“¿Cómo seguir cumpliendo con estas labores de sostén y contención sin dejarse devorar en el intento? El trabajo materno es profundamente cronofágico, lo sabemos, sin embargo, la desaparición de estructuras externas de apoyo (sala cunas, colegios, actividades pre-escolares, red de ayuda familiar, etc.), producto de la crisis sanitaria, lo ha llevado a tal nivel de exacerbación que la “ambivalencia maternal” de la cual habla Rozsika Parker se ha convertido en un tema de supervivencia” -Sophie Halart.

Obra cabecera: She (1966) por Niki de Saint Phalle

Converso con la académica, Sophie Halart, profesora asistente del Instituto de Estética de la Pontificia Universidad Católica de Chile y PhD en Filosofía, Historia del Arte (2017) University College London (UCL) (Reino Unido), la cual investiga, actualmente, en la trama entre maternidad, materialidad en el arte contemporáneo chileno y feminismos. Además compañera en el proyecto, Sostener_encuentros para emancipar los trabajos maternos en colaboración con Carolina Castro, CCE Chile, Universidad Pontificia y Universidad Fines Terrae, que llevaremos a cabo el próximo mayo 2022 en Santiago de Chile.

Ahondamos en el canibalismo psico-afectivo materno, las cargas sobre el cuerpo-histórico que sostiene, el trabajo materno como una verdadera performance de funambulista que consiste también en quedarse con el problema y compartido por todxs para imaginar futuros de emancipación, de atención y de respeto mutuo, nutridos por nuestras existencias como seres interrelacionados y la maternidad como monstruosidad desde el falo-psicoanálisis, entre otros apuntes.

Luisa- A partir de tu investigación “Mater chilensis: hacia una relectura de lo maternal en el arte chileno” (2019) donde abordas la muestra New Maternalism (MAC, 2014) aparecen conceptos relacionados con la práctica materna tales como la familia transespecie (que nos lleva al parentesco propuesto por Donna Haraway) o la superación del victimismo (“Cría cuervas” de Gabriela Rivera) del cuerpo-materno como territorio que abastece psicofectivamente a otros cuerpos pero donde permanece la lógica de ser seguir siendo una despensa psicoenergética incondicional desde el constructo madre-en-función-padre (Victoria Sau). ¿Crees, Sophie, que en el proceso de transición paradigmática de los trabajos maternos en el que estamos inmersas desde distintas coordenadas -siendo conscientes de la herida interseccional que nos atraviesa a todas/todes- una de las articulaciones que estamos configurando está relacionada cierto canibalismo materno incorporando de límite psicoafectivo como cuerpos finitos que somos y que no podemos ser comidos psico-afectivamente por otros cuerpos en el desarrollo de la actividad humana de sostener que estamos asumiendo?

Sophie– Me parece muy relevante tu pregunta, Luisa, particularmente a la vista de la situación de encierro pandémico que nos ha tocado vivir en los últimos meses a nivel global. Para las personas que realizamos trabajos maternos, esta situación ha significado un enorme desafío que, a veces, se transforma en una imposible ecuación: ¿Cómo seguir cumpliendo con estas labores de sostén y contención sin dejarse devorar en el intento? El trabajo materno es profundamente cronofágico, lo sabemos, sin embargo, la desaparición de estructuras externas de apoyo (sala cunas, colegios, actividades pre-escolares, red de ayuda familiar, etc.), producto de la crisis sanitaria, lo ha llevado a tal nivel de exacerbación que la “ambivalencia maternal” de la cual habla Rozsika Parker se ha convertido en un tema de supervivencia.

La tradición psicoanalítica siempre ha tenido una tendencia a otorgar a la madre una dimensión monstruosa. Como lo dice Kristeva, el cuerpo materno es considerado a la vez fuente de vida y de muerte: el topos desde donde todo viene y hacía todo puede volver: una suerte de agujero negro o de entidad caníbal, como bien dices. Esta visión explica el extremo binarismo en el cual se encuentra atrapado el trabajo maternal: o es pura benevolencia o bien, es maldad. A eso se refiere también Marina Wagner cuando estudia la construcción de los arquetipos de género en los cuentos de hadas. Si bien la noción de la madre “suficientemente buena” introducida por Winnicott permitió mitigar un poco este binarismo, las y los que cumplimos funciones sostenedoras estamos acondicionadxs por estos extremos: se dice que es tóxico no prestar suficiente atención a los niñxs. Al mismo tiempo, es considerado peligroso amar demasiado, no dejar un espacio para que lxs niños se construyen como individuos. El imperativo de hacerlo bien, de mantener este equilibrio se convierte en una cuerda floja y el trabajo materno en una verdadera performance de funambulista. Por esta razón, los trabajos maternos siempre tienen el fracaso como inevitable horizonte.

