Nuestro derecho fundamental a la movilización pacífica del malestar generado por cuidar durante el encierro (confinamiento) y por el corpomanejo político de esta crisis sanitaria con las pensadoras feministas Helena Chávez Mac Gregor (Ciudad de México), Lucía Barbudo (Murcia), Maite Garbayo (País Vasco/Barcelona), Marta Busquets (Barcelona) y Carol Arcos Herrera (San Diego).

Obra cabecera: Língua apunhalada (Stabbed Tongue, 1968) de Anna Maria Maiolino

A continuación abrimos la reflexión sobre la movilización del malestar con compañeras de luchas teórico-materno-vitales planteando que dada la gravedad de esta crisis sanitaria y los resortes que se han activado por pura acumulación histórica (una acumulación machobélica cristalizada ahora en el falocapitalismo) percibimos que como cuerpos “mujeres” madres o cuerpos gestaste/sostenedor o cuerpos sostenedores de criaturas se nos exige la negación del malestar interno generado por todo lo que acontece (desde el contexto español marcado por el barrido de los derechos de la infancia, el no reconocimiento político/económico del valor brutal del trabajo de cuidados en el espacio doméstico, etc).

Sentimos que en el macho-escenario-deseable se espera nuestra corrección moral y emocional, autocensura, autodisciplinamiento, macholímites.

Ser los amortiguadores del perverso turbocapitalismo con nuestros cuerpos precarizados.

¿No es extraño que no se ponga en circulación nuestro malestar durante estas circunstancias como ciudadanas de estados democráticos como cuerpos emancipados que somos?

¿Sería aconsejable ampliar las maneras de enfocar todo que sucede en nuestro interior durante esta crisis (oportunidad) reconociendo lo que hay sin que por ello suponga una pérdida de poder social ni una pérdida identitaria?

¿No habría que plantearse la legitimidad del malestar de manera pública teniendo en cuenta que los cuerpos “mujeres” devenimos de estar históricamente confinadas (encerradas en las casas, paterfamilias, fábricas, haciendas, cortitos, conventos, fincas, matrimonios, explotaciones agrícolas, etc) con la obligación del cuidado de lo doméstico y de satisfacer las demandas sexuales del machocuerpo (coitocentrismo y favores sexuales)?

Además (¡dato importante!) este no es un sistema socioeconómico montado a partir de las demandas de los cuerpos «mujeres«, estando muy lejos de las necesidades contingentes de los cuerpos «mujeres» madres y de sus criaturas.

Responde Carol Arcos Herrera (University of California, San Diego):

Me preguntas esto y lo primero que se me viene a la “guata” (palabra de origen mapuche que usamos en Chile para hablar del estómago) es la idea de que el malestar de las mujeres genealógicamente ha devenido en síntoma, quedándose al margen de lo simbolizable, del lenguaje, de la cultura. Pienso en los cauces de la histeria decimonónica, en la locura y desbordante naturaleza corporal asociada a nuestros cuerpos, o en todas las maniobras del patriarcado-colonialista-capitalista que deja nuestras “quejas” en el terreno de un desenfreno libidinoso que requiere del confinamiento. Nuestro malestar históricamente ha sido considerado una insolencia ante los interdictos machistas, una rebelión impotente que ha derivado en la figura de las “quejosas” mujeres que deben ser acalladas para no importunar el tránsito expedito de las mercancías de todo tipo.

Ahora bien, estamos en una coyuntura particular que amerita de medidas de precaución y cuarentena claras y decididas ante el contagio de COVID-19. Sé que en las Españas las medidas han resultado extremas –sobre todo para niñas, niñez y niños– y que en los pueblos el encierro total no tiene mayor sentido, como sí quizás en ciudades masivas como Madrid. Ahora, desde mi experiencia en California, la verdad, es que el confinamiento ha sido parcial, podemos salir a caminar y correr manteniendo siempre una distancia de 6 pies con los demás, también podemos salir a comprar cuantas veces queramos, pero claro con la recomendación de hacerlo lo menos posible. Es muy diferente esta experiencia a la que están teniendo ustedes. Aun cuando EEUU es uno de los países más golpeados por el virus, la realidad de los Estados difiere bastante en cada caso. California, por ejemplo, tuvo casos antes que New York, pero Newsom comenzó antes con las medidas de distanciamiento social (hay que decir que lo hizo bien) y, por ejemplo, las universidades, campo en el que trabajo, pararon sus clases bien temprano respecto de otros Estados y comenzaron con la enseñanza online (¡ese es otro tema!).

Además de que, por ejemplo, la ciudad de New York tiene una densidad y concentración mayor de población respecto de lugares como San Diego, y por eso la propagación de la enfermedad puede acelerarse, la vida en California se hace principalmente en automóvil y no en transporte público. Eso, claro, es parte de otra historia, pero en este contexto nos ha beneficiado.

