«La destrucción de la amazonía nos obliga a pensarnos como humanidad planetaria, reconocer la dependencia de unos y unas de los otros y otras, a la vez que con la naturaleza. Los ecosistemas están ontológicamente vinculados, así como también lo estamos nosotros como seres vivos. En este sentido, me aventuro a plantear que quizás pensarnos más desde “lo reproductivo” y menos desde “lo productivo”, nos podría dar luces de dónde poner el foco para imaginarnos diferentes y alejarnos de las divisiones del furioso capitalismo patriarcal». Camila Barreau Daly

Obra cabecera: Modelagem para nâo-objeto por Camilla Rocha Campos.

Converso con la arquitecta feminista, activista, pensadora y defensora de la práctica de construcción vernácula, Camila Barreau Daly. Bajo su impulso se ha gestado la plataforma crianzaenlaciudad la cual le sirve de laboratorio para su investigación Criar en Santiago: atmósferas afectivas y estrategias espaciales, todo compaginado con ser socia del estudio Verde Azúl el cual repara viviendas sociales desde hace 10 años y del colectivo feminista Ciudad de trapo.

Barreau aborda cómo la arquitectura debe abandonar la monumentalidad, la falo-espectacularización, para convertirse en una herramienta facilitadora de cuidar a los cuerpos, tornarse en una herramienta que genere un impacto profundo en las condiciones espaciales de una vida que transita los espacios. Defiende una práctica que vuelva a la centralidad de lo vivo.

Luisa: La práctica arquitectónica es un territorio fuertemente patriarcalizado que se rige por unas lógicas que se alejan mucho de la articulación material, de la trama, a partir de la escala humana para el bienestar humano, frente a falo-lógicas de poder, androcentrismo, supremacía del principio antrópico a partir de las necesidades del cuerpo cisgénero blanco heretosexista eurocéntrico. Camila, ¿sería posible armar una práctica arquitectónica feminista, una práctica emancipada, que incluya entre sus ejes de coordenadas la eliminación de la violencia urbana que genera una escala sobredimensionada que daña y tensiona a los cuerpos?, ¿existen ya prácticas así?

Camila: La pregunta que haces tiene un montón de aristas, ya que la práctica arquitectónica podríamos decir que sintetiza en espacios construidos, el encuentro entre distintas dimensiones de la vida: político, económico, social y simbólico. El o la arquitecta es una persona que realiza esta práctica, luego de haber sido formada para ello en ese mismo contexto y para serle útil. De este modo, la formación que hemos recibido los y las arquitectas se centra en el diseño de edificios, que deben ser vistosos y donde debe quedar grabado tu nombre, lo que te da prestigio social y profesional. Este hecho es útil también al modelo, que se nutre de estos héroes, destacables, citables y de los cuales uno, como estudiante de arquitectura aprende como modelos a seguir. Me atrevo a decir que, en casi la mayoría de las escuelas de arquitectura de esta parte del mundo, Latinoamérica, se nos forma de la misma manera, valorando la práctica arquitectónica en tanto productora de edificios emblemáticos o lo mismo en su versión “espacio público”, mirando siempre mucho a Europa y los parámetros que allá se establecen. Cuando sales a trabajar, si no consigues diseñar edificios, vives tu práctica arquitectónica con mucha frustración.

Por ejemplo, cuando te toca diseñar para una persona que quiere hacer una casa con un estilo definido, o tiene mucha claridad respecto a qué espacios quiere y a cómo deberían ir organizados, este arquitecto/a formado/a en el capitalismo patriarcal, androcéntrico, eurocéntrico, etc; intenta luchar contra esos deseos, tratar de anularlos para diseñar algo que cumpla con sus propios deseos, que han sido moldeados por el modelo ya descrito. Es así como el trabajo que yo hago, por ejemplo, de reparar casas con subsidios estatales, sea un trabajo sucio para los arquitectos, algo que no es posible de mostrar en una revista del rubro o de compartir entre colegas como un trabajo destacado, aunque sea un trabajo que genera un impacto profundo en la vida cotidiana de las personas habitantes. Nosotros lavamos la ropa de la arquitectura.