Este horizonte es particularmente desmoralizador cuando uno considera las reservas de energía, optimismo y fe en el futuro que requieren los trabajos maternos. De allí la urgencia de considerar el desgaste que requiere el trabajo materno como parte de las luchas feministas. Y además, de hacerlo de forma relacional y contextualizada, tomando en cuenta la pluralidad de experiencias, voces y cuerpos involucrados en esta labor, sin buscar tampoco a glorificarla o a transformarla una vez más en un arquetipo domesticado. Como investigadora, mi campo es la Teoría y la Historia del arte y, más específicamente, la creación artística contemporánea. Me interesa, por lo tanto, estudiar las imágenes y las prácticas que desarrollan lxs artistas contemporánexs dentro de esta reflexión sobre los trabajos maternos.

Una imagen que me interesa particularmente es la del cuerpo materno como cuerpo monstruoso que explora la artista chilena Gabriela Rivera en su trabajo. Reclamarse del monstruoso consiste en partir desde este horizonte del fracaso para liberarse de ello. Como tema de investigación artística, el cuerpo monstruoso rechaza la búsqueda del ideal materno y de la buena medida y, al contrario, abraza los extremos y la idea de la maternidad como exceso. Pensar la maternidad como monstruosidad supone un ejercicio afectivo-material de gran relevancia. En su trabajo, Rivera recurre a materiales heterogéneos que provienen de la materialidad diaria del trabajo materno (dientes de leche, pieles desechadas de animales y de frutas, leche, pelo) para construir un cuerpo alternativo y expandido que incluye y acoge a la artista y a sus hijas. Esta heterogeneidad abre un espacio para una concepción transespecie de la familia que, tal como lo señalas, se acerca a las ideas posthumanistas de Donna Haraway. En Seguir con el problema, Haraway apela a la figura de “seres ctónicos” que califica de “monstruos en el mejor sentido de la palabra” y que ella describe como formas de existencia fuera de la moral, que no reconocen ninguna ideología, que no pertenecen a nadie. Me interesa pensar en el universo de los trabajos maternos como un proyecto ctónico que, por atravesado e incluso saturado que sea por la presencia de discursos de orden patriarcal, colonial, capitalista y conservador, se puede también convertir en un refugio: un refugio en el cual se articulan propuestas de vida alternativa.

En su libro Pensamiento materno, la filósofa Sara Ruddick apela al pensamiento materno como una práctica desde la cual surgen nuevas propuestas éticas y políticas antagonistas a las lógicas consumeristas y beligerantes. El libro de Ruddick ha sido criticado por su tendencia a limitarse a una concepción blanca, heteronormativa y privilegiada del trabajo materno. Me parece una crítica muy valida desde una perspectiva que considera la herida interseccional de la cual estás hablando. Me gustaría, sin embargo, rescatar esta idea del trabajo materno como un ejercicio que se fomenta a partir de la articulación de una propuesta política rehúsa a las lógicas dominantes. Cuando pensamos en el futuro post-pandémico, llama la atención el modo en que los discursos oficiales se enfocan en la idea de un “regreso a la normal”. Cabe preguntarse en qué consiste esta normalidad y la responsabilidad de ésta en la activación de la crisis actual. Se trata de un optimismo ciego que se nutre de ideas de crecimiento exponencial, extractivisimo, individualismo que han contribuido a exacerbar la crisis medioambiental, así como a invisibilizar el trabajo de sostén operado por los cuerpos maternos. Al contrario, el trabajo de cuidado opera desde lo que Lisa Baraitser llama una “lógica de interrupción” que consiste en quebrar con estos relatos triunfalistas y antropocéntricos. El cuerpo monstruoso como proyecto habitacional que acoge las labores maternales constituye una de estas fuerzas de interrupción. Es un espacio en el cual se construye un futuro respetuoso y empático hacía los demxs. En términos de práctica diaria, es también un espacio en el cual se puede dejar ver todas las tonalidades del trabajo maternal: la generosidad y la paciencia, claro, pero también la frustración y el deseo de no verse definidxs exclusivamente por estas tareas. Es un espacio en el cual la ambivalencia es bienvenida y se piensa de forma colectiva. Volviendo a Haraway, pensar el trabajo maternal consiste también en quedarse con el problema y transformarlo en un problema compartido por todxs para imaginar futuros de emancipación, de atención y de respeto mutuo, nutridos por nuestras existencias como seres interrelacionados.