No obstante, esta lógica me hace sentido a mí desde mis propios privilegios de mujer profesional, porque para gran parte de la población latina y afroamericana el virus ha sido devastador, dando cuenta nuevamente de la dinámica necropolítica hegemónica de la sanidad capitalista en este país. Cuestión que también es tan macabramente fuerte en Chile (soy chilena), por ejemplo, cobran por la prueba del examen de COVID-19.

Volviendo a tu pregunta y en relación con la maternidad, creo que maternar en las condiciones actuales es difícil (ya lo es en general) y que la ambivalencia materna, tan estudiada por los psicoanalistas, debe ser valorada como un sitio de resistencia ante relatos absolutistas sobre el trabajo del cuidado (que en general es hecho por mujeres). Estos discursos continúan operando y exigiendo del trabajo materno un “amor femenino innato” tan nocivamente irreal y útil para el Falo-capitalismo, además de reprimir las corporalidades críticas a la red de significantes históricos que han tramado, por ejemplo, ideas tales como el ángel del hogar, la mujer doméstica, la madre cívica, la madre trabajadora, la madre profesional, la madre superwoman.

Responde Helena Chávez Mac Gregor (Instituto de Investigaciones Estéticas UNAM, Ciudad de México):

He discutido mucho con mis colegas, sobre todo hombres, por la ansiedad de producción que se palpa en el mundo académico y cultural. Entiendo que cada quien lleva esto como puede, pero me pregunto si en esta reacción hiper productiva no hay una resistencia de nuestra propia subjetividad -capitalista-. En lo personal, me siento perdida en un océano de textos que pretenden explicar lo que nos pasa. Yo difícilmente logro articular las ideas y los colegas y referentes -casi siempre hombres- no dejan de producir nuevos marcos, nuevas teorías, nuevos contenidos, nuevas revoluciones, nuevas salvaciones. Ya se destruyó el mundo y se volvió a inventar y yo sigo en casa. Van a una velocidad que no consigo seguir. Me sorprende y me abruma. También me hace sentir incompetente. También soy eso y me siento fuera de juego. Es un juego que detesto, pero también, a veces muy a mi pesar, sigo jugando.

Llevo semanas peleando para intentar asumir este estado, el mío. Peleando para poder decir y decirme que todo esto es trabajo. Limpiar, cocinar, cuidar, contener, calmar. Que el trabajo de sostener la vida en estas condiciones es inmenso y que de pronto, al menos a mi, no deja espacio para mucho más.

Romantizar el aislamiento es un error. Lo es para las familias, que también pueden ser un infierno. Y lo es también para la gente sola. La imagen de que ellas y ellos podrán disfrutar una suerte de “vacación” es también una banalidad que olvida lo difícil de la soledad. La crisis es compleja para casi todas y todos. No hay porque romantizar, seguramente en la mayoría de las variables encontraremos momentos de calma, pero también momentos muy oscuros. Deberíamos tener la generosidad de entender la circunstancia de cada una y aprender de ellas aquello que evidencia el fallo de los estados, de los diversos modelos económicos, de los modelos de familias, de las subjetividades.

Este sentido, este malestar se tiene que escuchar y también hablar. Creo que en vez de seguir pensando en términos biopolíticos, pensando en población -aún cuando asumamos el mandato del aislamiento-  sería un buen momento para pensar diferenciadamente. Lo de los balcones “policiales” en España horroriza. Es urgente entender que la crisis y las implementaciones que han decretado los estados afectan de manera diferenciada. No romantizar nada y pensar qué necesitan las trabajadoras esenciales, las madres solteras, las personas en estado de calle, de fragilidad emocional. Qué podemos cada una. No sólo para sobrevivir la crisis sino para poder gestionar lo que se viene. La situación nos hace situarnos de manera muy diferenciada, habrá las que no puedan parar –por sus condiciones económicas o porque sus trabajos impliquen una responsabilidad social inmensa no solo ahora sino de futuro- y otras tendrán que concentrar toda su existencia en sortear la emergencia. Creo que es un momento crucial de solidaridad y generosidad, de diferenciación, de pensamiento particular, cosa a la que a veces parecemos alérgicos. De lo que creo que estoy más harta es de que me digan cómo tengo que vivir esto, cómo lo tengo que pensar, qué vocabulario tengo que usar, qué marco seguir, cuál desechar.

Me interesa suspender la lógica de la productividad y pensar, como lo sugiere provocativamente Maggie Nelson, en actos de producción, ¿cómo creamos sin escindirnos del profundo trabajo que es sostener ahora mismo la vida?, ¿cuándo bajamos la velocidad?, ¿cuándo la subimos?, ¿cómo apoyamos a las y los que se agotan?, ¿cómo seguimos cuando ya no parece posible seguir?

A veces, pienso eso. Otras, sólo me sorprendo a mi misma repitiendo este párrafo de On Earth We’re Briefly Gorgeus de  Ocean Vuong

“Sometimes, when I’m careless, I think survival is easy: you just keep moving forward with what you have, or what’s left of what you were given, until something changes –or you realize, at last, that you can change without disappearing, that all you had to do was wait until the storm passes you over and you find that –yes- your name is still attached to a living thing.”

