¿Podemos integrar las fuerzas reproductivas como fuerzas vitales emancipadoras no-esencialistas o fuerzas activas que perseveran en la vida buscando su destino más ético? -Marina Bettaglio (University of Victoria, Canadá), Olga Albarrán Caselles (The University of British Columbia, Canadá), Sophie Halart (Instituto de Estética de la Pontificia Universidad Católica, Chile), Helena Chávez (Instituto Investigaciones Estéticas UNAM México), Alejandra Labastida (MUAC/UNAM México) y Luisa Fuentes Guaza (Futuridades Maternales, España).
Obra cabecera: Reclamo (2017) de Lucía Madriz. A esta pieza le acompaña este texto: “La Tierra gira, los ríos corren, las plantas crecen. Hay un flujo que nos toca, nos atraviesa y sobrepasa”.
¿Podemos integrar las fuerzas reproductivas como fuerzas vitales emancipadoras no-esencialistas o fuerzas activas que perseveran en la vida buscando su destino más ético fuera del apropiacionismo histórico de las lógicas patercentristas conservadoras y fuera de la negación del blanco-feminismo-hegemónico-igualitarista, donde todo lo propio a la reproducción social se racionaliza/vertebra como problema a extirpar, en lugar de como actividad humana posibilitadora de la continuidad de lo vivo? Donde la politización de los bioprocesos que desencadenan las fuerzas reproductivas es ninguneada, sistemáticamente, por esencializar los cuerpos, por reforzar lógicas biologicistas. Negando la potencia de vida de los cuerpos menstruantes como puertas de entrada en este planeta junto a la compleja trama psicofísica que los atraviesa. Fuerzas reproductivas como fuerzas que forman parte de las fuerzas activas que empujan desde las profundidades inconscientes desde cuerpos atravesados por tales fuerzas como fuerzas activas emancipatorias legítimas, como fuerzas que perseveran, también, en la sublimación de lo ético, como fuerzas de potencia de vida, como fuerzas que reproducen la continuidad de lo vivo.
Además esta pregunta será el arranque del Seminario 2 Fuerzas reproductivas como fuerzas emancipadoras que realizaremos el próximo 22 marzo dentro del proyecto Trabajos maternos: desmontando el macho-lío-patriarcal curado por la triada -Violeta Janeiro, Natalia Iguiñiz y Luisa Fuentes Guaza- y su vez alojado por el Centro Cultural de España en Santiago de Chile, Centro Cultural de España en Lima y Centro Cultural de España en La Paz.
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Planteamos esta pregunta a varias compañeras que, desde su reflexión teórica, forman parte del proceso despatriarcalizador de las maternidades o trabajos maternos, el cual va apuntalando la transición paradigmática que atravesamos -como proceso amplio y diverso- dentro de las Nuevas Luchas Reproductivas.
Somos muchísimas más que las que vamos a responder a esta pregunta, afortunadamente. Esto es sólo un primer gesto/teórico frente a toda la sacudida/desarticuladora que tenemos en marcha, desde las coordenadas y anclajes propios de cada cuerpo materno. Con el horizonte compartido de ubicar/re-significar las maternidades o trabajos reproductivos o todo lo propio a la reproducción social, como actividades humanas a integrar en el consenso social fuera de asignaciones de género, esencialismos ninguneantes o negaciones anarkocapitalistas desde las blanco-tinieblas-extractivistas responsables de las opresiones, negaciones, pobrezas y enfermedades que nos atraviesan una vez se asumen los trabajos maternos. Compartiendo el deseo de revertir la trama político/teórico/jurídica y psíquica que posibilita que el robo del trabajo que generamos continúe impune, y la sobre-explotación de los cuerpos maternos silenciada.
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Luisa- Suely Rolnik parte «la idea de que la pulsión es siempre «de vida” (o «voluntad de potencia», como la designa Nietzsche), ya que lo que la vida quiere es perseverar, diríamos que su destino es por principio afirmativo, variando de lo más activo a lo más reactivo (de lo más noble a lo más esclavo…) (…) En este caso, lo que Freud llamó «pulsión de muerte» correspondería al máximo grado de reactividad de pulsión de vida, es decir, al grado más bajo de su potencial activo» (1).