Luisa- Retomando lo que cuentas de «cómo la idea del trabajo materno puede ser propuesta como un ejercicio político que rehúsa a las lógicas dominantes». ¿Será que los trabajos maternos pueden ser entendidos como disloque sistémico al ser asumido por millones de cuerpos desde coordenadas diversas, en este planeta Tierra, pero donde la explotación continúa nos atraviesa a todas/todes a pesar de la diferencias de contextos? ¿Se podría entender las prácticas maternas, las prácticas de sostener a otros cuerpos necesitados del cuidado para vivir en condiciones dignas, como un lugar de rebelión? ¿Será que este lugar de disloque nace a partir de nuestros cuerpos que se descomponen, enferman, se derraman por las cargas que asumimos en la negación continua que conlleva el extractivismo sobre las riquezas que generamos? ¿Será, como decía Fanon en «Piel negra, máscaras blancas» (1952) que la zona de “no-ser” que experimentamos los cuerpos maternos configura “una región extraordinariamente estéril y árida, una degradación totalmente deprimida en la cual una auténtica revolución puede nacer”?

Sophie- En Chile, como sabes, el año 2018 constituyó un momento de gran despertar feminista. Una serie de abusos y situaciones de acoso sexual en el ámbito académico fue el catalizador para una revuelta ciudadana caracterizada por la académica Faride Zerán como el “mayo feminista”. Fue un momento maravilloso. A mi personalmente, me dio mucha esperanza ver a una generación joven revindicar sus derechos a la libertad, a la igualdad, la autodeterminación, a la paridad en la educación. Las encontré muy valientes y me mueve todavía ver que esta energía sigue y se ha transformado en uno de los pilares de la nueva constitución que está actualmente redactando la convención constituyente.