(“A veces, cuando soy descuidada, creo que la supervivencia es fácil: sigues adelante con lo que tienes, o con lo que queda de lo que te dieron, hasta que algo cambia -o te das cuenta, por fin, que puedes cambiar sin desaparecer, que todo lo que tenías que hacer era esperar a que la tormenta te pase por encima y te encuentras con que -sí- tu nombre sigue unido a un ser vivo»)

Responde Lucía Barbudo (Coordinadora Anti Represión Región de Murcia Disidencia de género CATS, Murcia, España):

Me preguntas si es extraño que tengamos que ocultar nuestro malestar, que tengamos que exigirnos corrección moral y emocional, y yo pregunto: ¿puede de alguna manera ser extraño aquello que históricamente nos es tan familiar? A mí esto que planteas de “ocultar nuestro malestar” me retrotrae un poco a la Mística de la Feminidad, al fin y al cabo, volvemos a estar encerradas en casa y volvemos a tener, parece ser, que seguir haciendo todo (cuidar, maternar, limpiar, cocinar, teletrabajar) con una sonrisa, la sonrisa del estar cumpliendo con lo que ha de ser, como corresponde a nuestro género.

Ser complacientes, sacrificarnos, estar ahí para les demás, acatar órdenes, ¿es esto nuevo? Desde luego que no. El mandato de género que semántica y políticamente delimitaba y prescribía lo que entonces era una “buena mujer” ha transmutado en lo que ahora, a la luz de este nuevo escenario pandémico, es una “buena ciudadana”; en la jerarquización que tanto gusta a los sistemas cisheteropatriarcales donde se marca, apuntala y aplaude la subordinación de las relaciones (que por definición jamás promoverá una relación horizontal entre verdaderos iguales), se ha sustituido al marido por el Estado, al marido por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, al marido por la policía de los balcones. Las herramientas de vigilancia y control, bajo el pretexto de “nuestra” seguridad y maquilladas de “nuestro” bienestar, se han transformado, pero siguen estando ahí.

¿Quién puede plantear un escenario de desobediencia cuando se vende que nos toca respetar las normas precisamente para cuidarnos? ¿No está todo perversamente bien montado para que “quedarse en casa” de repente sea algo que debemos hacer por el bien común, por el cuidado colectivo?

Me preguntas si es extraño que tengamos que ocultar nuestro malestar y yo pregunto: ¿por qué las mujeres seguimos siendo estadísticamente las más diagnosticadas con enfermedades nerviosas, con cuadros de ansiedad, con trastornos bipolares, con depresiones? ¿Las enfermedades tienen género? Ciertamente, estas patologías no tienen género, pero la ciencia médica y todo su elenco de falos expertos sí. El malestar que no supo nombrar Betty Friedan era el sistema capitalista y su sempiterno maridaje cisheteropatriarcal. Basta ya de patologizar el “malestar” como si fuese una dolencia individual, un problema al que se pudiera poner fin con una receta médica.

Nuestro malestar no es medicalizable, forma parte y tiene su origen en nuestro contexto político y vaticino que, como consecuencia de este largo confinamiento, todo a lo que me he referido más arriba se va a ver seriamente agravado. Según yo lo veo, politizar el malestar, abordarlo desde lo político y no desde lo meramente médico y/o emocional, sacándolo, como tú señalas, Luisa, de la esfera privada para ponerlo sobre la mesa pública, sería un acertado primer paso para proceder a la disección de este cadáver en el que se está convirtiendo esta zombi-sociedad.

Responde Maite Garbayo Maeztu (Historiadora del Arte e investigadora, País Vasco/Barcelona):

Voy a hablar desde el enfado, desde la rabia, desde el hartazgo… Hace un mes que asisto atónita al discurrir de los acontecimientos: primero a la orden repentina de confinamiento selectivo, después a las ruedas de prensa militarizadas que hace tiempo dejé de ver y escuchar, al asqueroso discurso bélico-machista-racista y nacionalista-español que se ha convertido en cotidiano… Al adultocentrismo extremo que niega sistemáticamente los derechos de las personas mayores (no encuentro palabras para nombrar lo que pasa en las residencias) y de las niñas/os, que llevan un mes encerrados, en circunstancias más o menos crueles dependiendo de la clase social a la que pertenezcan… A la proliferación de escritos de machos filósofos izquierdistas que consideran que lo que tienen que decirnos es muy importante, y además necesitan constatar que siguen ocupando espacio también en el epicentro de la pandemia… A las opiniones de quienes vaticinan el fin del neoliberalismo, y casi el inicio de una especie de edén eco-colectivista y feminista. Será quizás en otro mundo, en otro tiempo…, porque aquí sobre todo hay milikos, una insolidaridad creciente, demasiada policía con y sin uniforme, mucha moralina, poca ética, y una docilidad que me resulta insoportable.