Para mí, la práctica arquitectónica debería constituirse como una interfaz dialógica entre los habitantes y lo construido. La persona que ejerce dicha práctica debería operar con gran sutileza, orientándose a interpretar los deseos de quien habitará los espacios que se está diseñando, para guiarlo hacia un proyecto construible, en el que dicho habitante pueda desarrollar fluidamente su vida. Esto no quiere decir que el o la arquitecta solo ponga a disposición sus conocimientos técnicos, ya que este trabajo de encastre entre arquitecto y mandante/habitante, este diálogo, requiere de habilidades muy especiales y de transformar el ego que busca la obra monumental en uno que se satisface con la interpretación profunda de los requerimientos del habitante. Esta práctica arquitectónica actuaría entonces desde el reconocimiento del otro/a, validando auténticamente los conocimientos de cada habitante como guía para proyectar lo construido.

Si anulamos la monumentalidad y el ego del diseñador actual, los y las arquitectas nos sentiríamos realizados al abordar cualquier etapa de lo construido, co-diseñando, reparando, renovando, restaurando, etc. y esto, en relación con cualquier tipo de espacio construido: baños, cocinas, fachadas, techumbres, pequeños espacios públicos, etc. Su validación sería la conformidad de las personas habitantes, no las revistas de arquitectura. Me parece que la arquitectura debe ser más una labor de cuidados que una de poder.

Luisa: Habla la pensadora, Suely Rolnik, del entrelazamiento con las fuerzas de lo vivo, del cuerpo viviente naturaleza, de las fuerzas y potencias del ser, de las potencias de todos los cuerpos vivos. Abordar lo arquitectónico desde esos lugares del ser, no desde el falo-territorio-espectacularización, nos abocaría a una práctica arquitectónica muy fuera de las lógicas patriarcales de poder versus visibilidad en metros cuadrados, nos llevaría a una construcción desde lo vivo o para-lo-vivo, y como también habla la arquitecta española, María Lagarita, una arquitectura de pellejo, una arquitectura que existe porque se activa desde lo vivo, sin lo vivo desaparece. ¿Qué opinas tú?

Camila: Lo que planteas me hace sentido enmarcándolo en el feminismo de la diferencia, que nos lleva a reconocer a nuestros cuerpos que dan vida. ¿Cómo imaginar una sociedad que reconoce, da espacio y cuida a nuestros cuerpos gestantes, parientes y cuidantes? Recién conversaba con una amiga y compañera arquitecta brasileña, Juliana Rocha, sobre lo que está sucediendo en la Amazonía, de la tristeza que genera pensar en este sistema que no vela por la vida en todas sus formas, que no entiende de sistemas. Esta destrucción encuentra incluso argumentos nacionalistas del tipo “la amazonía es nuestra”, lo que habla de personas que no conciben a la humanidad como una sola, sino fragmentada en esta invención política que son los países. La destrucción de la amazonía nos obliga a pensarnos como humanidad planetaria, reconocer la dependencia de unos y unas de los otros y otras, a la vez que con la naturaleza. Los ecosistemas están ontológicamente vinculados, así como también lo estamos nosotros como seres vivos. En este sentido, me aventuro a plantear que quizás pensarnos más desde “lo reproductivo” y menos desde “lo productivo”, nos podría dar luces de dónde poner el foco para imaginarnos diferentes y alejarnos de las divisiones del furioso capitalismo patriarcal.