En 2018, salió también una reedición del libro “Contra los hijos” de la reconocida escritora Lina Meruane. No sé hasta qué punto la fecha de publicación fue una coincidencia, pero me parece que dice mucho sobre las relaciones entre feminismos y maternismos -relaciones fructíferas- y complicadas a la vez. Meruane escribe su libro como un verdadero manifiesto –una llamada– en el cual identifica una relación perversa entre el rol cada vez más hegemónico que lxs niñxs ocupan en la sociedad y una re-domesticación de las mujeres. Según ella, el desarrollo y la promoción de un tipo de educación centrado en la crianza se hace en contra de la emancipación de las mujeres y tiene, por lo tanto, como efecto de socavar la lucha feminista. Hay muchas cosas interesantes y muy ciertas en lo que Meruane plantea en su libro. Una de ellas es el modo en que los discursos patriarcales del siglo pasado fueron recuperados, lavados y re-empaquetados en el discurso consumerista de la super-madre en la actualidad, esta figura heroica que lo puede supuestamente hacer todo: trabajar jornada completa, hacerse cargo de la casa, amar de modo incondicional y siempre benevolente a sus hijxs y, además, seguir siendo joven, atlética, deseable. Este discurso es una utopía profundamente dañina para las mujeres. Debajo de una celebración aparentemente feminista de las madres (“ustedes son libres y fuertes, lo pueden hacer todo”), se esconde el imperativo del éxito, incluso si significa pagar un costo enorme en términos de bienestar social, físico y mental. Es también una manera de proyectar la culpa sobre los cuerpos maternos: si fracasan en esta titánica e imposible tarea (lo que, irremediablemente ocurrirá) , será culpa de ellas y de sus ambiciones. En este sentido, la advertencia de Meruane apela a los riesgos de recuperación y co-opción a los cuales son sujetos las luchas liberadoras por parte de los discursos hegemónicos. Lo mismo pasó con las consignas libertarias del mayo 68 que, unos años más tardes, fueron recuperadas para vender autos: un tema que cubre muy bien el libro El nuevo espíritu del capitalismo de Luc Boltanski y Eve Chiapello. Entonces, siempre hay que tener cuidado con los efectos corolarios de la revalorización de los condiciones subalternas. De cierto modo, afirmar que la maternidad puede transformarse en una plataforma de emancipación y redefinición política puede tener como efecto glorificar una vez más las fuerzas supuestamente heroicas de los cuerpos sostenedores y el libro de Meruane evidencia de manera muy iluminadora este riesgo. Al mismo tiempo, me parece que lo que plantea Meruane no busca evidenciar los orígenes de la desigualdad y la violencia de genero en las cuales se ve atrapados los cuerpos sostenedores: la autora rechaza la maternidad debido a su recuperación e instrumentalización anti-feminista en la sociedad. Si bien cada persona es absolutamente libre de elegir tener o no hijxs, la razón, a mi parecer, no debería ser porque la sociedad es hostil a los cuerpos sostenedores. Más bien, la lucha feminista debe enfocarse en cambiar esta sociedad. Y en esta lucha, las personas que sí decidieron tener o criar a niñxs, tienen una voz central y hay que escucharla. Al no hacerlo, estas personas se ven expuestas a una doble-marginalización: de la sociedad y de la lucha feminista a la vez. Esto me hace pensar en un comentario que hacía Lucy Lippard sobre su experiencia como madre, crítica de arte y feminista. Lippard decía algo así: cuando me junto con otras madres, me acusan de ser cínica. Cuando me junto con otras feministas, me acusan de ser ingenua ¿Será este binarismo inevitable? ¿Es imposible criar niñxs y seguir luchando para defender la causa feminista? Sería muy reductor pensar que estamos volviendo a la tradicional división de la historia del feminismo protagonizado por un lado por Simone de Beauvoir (¡no tengan hijos!) y por otro lado Julia Kristeva (la maternidad es una experiencia única). ¿Y qué pasa con los proyectos de educación feminista?

No sé si contesto tu pregunta con esta respuesta. Lo que quiero decir es que el trabajo de sostén que desarrollan las personas inmersas en el trabajo materno es, a la vez, una condición de subyugación y, a partir de esta condición subalterna, una plataforma de rebelión, de resistencia política y de articulación de nuevas propuestas políticas a las cuales debemos dar un espacio sin victimizarlo, y sin tampoco glorificarlo. Necesitamos que las luchas feministas hagan un espacio a los trabajos maternos; y los trabajos maternos necesitan, más que nunca, su inscripción en un proyecto de sociedad feminista, que una haya decidido tener hijxs o no.

Luisa- Sophie, este último mes, que he estado medio convaleciente por un problema de salud, me he encontrado con un cuerpo que quiere habitar el presente, y un cuerpo histórico, donde se acumulan los dolores psicofísicos de mi madre, de mis abuelas y de sus vidas como esclavas domésticas desde la singularidad de sus ejes biográfico. ¿Ser cuerpo materno nos conecta con ese dolor histórico que arrastramos como cuerpos mujeres? ¿Qué hacemos con ese acumulado psíquico?