Sí, lo que más me ha impresionado es nuestra docilidad. Somos cuerpos dóciles, totalmente entregados al manejo bio y necropolítico de esta crisis. Están haciendo y harán con nosotrxs lo que quieran. Así, sin apenas rechistar. Nos han encerrado en casa, nos obligan a cuidar teletrabajando, a partir de hoy martes 14, nos obligan a cuidar y a ir a trabajar a la vez, nos obligan a confinarnos con nuestros agresores, a hacinarnos en habitaciones de 5 metros cuadrados que ni siquiera podremos ya pagar porque no han suspendido los alquileres. Y mientras, se comete un delito de salud pública contra la infancia, contra los mayores y contra todas las personas en situación de vulnerabilidad o que simplemente no pertenecen a las clases blancas-medias, y por tanto no disponen de un hogar acomodado en el que confinarse.

Que nadie me malinterprete, no niego la crisis sanitaria, y sé que seguramente era necesario tomar ciertas medidas para evitar un colapso aún mayor de los hospitales que hubiera supuesto un aumento en el número de muertes. Pero decretar la vuelta al trabajo de los servicios no esenciales a partir de hoy, permitir aglomeraciones en las fábricas, en los trenes, en el metro… mientras se siguen ignorando, una y otra vez, los derechos de las personas más vulnerables, es algo que no puedo entender. No puedo entender que el sábado no hayas podido despedir a un ser querido que ha muerto solo en el hospital, y sin embargo hoy martes te has tenido que hacinar en un vagón de metro en hora punta para ir a trabajar.

Aquí priman la necropolítica empresarial y el adultocentrismo, entendido como un desprecio absoluto a otros modos de estar en el mundo alejados del sujeto hegemónico eurocéntrico y que se cree autónomo. Un desprecio absoluto a la interdependencia que convocan, por ejemplo, lxs niñxs y lxs ancianxs, interdependencia que esta crisis debería haber puesto en el centro del debate. El problema, desde el principio, es que aquí se ha optado por la guerra. La guerra para supuestamente proteger un concepto de “vida” que creo que no tiene nada que ver con el que se reivindica desde algunos feminismos y desde el buen vivir.

Luisa- ¿No es extraño que se niegue y no se ponga en circulación nuestro malestar durante estas circunstancias como ciudadanas de estados democráticos y cuerpos emancipados que somos? ¿Te has sentido forzada a la corrección emocional y a romantizar el confinamiento?

Maite Garbayo- La corrección emocional siempre se nos ha exigido a las mujeres y a los cuerpos feminizados y devaluados. En cuanto a la romantización del confinamiento, te diré que al inicio de todo esto una de las cosas que más me impactó fue que la gente compartiera sin parar el hashtag #yomequedoencasa, como si fuera un gesto espontáneo de solidaridad y de activismo colectivo. A mí, el hashtag #yomequedoencasa me parece paternalista y profundamente insolidario. Es insolidario hacia quienes no tienen casa, es insolidario hacia las mujeres encerradas en casa con sus agresores, es insolidario hacia muchas familias migrantes y pobres que viven compartiendo pisos en nuestras ciudades, y tienen solo una habitación de 6 m2 para cuatro personas. Es insolidario simplemente hacia quienes trabajan en un supermercado y no tienen el mismo derecho que tu a quedarse en casa. Es también un gesto blanco, clasista y eurocéntrico, propio de quienes nunca han intentado mirar más allá de su propio ombligo.

Luisa- ¿No crees que sería interesante ampliar las maneras de enfocar todo que sucede en nuestro interior durante esta crisis (oportunidad) reconociendo lo que hay sin que por ello haya una pérdida de poder social ni una pérdida identitaria? ¿No habría que plantearse la legitimidad de la circulación del malestar de manera pública teniendo en cuenta que los cuerpos “mujeres” devenimos de estar históricamente confinadas (encerradas en las casas, fábricas, haciendas, cortitos, conventos, fincas, matrimonios, explotaciones agrícolas, etc) con la obligación del cuidado de lo doméstico y de satisfacer las demandas sexuales del macho-cuerpo (coitocentrismo y favores sexuales)? Además (¡dato importante!) este sistema socioeconómico no lo hemos montado los cuerpos «mujeres», y queda muy lejos de las necesidades contingentes de los cuerpos «mujeres» madres y de las criaturas.

Maite Garbayo– Soy bastante pesimista, me cuesta pensar en esta crisis como una oportunidad. Como ya he señalado, de momento creo que apunta a todo lo contrario. Hasta ahora solo veo que esta crisis, como ha pasado con crisis anteriores, exacerba la pobreza y la explotación de las mujeres y de las madres. Y ya no digamos la materialidad del confinamiento, que, como bien dices, nos devuelve al espacio de lo privado como ese lugar de lo que se oculta, de lo que no importa, de aquello que está fuera del espacio de representación.

Pienso, además, que esta nueva configuración del espacio que se nos ha impuesto durante el último mes: dispersión, desconexión, asilamiento en núcleos familiares; unida a lo diligentes que hemos sido cumpliendo el mandato de encierro, contribuirá a definir y a diseñar las nuevas reglas y modos de vida que vendrán tras el confinamiento. Si algo me queda claro es que no vamos a ser nosotras quienes los diseñemos.