Hablar de arquitectura es enfrentarse al capital, ya que el dinero es condición de posibilidad para la arquitectura en este sistema de acumulación de capitales, de división del trabajo. El dinero con el que se compra el terreno, los materiales para construir, el dinero con el que se pagan los honorarios profesionales y me atrevo a decir, el dinero con el que se soborna a las autoridades para esquivar las normas urbanísticas. Se opone a esto la experiencia de la arquitectura vernacular, que ha sido una práctica histórica de lo posible, que construye con los materiales del lugar y con el trabajo de los presentes. ¿Cuál es la condición de posibilidad para esta práctica arquitectónica? Pues simplemente la vida y sus procesos. La arquitectura de pellejo me parece coherente en este sentido, al denominarse con una palabra que utilizamos para referirnos a la cáscara de nuestro cuerpo.

La lucha política entonces debiese ser la de liberarnos por medio del reconocimiento de nuestros cuerpos que dan vida para, desde allí, exigir los espacios adecuados para ellos y todos los procesos que desencadenan, como la crianza de las futuras personas ciudadanas. Si la arquitectura respondiese a ello, debería hacerse más pequeña, más acogedora, convertirse en hogar. La práctica arquitectónica debería transformarse en proceso, alejarse de ser solo un resultado, acunar la vida en sus procesos. Y no se trata de hacer hegemónico un pensamiento biologicista, ya que la reproducción social no depende solo del cuerpo femenino, sino de involucrarnos todos y todas en esta domesticidad que son los cuidados que la vida otorga y requiere en ciclos infinitos. Liberarnos de las exigencias de la productividad sin sentido, avocarnos a cuidarnos todos y todas, haciendo una arquitectura que nos contenga y haga felices. Se hace muy difícil hacer arquitectura feminista si no cambiamos el modelo.

Camila: Hoy una gran amiga chilena-española me mandó una entrevista que te hicieron en Maternidades con gafas violetas. Me hizo mucho sentido lo planteado, pero me ha permitido reconocer lo que han producido los feminismos de la igualdad, es angustiante. La verdad es que acá en Chile aún es raro que una mujer no quiera tener hijos (las hay, claro, pero no es lo más común), me parece que acá fluye aún un poco más natural la cosa. Quizás podría interpretarse como «mujeres poco deconstruidas», y probablemente algo de esto sea cierto. Sin embargo, acá siento que las que somos mamás estamos enamoradas de serlo, complicadas claro, en muchos sentidos (que es lo que estoy investigando en mi tesis de magister), pero me parece que hay espacio para reivindicar la maternidad sin tener que deconstruir lo que reconstruyó el feminismo en las mentes y cuerpos de las europeas. ¿Sabes algo de los países más del norte? Me da la impresión de que el estado, ¿lo ha abordado un poco mejor?

Luisa: El feminismo de la Igualdad ha generado mucha apertura y conquistas de espacios para las mujeres o para el cuerpo-comunidad-femenino o para los cuerpos que estaban un lugares de opresión, la cosa es que la estrategia era/es muy simple: aseméjate y asimílate dentro de una estructura gestada desde los deseos y expectativas de una verga turbocapitalista enloquecida que además ni gesta, ni pare, ni da la teta, ni tiene apego, ni sostiene. Esto unido, también, a que para emanciparte tienes que adaptar tus potencias, tus sentires, tus bioprocesos como procesos que atraviesan tus carnes, tus pieles, tus reflexiones más profundas y genuinas a lo articulado por parte de cuerpos blancos vergarizados del norte desde el centrismo más aplastante y desde lógicas de dominación, donde toda la sabiduría de los cuerpos que pueden gestar/sostener (que es una potencia brutal!!!) ha sido barrida y anulada.

La Igualdad es una trampa.

Es una lógica de «aseméjate al amo» y esto nuestra generación -o parte de ella- no lo asume como propio o como única vía de emancipación.