Sophie- Me encanta y me conmueve mucho esta pregunta, Luisa. Creo que la experiencia de la maternidad permite entender mejor y empatizar con el linaje gestacional y la cadena de afectos e historias que nos constituye. Ser madre pone la experiencia de ser hija y ser nieta en perspectiva. Cosas que quizás nos dolieron en la actitud de nuestras madres durante nuestra infancia de repente hacen sentido porque una entiende lo que significa habitar un cuerpo que se convierte en un espacio compartido. Una vive en su propia carne la experiencia de la ambivalencia maternal de la cual hablaba antes. Una siente en su cuerpo las exigencias y, muchas veces, la soledad que significa criar, las preocupaciones frente a la muerte (la suya y la de los demás), la enfermedad, los abortos, el dolor del parto, la violencia obstétrica, etc. Todas estas experiencias – vividas o transmitidas – adquieren a través de la maternidad una resonancia particular e inscribimos nuestras existencias en esta cadena matricial. La psicóloga Joan Raphael-Leff tiene una imagen que me gusta mucho para hablar de la porosidad entre nuestra existencia presente y el legado de los cuerpos pasados que toma forma con la maternidad: habla de un paradigma placental. La placenta es lo que nutre el feto durante el embarazo, que lo une al cuerpo maternal. Pero la placenta es también un reservorio afectivo que une el cuerpo maternal a una cadena de otros cuerpos maternales que posibilitaron su existencia. Simboliza un linaje matricial y nos permite dialogar con estos otros cuerpos. Cabe, sin embargo decir que este dialogo transgeneracional no es unilineal: no se trata solamente de las vidas pasadas que vienen a determinar nuestra propia existencia. Más bien, es un espacio turbio e intrasubjectivo en que entramos en contacto con los cuerpos que existieron, los que se fueron y también las vidas a venir. Aquí, sirve tal vez referirse a lo que la también psicóloga (y pintora) Bracha Ettinger estudia como la creación de espacios limino-matriciales y que sitúa justamente en los cuerpos maternos: cuando una abre su cuerpo (fisico y/o emocionalmente) a la co-existencia de otros, estos encuentros dejan huellas psíquicas que nos co-definen. Mi experiencia como madre se forma a través de mis encuentros con mi madre, abuelas, bisabuelas pero también con mis hijxs. Y más allá del núcleo familiar, se forma también a través de mis encuentros con otros cuerpos maternos y sostenedores. Es en este sentido también que la solidaridad feminista es una experiencia afectiva co-constituida que puede convertir este acumulado psíquico del cual hablas en una fuerza colectiva.

Sophie- Luisa, te agradezco muchísimo la invitación a pensar contigo acerca de la experiencia de los cuerpos sostenedores. Nuestros intercambios fueron también atravesados y a veces interrumpidos por las experiencias vividas (enfermedades, encierros pandémicos y, de manera general, el caos – a veces armónico, pero no siempre – que acompaña la crianza). Pensando justamente en esto – el cruce, la porosidad entre vida y teoría, me gustaría preguntarte qué opinas de la idea de la experiencia como praxis creativa y fuente de conocimiento. La filósofa LA Paul habla en su trabajo de “experiencias epistémicamente transformadoras”. Afirma que algunas experiencias no son solamente fuentes de conocimiento: son las únicas maneras de adquirir conocimiento. Habla por ejemplo del embarazo como una experiencia física y emocional que solo se puede entender por las personas que lo vivieron. Y aún más, argumenta que cada embarazo es distinto y, en este sentido, resiste a la posibilidad de ser compartida. Paul usa este argumento para criticar el llamado a un derecho universal a la vida presente en los discursos conservadores anti-aborto. Pero más allá de este caso específico, me gustaría preguntarte qué piensas de esta idea si la aplicamos a la maternidad: ¿hay algo en la complejidad de esta experiencia que impide ser compartido? Y, si es así, ¿qué significa para la inclusión de las experiencias de los cuerpos sostenedores en la lucha feminista y para la transformación de la experiencia de la maternidad en una fuente de creación y de resistencia política?

Luisa- Creo que uno de los puntos de partida sería identificar cómo el cuerpo atravesado por bioprocesos (gestación, parto, lactancia o primera crianza), como procesos de una intensa actividad física y movimientos psíquicos, se erige -desde las lógicas blanco-macho-patercentristas- como un cuerpo no legitimado para la articulación epistémica, muy lejos de poder asemejarse a un altavoz de conocimiento. Está fuera de lo que el macho-geo-manejo del conocimiento hegemónico, atravesado por el global linear thinking, autoriza como pensamiento válido, que puede a su vez generar condiciones para nuevas articulaciones en lo real-jurídico y desde/para la dimensión psicopolítica (como ética de lo deseable).