No sé, quizá solo nos quede confiar en que tal vez, aunque se trate de obviar por todos los medios, esta crisis ha hecho evidente la importancia del cuidado, de la interdependencia, de la vulnerabilidad y del sostenimiento de los cuerpos. Que el escándalo en las residencias de ancianos; que la imposibilidad de compatibilizar cuidado y trabajo; que la enfermedad y la muerte, hayan puesto en el centro la materialidad de unos cuerpos que fueron cuidados y necesitarán ser cuidados. Que esta crisis no es esa guerra incorpórea y aséptica que nos quieren vender, que somos cuerpos, y en cuanto tales, nos sostenemos solo en relación a otros.  Que es prioritario que las vidas merezcan ser vividas, y que por eso muchas de nosotras no compartimos su concepto productivista y moralista de “vida” (que está siendo central en esta crisis), porque es el mismo que nos niega, por ejemplo, el derecho al aborto y a la muerte digna.

Yo quisiera, también, que nos atreviéramos a dejar de ser dóciles. Que saquemos a lxs niñxs a la calle para que les de el sol, que hagamos huelga de alquileres, de trabajo, de productividad… Que reivindiquemos que no somos todxs iguales, ni compartimos las mismas realidades vitales o materiales. Que rompamos ya este confinamiento estricto, (y único a nuestro alrededor), poniendo por delante una ética común del cuidado, pero dejando de acatar la ley solamente por ser ley.

Responde Marta Busquets (Experta en derecho género y salud Maternidades con gafas violetas, Barcelona):

En parte no me extraña y forma parte de la épica machista, que entiende la vida en términos de grandes heroicidades, renuncias y un concepto de la vida como competición, dolor, etcétera. Ahora nos dicen que estamos en guerra contra un virus, incluso leí que un gran investigador hablaba de los virus, bacterias, etcétera. en términos bélicos como un enemigo invisible y microscópico de futuro que nos amenaza. La realidad es que la vida es, de hecho, literalmente posible gracias a todas estas bacterias, virus y entes microscópicos, están en nuestra piel, intestinos, etc. y sabemos que roto el equilibrio, enfermamos, es decir, no hay vida. No hay enemigos.

Estoy muy cansada, sí, de todo este discurso épico machista-belicista donde ahí afuera todo es una amenaza de la que nos tenemos que defender. Ahora de repente llevar mascarilla es seguro para todes, hace unos  años reclamábamos a las mujeres musulmanas que se destaparan la cara porque era una cuestión de seguridad nacional. Todos estos vaivienes ponen de manifiesto que lo que se nos exige a la ciudadanía tiene nada que ver con nuestra seguridad y todo que ver con lo que el sistema quiere de nosotras.

Como madre, ahora se me exige que me inmole a mí misma e inmole las necesidades de mis criaturas, encerrándolas en casa. No se me permite la crítica (las redes sociales están actualmente siendo monitorizadas en busca de «discursos peligrosos»), tampoco se me permite grabar los abusos policiales (véase el caso de Bilbao, han multado a las vecinas que grabaron la agresión policial a una madre y a su hijo discapacitado indefensos), no se me permite salir con mis criaturas a dar una vuelta pequeña aunque definitivamente fortalecería nuestra salud, pero sí se permite que vuelva a trabajar y me meta en un metro. También se me permite salir a las 8pm cada tarde a aplaudir al balcón y de hecho, no hacerlo, me convierte en una sujeta peligrosa y sospechosa.

Como madre, releyendo tu pregunta, pienso que en estos años de crianza no he hecho otra  cosa que amortiguar dentro de mis posibilidades y circunstancias (de privilegio) que amortiguar los efectos de este sistema desbocado y enfermo, el capitalista, neoliberal, machista, etcétera. sobre mis criaturas. Lo que pasa es que ahora el sistema aprieta aún más y nunca se sabe hasta dónde aguantaremos las personas.

Pero yo apelaría a una épica de la maternidad, no desde una concepción de defensa belicista, sino lo que venimos haciendo en la historia de la humanidad, la autodefensa de la vida, que sabes qué, pienso en gran parte nos pertenece, la vida es nuestra. A mí por lo menos me van a encontrar, y sé que somos muchas, desde la consciencia o la inconsciencia, defendiendo vidas vivibles para todas las personas.

Luisa- ¿No es extraño que se niegue y no se ponga en circulación como cuerpos emancipados nuestros malestar durante estas circunstancias como ciudadanas de estados democráticos? ¿Te has sentido forzada a la corrección emocional y a romantiza el confinamiento?

Marta Busquets- Sí, en este discurso belicista tenemos un nuevo enemigo común, estamos en guerra, y cualquier disidencia o contradiscurso, así como cuestionamientos, es un acto de traición. No sucede sólo con las madres, también existe censura respecto de personas profesionales saniarias, sobre qué pueden decir y lo que no. Si explican lo que sucede en los hospitales o critican la falta de material protector (recordemos, imprescindible para parar la epidemia) son cesadas.