Nos encontramos con fuerzas que empujan desde nuestras profundidades inconscientes que quieren perseverar en la vida, como fuerzas activas, como fuerzas con plena voluntad de potencia, como fuerzas que posibilitan la continuidad de los cuerpos vivos. Fuerzas activas que perseveran en la vida con voluntad de potencia para continuar en lo vivo, para seguir empujando hacia formas de vida hacia las versiones más éticas y hacia la deseabilidad emancipatoria de todos los cuerpos. ¿Podemos comenzar a integrar y articular las fuerzas reproductivas -fuera del apropiacionismo histórico de tales fuerzas por parte de las lógicas patercentristas conservadoras y lejos de esencialismos- como fuerzas que forman parte de las fuerzas activas que empujan desde cuerpos atravesados por tales fuerzas que se ubican en sus propias configuraciones identitarias, como fuerzas activas emancipatorias legítimas, como fuerzas que perseveran, también, en la sublimación de lo ético, como fuerzas de potencia de vida, como fuerzas que reproducen la continuidad de lo vivo?
(1) Esferas de la Insurrección. Apuntes para descolonizar el inconsciente, Suely Rolnik. Tinta Limón, 2019, Página 95.
(1) Responden las académicas, Marina Bettaglio (University of Victoria, Canadá) y Olga Albarrán Caselles The (University of British Columbia), ambas impulsoras del grupo de investigación “Maternidad, reproducción social y cuidados en la época neoliberal” (2020) y del seminario “Repensar los cuidados en el Antropoceno: aspectos sociales, comunitarios y medioambientales”, ALCESXXI (2021):
A la luz de esta interminable emergencia sanitaria las palabras de Paul B. Preciado en su Prólogo al libro de Suely Rolnik, Esfera de la insurrección cobran un nuevo significado mientras tratamos de analizar las derivas de esta “reforma heteropatriarcal, colonial y neonacionalista que busca deshacer los logros de los largos procesos de emancipación obrera, sexual y anticolonial de los últimos siglo” (9). Aun más que en años posteriores, en particular a partir del invierno 2020, nuestra respiración y capacidad de conspiración se ha vuelto aun más asmática, necesitamos nuevo oxígeno porque en palabras de Preciado: “Como ya anunciaba Félix Guattari en 1978, respirar se ha vuelto tan difícil como conspirar” (9).
Tratamos de oponer resistencia a las fuerzas víricas y neoliberales que merman aún más nuestras reservas energéticas para resistir y para imaginar nuevas formas de cooperación, de resistencia, de apoyo y ayuda mutua. Frente a un virus que nos encerró en nuestras casas, que nos alejó de nuestras familias reconstituidas por las migraciones y la precariedad, tratamos de imaginar nuevos horizontes de esperanza que nos permitan resignificar el maternaje en clave feminista, anticapitalista y antipatriarcal. No es tarea fácil, a veces parece que la imaginación se apaga y el cansancio nos gana la batalla y nos refugiamos en el escapismo fácil de las series televisivas, en un territorio mediático que promete algún tipo de tregua de un presente demasiado sombrío. Mientras hacemos zapping en las plataformas a las que buenamente nos hemos apuntados vemos un sinfín de episodios y de películas en las que aparecen temas relacionados con la maternidad, o mejor dicho, las maternidades. Así que a partir de esta inusitada visibilidad nos preguntamos de dónde surge este interés, por qué de repente la maternidad parece estar en todos lados, cómo se declinan estos nuevos modelos de maternidades y el supuesto empoderamiento que acompañaría, por lo menos teóricamente, esta salida del espacio privado.
Si bien por un lado el salir de la invisibilidad de estas temáticas es algo que se agradece, sin embargo, las nuevas configuraciones identitarias que se plasman desde la ficción en serie parecen apelar a una tipología que deja poco espacio a la innovación dentro de un paradigma anclado en muchos casos a un tipo de retrotopía (Bauman) que apela a un pasado nunca existido, plagado de un fácil buenismo y sentido común “de toda la vida”. Al usar esta expresión me doy cuenta que me estoy alejando de la pregunta que tiene que ver con las pulsiones de vida y de muerte y la manera en la que se pueden configurar otras dimensiones reproductivas. Es una cuestión a la que me he enfrentado muchas veces, preguntándome si puede ser posible configurar otras estructuras que apoyen y posibiliten la reproducción y los cuidados.
La mente va buscando escenarios de posibilidades y de futurabilidades y se me ocurren escenarios que se forjaron durante mi juventud cuando imaginaba vivir en una comuna de mujeres que criaban de forma colectiva a sus retoños. En la ficción que dominaba mi vida infantil, mi hermana y yo éramos madres solteras que junto a nuestras hijas vivíamos en una comunidad enteramente poblada por mujeres e hijas, felices de compartir crianza, trabajo, comidas y ocio. Bien es verdad que en esta ficción protofeminista no entraban las preocupaciones económicas, no nos preguntábamos por cómo íbamos a pagar el alquiler, sino que vivíamos en un espacio en el que las necesidades básicas tenían fácil solución. ¿Podríamos pensar en crear comunidades de crianza? Pasar de un paradigma individual a uno colectivo en el que la llamada “carga mental” no nos agote podría ser un primer paso para colectivizar la crianza y así formar redes de apoyo y de afectos para sortear la flexinseguridad del presente y así apoyar la pulsión de vida, antes que se acabe por agotamiento.