Nos recuerda la psicóloga clínica feminista, en una pasada conversación en esta plataforma, Patricia Fernández Lorenzo: “Toda crisis acarrea una tensión y abre la posibilidad a un cambio. La gestación es una crisis normativa del desarrollo pero no la única. Lejos de entrar en competiciones que siento contraproducentes, nos parece imprescindible entender y cuidar lo que supone este tiempo para las madres en el desarrollo psíquico particular de cada una. La labor materna es enorme y su impacto en la criatura, en la propia madre y en toda la familia requiere de un análisis y acompañamiento necesarios para evitar daños en las muchas vulnerabilidades que quedan al descubierto. Conocer qué cabe esperar a nivel psíquico en la gestante nos permite acompañarla para que ese tiempo de crisis sea empoderante y sanador protegiendo a las díadas mas vulnerables en su salud mental. Más que un reseteo, que sugiere un borrón y cuenta nueva, yo hablaría de un proceso. La identidad materna se construye en el tiempo y empieza en el embarazo o incluso antes. Se va sedimentando a su vez sobre la historia previa de cada una y a partir de ella. La propia psicobiografia, la infancia tal y como se recuerda y los cuidados que recibimos en las relaciones de apego con las figuras primarias. Especial atención requieren las gestantes que parten de historias de abuso, negligencia o violencias diversas en los cuidados a lo largo del desarrollo. El concepto de transparencia psíquica acuñado por Monique Bydlowski, describe esa Sensibilidad de la embarazada que permite que afloren recuerdos del pasado especialmente de la infancia y de la relación con la propia madre. Esa permeabilidad a los recuerdos, incluidos los dolorosos, actúa como ventana de oportunidad para ayudar a las madres con historias de vida complejas a poder elaborar los diversos duelos y traumas amparadas y sostenidas en el contexto de una relación terapéutica segura. La transparencia psíquica, por tanto, facilita que en esta crisis de identidad, con la ayuda necesaria, podamos sanar viejas heridas y empezar la nueva andadura desde un lugar más consciente y evolucionado que nos permita no repetir las historias traumáticas ejerciendo los cuidados desde la empatía y el amor”.

Uno de los anclajes, sería que devenimos de una tradición blancocéntrica donde la “verdad” se ha ido articulando a partir de macho-consensos desde el ficcionado de tener que asemejarnos un cuerpo universal (donde la singularidad se cancela como posibilitan identitaria) como cuerpo que no está atravesado por lo vivo, por la muerte y por las “impurezas/defectusosa” de las fuerzas vivas y sus bioprocesos (correspondientes). Cuerpo universal ficticio que se considera como única fuente epistémica legítima. Hay que alejarse atávicamente de la muerte, como parte de la neurosis extractivista del cuerpo-comunidad-masculino, y, claro, los cuerpos que son puertas a la vida, cuerpos capaces de generar fuerzas para la continuidad de nuestra especie como animales-humano (aquí no me refiero sólo a la posibilidad de gestación/parto/lactancia/puerpérico sino a todos los cuerpos que asumen la responsabilidad profunda e irreversible de sostener a una criatura a cargo desde un proceso de entrañamiento inconsciente y encuerpamiento de tal sostén), danzan, bailan y dialogan continuamente con el fin, con el límite, con lo finito, con la muerte; y con el sometimiento sistémico de no poder ser cuerpos que acumulan, ya que sus riquezas son continuamente robada (aquello de la expoliación de las fuerzas vivas, que nos recuerda Suely Rolnik).

No creo que las maternidades o trabajos maternos sean actividades humanas más complejas que otras, sino que no han tenido la posibilidad de ser narradas, por la devaluación y asignaciones de género que bien sabemos. No han podido habitar (una vez narradas) un espacio político/simbólico/académico extenso, denso, desarrollado en el tiempo… para vertebrarlas como actividades humanas legítimas y prioritarias, de las que depende -inexorablemente- el paterestado para su continuidad.

Existe una negación (lo que citaré después como mito de la “negación perpetua”) donde no ha existido -ni existe- todo un andamiaje normativo desde sus distintas especificidades con protológos, programas, políticas pertinentes etc que faciliten la comprensión de la dimensión psicointerna de lo que significa maternar o sostener menores, y con ello legitimar la potencia epistémica que esconde como escenario de transformación hacia otras maneras de entender la dimensión política de los bioprocesos que atraviesan nuestros cuerpos, sus encarnamientos, para proyectar un desarrollo deseable del cuerpo social (y teniendo siempre presente que abarcar lo reproductivo como lugar de posibles articulaciones no tiene por qué reforzar estructuras de pensamiento arcaicas ni reaccionarias. Politizar lo que atraviesa los cuerpos, sus bioprocesos y afectaciones, no es esencialista, sino una estrategia urgente como parte del proceso de revelado de todo lo que ha eliminado como posible epísteme este sistema blanco-macho-patriarcal-extractivista).