Expresar malestar es ya de por sí un acto de disidencia y un discurso peligroso, en la medida en que puede hacer que todas estas personas consumidoras de esta maraña de contenidos en redes sociales infantilizándonos para que hagamos manualidades y nos quedemos en nuestras casas, que todas estas personas conecten con su malestar y pidan explicaciones de lo que está pasando.

Creo que seríamos definitivamente mayoría de personas con malestar, teniendo en cuenta que la mayoría de población en España no vive en condiciones adecuadas y somos una nación empobrecida y precarizada.

Luisa- ¿No crees que sería interesante ampliar las maneras de enfocar todo que sucede en nuestro interior durante esta crisis (oportunidad) reconociendo lo que hay sin que por ello haya una pérdida de poder social ni una pérdida identitaria? ¿No habría que plantearse la legitimidad de poner en circulación el malestar de manera pública teniendo en cuenta que los cuerpos “mujeres” devenimos de estar históricamente confinadas (encerradas en las casas, fábricas, haciendas, cortitos, conventos, fincas, matrimonios, explotaciones agrícolas, etc) con la obligación del cuidado de lo doméstico y de satisfacer las demandas sexuales del machocuerpo (coitocentrismo y favores sexuales)? Además (¡dato importante!) este sistema socioeconómico no lo hemos montado los cuerpos «mujeres», y queda muy lejos de las necesidades contingentes de los cuerpos «mujeres» madres y de las criaturas.

Marta Busquets- Por supuesto que debería producirse esta ampliación del malestar, pero pienso que el sistema literalmente depende de este ocultamiento de nuestras necesidades, en el  momento en el que surjan a la luz el sistema se va al traste.

Últimamente no dejo de leer noticias sobre qué pasará después, casi parece que nos están ya advirtiendo de un futuro sombrío del que no podemos escapar para que nos resignemos. Es como cada vez que se acerca la fecha de salir de casa, del fin del confinamiento, ya nos avisan de que se alarga 15 días más.

Ahora como digo salen todos estos artículos de que vamos a un mundo hipercompetitivo, en el que seremos pobres, no habrá trabajo, las naciones se cerrarán en banda, etcétera. Me indigna, nadie sabe lo que va a pasar. Veo por todas partes al sistema tratando de salvarse a sí mismo, lanzando el mensaje de «ves, si es que no podía ser de otra manera y todo se ha hecho y se hace por vuestro bien».

Me cuesta creer que todo este confinamiento los gobiernos lo han montado para proteger a la población vulnerable. ¿A gente mayor? Pero si les tenemos aparcades y hacinades en condiciones absolutamente insalubres en residencias, que de hecho ha sido la sentencia de muerte de muches cuando ha llegado el covid, y cobrando pensiones que no llegan siquiera a mínimos de subsistencia.

¿Para ayudar a gente inmunodeprimida? Que no recibe prestaciones ni ayudas y muchas de estas personas ahora no pueden acceder a los tratamientos que las mantienen con vida o con un nivel de bienestar y funcionalidad vital suficientes, porque sus medicamentos se están destinando todos a investigación para covid. ¿Cómo funciona esto?

¿Para salvar al sistema sanitario de su colapso? Al mismo sistema sanitario que la clase política lleva esquilmando sin la más mínima piedad estos últimos años.

¿De qué va este confinamiento en realidad? Como persona y como madre me saltan muchas altertas, especialmente si entramos en comparaciones, que son odiosas, en relación con qué medidas se han tomado en el resto del mundo, inclusive en qué términos se plantea el confinamiento.

Me saltan infinitas alertas sobre cómo España es el único país de Europa donde por ejemplo, las criaturas no salen. O cómo se decanta por el modelo Chino, un modelo que surge en una macrodictadura, pero no se decanta por modelos europeos.

Y aprovecho este momento para expresar mi repugnancia y repulsa total a la intervención del ejército en toda esta cuestión.

Había, hay y habrá muchas maneras de hacer las cosas y si una cosa demuestra la historia, es que muy a pesar del sistema, se han conquistado un gran número de derechos, la tendencia de derechos, en términos capitalistas neoliberales, en el largo plazo ha sido definitivamente alcista, y en cualquier caso somos muchas las personas que vamos a empujar para que así siga siendo, en particular, las madres, que de sacar la vida adelante aún en las condiciones más adversas, tenemos más «expertise» que nadie.

Desde aquí aprovecho para hacer un llamamiento y decir que un comité de expertOs en el que únicamente hay médicos y militares es una receta para el desastre. El comité debería contar con personas expertas de múltiples disciplinas, también filosofía, muy importante la ética (bioética y ética del derecho), educadoras sociales, psicólogas, y por supuesto madres y representantes de la infancia. Hay que desterrar la figura del pater familias del comité de expertos.