El cuerpo ha de ser incorporado a nivel político, nuestros cuerpos, no ese cuerpo proyectado por la verga turbocapitalista. Entonces, el feminismo de la Igualdad, aquí en España, nos pone en un lugar complicado a quienes decidimos –emancipadamente parir y sostener- porque nos dice que somos unas «maternalistas» por solicitar prestaciones por criatura a cargo y por demandar ayudas que no se basen en la más absoluta precariedad sino que vertebren en todo un sistema político-doméstico para generar crianzas igualitarias de facto, no crianzas falo-adaptadas a esa verga turbocapitalisa enloquecida, cosa que en otros países como Alemania, Lituania, Polonia, Austria, Francia, Holanda y Países Escandinavos no sucede y si ofrecen marcos políticos diversos con apoyos universales a la crianza sin tener que estar asalariada (requisito esencial del feminismo de la Igualdad. Asalariada sí, pero sin asalariarte quedas fuera porque el trabajo de gestación y sostén no vale ni un céntimo, cuando paradógicamente es el trabajo que sostiene a toda la acumulación de capital).

Otro lugar al que nos precipita el feminismo de la Igualdad es al refuerzo del sistema «familiarista», es decir, utilizar la familia heteronormativa o el parentesco sanguíneo, el cual no tiene por qué funcionar a nivel emocional/afectivo, como una estructura de apoyo a fondo perdido, y si no la tienes pues «mala suerte, asume tu fallo con un peso universal irrevocable», no se lee como un problema de mala re-absorción del cuidado por parte del tejido social.

Tienes que olvidarte de las necesidades de las criaturas durante el puerperio o de las bionecesidades del cuerpo que ha gestado y/o sostiene. Todos esos bioprocesos los tienes que negar porque tienes que ir a «trabajar» al sistema de la verga turbocapitalista.

Además hay un castigo hacia los cuerpos que gestan y/o sostienen si no están asalariados «¿no has entendido que el camino pasa por aquí? Pues ahora te las apañas».

Estoy contigo, completamente, que muchas de las experiencia de maternidad y sostén en América no están tan imbrincadas con estas lógicas de igualitarismo y se asimilan desde otros lugares y se incorporan de maneras distintas, sin tanto castigo social. Por supuesto que hay espacio para vivir maternidades emancipadas desde cuerpos de-construidos y que hay espacio para la maternidad en los procesos de emancipación, pero tenemos que plantear ya desde distintas direcciones que los ejes de coordenadas que plantea el feminismo de la Igualdad no nos sirven, están caducos.

Además, yo que vivo en Madrid pero soy del Sur del España, del sur del Sur de Europa, me planteo por qué seguir con esa estrategia de tener que asimilarnos todos los cuerpos a las identidades planteadas por un feminismo centristablanco con fuerte influencia lesbofeminista (y que conste que yo practico lo del espacio lésbico como un lugar de descanso de las dinámicas machocéntricas en mis afectos desde que llegué a Madrid hace casi 20 años) y si no te asemejas a esos cuerpos no tienes derecho a emanciparte desde otros anclajes identitarios, es decir, si una madre de un pueblo de Murcia, que se siente y asimila en el constructo patriarcalmente sedimentado «madre» y se asimila dentro del «cuerpo-comunidad-femenino», ¿no tiene derecho a recibir apoyos y prestaciones por el trabajo de gestación y/o sostén que está soportando sobre su cuerpo?, ¿sus particularidades identitarias la dejan fuera del feminismo?, ¿podemos comenzar a reconocer y legitimar que la emancipación puede venir desde enfoques y lugares identitarios muy diversos que no se han de asemejar a los rasgos de los cuerpos blanco-céntricas-urbanitas?, ¿podemos comenzar a re-plantear que apoyar de manera pública/económica el trabajo que realizan cuerpos en lugares no-urbano-céntricos no tiene por qué reforzar los roles de género y el sistema familiarista y que sin embargo puede abrir opciones de refuerzo de poder en esos cuerpos que gestan/sostiene fuera de las lógicas urbanas?

(Conversación en proceso)