Los cuerpos que asumen tales actividades humanas que posibilitan la vida, y sostienen la continuidad de la vida con los cuidados, no son cuerpos que pertenezcan al cuerpo universal -que no cuida ni ha cuidado nunca-, y tales afectaciones o procesos encarnados que le han ido atravesando -como cuerpo gestante, cuerpo parturiento, cuerpo lactante, cuerpo púerpero, cuerpo sostenedor primera crianza, cuerpo sostenedor entrañado- se han considerado variables defectuosa, que lo alejan del cuerpo aséptico ficticio universal legitimado como fuente epistémica. Muy lejos de la posibilidad de poder articular “verdad”, ya que lo legítimo, dentro de ese cuerpo ficticio está ausente de enfermedad, cargas psíquicas, heridas, agotamiento, estreches vital, asignaciones de género, esclavitudes psicoafectivas/sexuales/domésticas/pateratencional etc. Lo legítimo persigue una lógica donde se proyecta una ficción de no-muerte, de no-fin.

Sin embargo el momento que atravesamos, como parte de un proceso más amplio que nosotrxs, el que llamamos como “Nuevas Luchas Reproductivas”, supone una potente oportunidad paradigmática para transformar estas lógicas -sin caer en esencialismos-, y colocar a los cuerpos que se ve atravesado por estos procesos encarnados, procesos que posibilidad las continuidad de las fuerzas vivas, como altavoces epistémicos que no se tienen que macho-adaptar al cuerpo ficticio universal.

También, todo esto, nos sirve como estrategia para ir desmontando la sobre-narración actual sobre los distintos mitos que acompañan al “proceso de blanqueamiento” de las crianzas (que la reducen como práctica única homogénea) como proceso, desde al deseo-colonizado, hacia un territorio de lo “puro”, y ahí encontramos:

(1) Mito de la maternidad productivista igualitaria que coloca la estructura asalariada como única estrategia de emancipación y niega los bioprocesos que atraviesan a los cuerpos puerperos y criaturas durante la primera infancia -0 a 3 años- como procesos determinante de la salud futura de los cuerpos implicados; (2) Mito de la crianza natural basado en horizontes capacitistas que colocan a los cuerpos maternos como despensa energética sin fin, reforzando la esencialización del género (desde psicocontructo estar-para-otros) y reproduciendo estructuras de logística matérico/doméstica normativas que refuerzan la ideología de “lo-normal, lo-natural, lo-patriarcal”; (3) Mito de la negación perpetua anclado en la naturalización de que todos los malestares, problemáticas, necesidades, demandas y condiciones mínimas (que debería ser innegociables) que parten de los cuerpos maternos y de las criatura -para que asumir tales actividades humanas son sea sinónimo de pobreza, exclusión, negación o patologización/medicalización- no están permitidos, ni autorizados como demandas políticas legítimas, no hay posibilidad de narración, ni posibilidad de vertebrarlas como parte estructural del cuerpo social: (4) Mito de la unidad nuclear heteronormativa monógama consanguínea a partir de reliquias de romantización, como única organización de crianza válida para un desarrollo en condiciones de bienestar y buen vivir de las criaturas, y esto nos devuelva la pregunta que abría la académica, Carol Arcos Herrera: ¿El hogar heteropatriarcal como nudo borromeo de transmisión cultural y económica no ha sido acaso en donde la fuerza vital de creación nos ha sido expropiada, es decir, en ese escenario subjetivo en donde pulsionan también el mal-estar, las crisis y los lenguajes para nombrar la rebelión impotente que muchas mujeres han vivenciado en aquel falo-domus? Y como cierre, del proceso de blanqueamiento, estaría el (5) mito de la externalización de los trabajos maternos desde la expropiación del asunto vital propio de cuerpos que devienen de contextos atravesados por violencias y estados de protección fallidos.

¿Será que cuando logremos ir desarmando el proceso de psicopatología de los trabajos maternos en el que conviven fuerzas que buscan asemejarse a los mitos frente a fuerzas que lo rechazan y buscan la emancipación, seremos capaces de emerger, los cuerpos maternos, como cuerpos epistémicos legítimos?

Luisa- ¡Muchas gracias, Sophie, por tu generosidad en estos tiempos convulsos! ¡¡Seguimos construyendo juntas…!!