Aquí el revelador texto Del Estado de Alarma a la supremacía serológica de Marta Busquets donde la pensadora abre un debate muy necesario sobre la posible discriminación hacia los cuerpos si el único criterio de validación para acceder a la “normalidad” es la respuesta del sistema inmune

Responde Luisa Fuentes Guaza (Coordinadora del Grupo de Estudios sobre Maternidades MNCARS):

Los cuerpos “mujeres” devenimos de haber habitado esta tierra desde una identidad política devaluada con atribuciones de infravalor neurodominante, asignaciones forzosas a los trabajos domésticos y de cuidados desde la separación sexual del trabajo –como nos lo ha repetido Federici hasta el aburrimiento. Arrastramos un formateado histórico sobre nuestro inconsciente colonial-capitalístico como nos dice la maravillosa, Suely Rolnik, el cual “contribuye a expropiar la productividad del inconsciente para someterlo al teatro de los fantasmas edípicos”. Fantasmas que hay que neutralizar con el moco verde de los Ghostbusters porque desde ahí se sujetan las erróneas creencias y ficciones del falopatercapitalismo y todo su macho-lío-patriarcal que nos hace, a los cuerpos “mujeres”, responsables de sus fallidos actos (actos que no son nuestros).

Se nos obliga a estar continuamente autocensurándonos. Si además de cuerpo “mujer” es madre o cuerpo gestante/sostenedor o cuerpo/sostenedor de criaturas la autocensura que se espera, el macho-escenario-deseable, es mucho mayor.

No tenemos permitido poner en marcha el malestar interno. Ese que arrastramos por la herida generacional producida por el confinamiento durante siglos en los hogares, en las fábricas, en los matrimonios, en los campos de cultivo, en los cortijos, en las fincas, en los pueblos (…) para limpiar, organizar, sostener, alimentar, saciar demandas sexuales de otros o romantizar los favores sexuales en virtud del mantenimiento del chiringuito logístico/familiar. Entonces explota una grave crisis sanitaria que restringe la libertades civiles por todo el Estado Español. Libertades imprescindibles para el desarrollo de unas maternidades o trabajos maternos o trabajos de cuidado de menores en condiciones de bienestar.

La pérdida de libertades civiles y el no reconocimiento económico y político del trabajo ingente que supone cuidar de menores a cargo en un espacio doméstico confinando nos produce malestar.

Mucho malestar porque nuestras luchas están dirigidas hacia el ensanche de nuestras libertades para ponerlas en práctica, para ahondar en ellas, ampliarlas y poder comenzar a disfrutar de nuestras potencias políticas -esas que todavía tenemos que lucharnos para poder desmontar el histórico de privilegios del macho-cuerpo como constructor identitario donde se acumula el privilegio social, económico y político por defecto.

En nuestras luchas en marcha, desde la centralidad de la emancipación de las maternidades o trabajos maternos, no existe como horizonte machoadaptarnos a ese cuerpo ficticio construido por el falocapitalismo. No buscamos repetir las dinámicas del machopoder. No ansiamos el igualitarismo. No queremos homogenizarnos.

Nuestras luchas tienen otras búsquedas, buscan otras articulaciones, otras políticas. Ansiamos la centralidad del cuidado de los cuerpos. Cuerpos menores de edad, cuerpos dependientes, cuerpos diversos.

Movilicemos el malestar interno.

Basta ya de hacernos responsables de los delirios y desastres derivados de un turbocapitalismo en neurosis permanente por seguir acumulando capital. Ese que nos expropia cada día el valor social y económico del trabajo de cuidar de nuestras criaturas para seguir acumulando.

Basta ya.

Sentimos mucho malestar por tener que ser los amortiguadores de este sistema. Sin reconocimiento. Sin prestaciones económicas por parte del paterestado al trabajo estructural que hacemos. No, este no es nuestro sistema. 

Narremos el dolor psíquico que nos produce volver a rozar con nuestras carnes y pieles el hecho de estar encerradas. Ahora por un confinamiento temporal pero durante siglos de manera normalizada, donde el único espacio habitable era el doméstico unido a la obligación de cuidar de cuerpos dependiente sumado a tener que satisfacer las demandas de macho-cuerpos. Todo esto nos produce mucho malestar. Lo tenemos muy cerca. No podemos seguir siendo los amortiguadores del perverso falopatercapitalismo sin rechistar. No, ya no podemos. 

Tenemos que salir de esa corrección social que nos exige a los cuerpos “mujeres” contención de todo tipo. Autocensura. Nada de indagar en la trazabilidad de las causas que nos han hecho llegar a esto. Corrección, contención, macholímites y autodisciplinamiento. Nada de generar malestar.

No podemos dejarnos hipnotizar por la corrección moral impuestas por discursos esencializadores, fuertemente dogmáticos, que nos obligan a feminizar la cuarentena. Discursos que nos encierran en un egocapitalístico negando el dolor social que supondrá todo este encierro en la diversidad de formatos familiares.  Porque aun siendo un momento de oportunidad (esta crisis) no se nos puede obligar a vivirlo desde la autocomplacencia o desde la negación de los alcances disruptivos de este encierro para millones de cuerpos “mujeres” y sus millones de criaturas.

