no-ser» que experimentamos los cuerpos maternos configura “una región extraordinariamente estéril y árida, una degradación totalmente deprimida en la cual una auténtica revolución puede nacer».
¡Muchas gracias, Helena y Alejandra, seguimos en nuestra plática siempre abierta!