Vivimos en espacios fabricados por decisiones de machocuerpos desde la trama arquitectónica, las lecturas de la psique, el entramado technosanitario, las trampas del igualitarismo en el sistema laboral, la negación de los procesos de autorregulación de la infancia en la educación convencional, la patriarcalización del lenguaje jurídico, etc.

No vivimos en nuestra demandas. Nuestra demandas todavía no tienen estructuras públicas que las posibiliten. Son luchas en movimiento. Ensanches por conquistar. Mucho curro por hacer hasta que vivamos en un andamiaje político hecho desde la diversidad de necesidades contingentes de los cuerpos diversos.

Tenemos que poder permitirnos narrar el malestar, movilizar todo el malestar interno, nuestros malestares, desde cada cuerpo, desde cada biografía, desde cada particularidad, desde la absoluta diferencia. Recordemos lo que nos vienen diciendo las pensadoras feministas desde los años setenta. Necesitamos identidades en plural, desde la profunda genuidad de cada ser, de cada cuerpo, de cada sentir para salir de la identidad única del cuerpo “mujer” que ha sido fabricada por el macho-lío-patriarcal para seguir manejando nuestros inconscientes a su favor y así eliminar la potencia inmersa que habita en la infinitud de identidades de los cuerpos “mujeres”.

Salgamos de eso.

Pongamos en movimiento el malestar que nos produce tener que soportar las terribles consecuencias de un sistema socioeconómico que está devorando los cuerpos: cuerpos animales-humanos, cuerpos animales-no-humanos y el cuerpo viviente-naturaleza.

Tenemos que poder compartir nuestro malestar en lo público, en lo compartido, en lo común sin violencia, desde la revolución pacífica ya que otro tipo de revolución es posible fuera de las lógicas de jerarquización del machoguerrillero. No necesitamos falolíderes. El poder está en la potencia de nuestros cuerpos.

Tenemos que poder permitirnos el dolor psíquico que todo esto nos produce. Devenimos de ser cuerpos encerrados, sin posibilidad política. Muy lejos de las libertades y privilegios donde se revuelca el machocuerpo. Intentemos no sucumbir a los buenísimos sociales, no caer en autocensuras para sentir la pertenencia a la familia, al cole, al curro, al grupo. Intentemos trascender esos modismos sociales que nos obligan a ser las proveedoras del reequilibrio continúo socioemocional, de la homeostasis social ante desastres exógenos –que no son nuestros.

Hagamos el esfuerzo de no sucumbir a las fantasías, expectativas y ficciones del falocapitalismo. Bajemos al cuerpo, bajemos a lo real, aceptemos nuestra finitud física. Aboguemos por una economía feminista que no priorice en la acumulación de capital sino en la distribución para el bienestar de los cuerpos donde se relocaliza la producción de lo estructural en cercanía. Volvamos a un futuro de proximidad donde priorizamos en el cuidado de los cuerpos, en quién cuida y cómo necesita cuidar.

Nuestras demandas no buscan acumular capital a costa de expropiar cuerpos. Ni expropiar vidas a otros cuerpos para hacer el trabajo doméstico y del cuidado. Ni negar infancias respetuosas que parte del reconocimiento de los procesos de autorregulación. Ni someter a otros cuerpos a condiciones de esclavitud laboral contemporánea. Ni negar el valor económico (descomunal) que tiene el trabajo de cuidar de menores a cargo en condiciones de bienestar dentro del espacio doméstico. Ni estar solas, aisladas y empobrecidas si decidimos cuidar de nuestros bebés y de nuestras niñas y niñes. No, éstas no son nuestras demandas.

No es el presente que queremos habitar. Nunca hicimos propios los deseos que emanan del individualismo y del autodisciplinamiento de un ego-enloquecido. Sabemos que vida avanza desde la interdependencia de los cuerpos gracias a nuestros aprendizajes encarnados. No hay otra manera de avanzar.

Las creencias del faloindividualismo son una perversión para seguir convenciéndonos que la movida principal es seguir acumulando capital acosta de la expropiación del trabajo generado desde nuestros cuerpos como fuerzas de trabajo negadas. Cuidar de otros cuerpos te saca de esa mentira. Los cuerpos necesitan cuerpos. Necesitan cuidados continuos. No fragmentación.

Nuestras demandas piden que el cuidado de la infancia en el espacio doméstico se pague, que haya dinero para los cuidados, que esto sea pura centralidad política. No necesitamos lecciones desde los centros de enunciación hegemónicos de cómo tenemos que criar si queremos ser cuerpos “mujeres” emancipados. Lo que necesitamos es que se paguen los trabajos maternos como fuerza generadora de continuidad de lo vivo en este sistema (sistema que por cierto acaba de explotar).

Reconozcamos la legitimidad de nuestro malestar. No hagamos nuestras las responsabilidades del perverso sistema neurótico de acumulación de falocapital.

No somos sus amortiguadores.

¡Muchas gracias por leernos!