Mientras las medidas de seguridad impuestas para hacer frente a una pandemia que parece infinita nos alejan de las personas que constituyen nuestras redes de apoyo, nos sentimos agotadas por la ingente tarea de criar sin red, de vivir en solitario, lejos de la amistad, el cariño y el apoyo de las personas que normalmente nos rodean. Así nos encontramos en una situación vital en la que parece haberse instalado una nueva modalidad existencial en la que los espacios productivos han colonizado los espacios privados, obligándonos a priorizar las tareas productivas frente a unas tareas de cuidados que reclaman constantemente nuestra atención, nuestras miradas, nuestros oídos, nuestros brazos, nuestros cuerpos que se desdoblan en la vida virtual y en la familiar. Dentro de esta nueva normalidad la pugna por dar prioridad a las instancias vitales requiere de políticas de apoyo porque el paradigma neoliberal ya ha mostrado su inadecuación, no nos sirve, no nos representa, no nos apoya. Necesitamos nuevas estructuras de apoyo y nuevos paradigmas más en consonancia con las necesidades individuales y colectivas de las personas que requieren de cuidados y las que los proveen. En esta danza entre los que cuidan y los que reciben cuidados tratamos de componer nuevas melodías, nuevas coreografías más acorde con los ritmos biológicos y afectivos que se van imponiendo.
Para terminar, subrayamos que sí, las fuerzas reproductivas son fuerzas activas que empujan hacia la preservación de la vida, si bien no siempre son deseadas y muchas veces pasan por debajo incluso del nivel de la conciencia y de la representación. Por mucho tiempo se han dejado llevar por la inercia y habían perdido su sentido de fuerza, su potencia, por eso de lo que se trata ahora es de reclamar su potencial para producir cambio, su poder o capacidad afectiva.
(2) Responde la académica Sophie Halart, profesora asistente del Instituto de Estética de la Pontificia Universidad Católica de Chile y PhD en Filosofía, Historia del Arte (2017) University College London (UCL) (Reino Unido), la cual investiga, actualmente, en la trama entre maternidad, materialidad en el arte contemporáneo chileno y feminismos:
Tu invitación a pensar las fuerzas reproductivas como fuerzas activas y pulsiones de vida me parece una idea muy interesante, ya que, como lo dices, permite visibilizar las líneas ética y política que estos cuerpos dibujan desde y para el proyecto feminista. No sé si este horizonte emancipatorio se puede pensar afuera del apropiacionismo histórico y de las lógicas patercentristas de las cuales hablas y cuyos tentáculos parecen, a veces, inescapables. Puede, sin embargo, combatirlos desde adentro, a través de una lógica implosiva e incluso corrosiva. Me parece también que las fuerzas reproductivas, en su lucha para lograr la visibilidad que se merecen, contribuyen a borrar la frontera entre lo reactivo y lo activo de la cual habla Rolnik. O, por lo menos, la hacen más porosa en su interconexión. Son fuerzas que surgen desde lo subalterno (con distintos grados, por supuesto) y se activan a través de la potencia que ofrecen el reconocimiento de las emociones negativas: la rabia, la vergüenza, la culpa a los cuales están confrontados diariamente estos cuerpos. Pienso las emociones negativas en la línea de Sara Ahmed aquí: como un catalizador para la resistencia y como una estrategia para combatir las “jerarquías sociales” que categorizan aquellos cuerpos como “superiores” o “inferiores” (The Cultural Politics of Emotion, 4).
En 2016, la autora escocesa Hollie McNish publicó su poema “Embarassed” [Avergonzada] en el cual deja hablar su rabia frente a la serie de pequeñas humillaciones a las cuales están sometidas diariamente las madres en la sociedad. Si bien el poema se enfoca en el tabú que sigue constituyendo la lactancia en el espacio público, habla más generalmente de la instrumentalización de los cuerpos sostenedores por parte de aquellos discursos neoliberales y patriarcales que imponen una serie de reglas contradictorias entre si mismas y que exigen, por ejemplo, que unx niñx sea amamantadx por el cuerpo materno (la demonización de la madre que no quiere o no puede dar el pecho) y al mismo tiempo, organizan campañas publicitarias pagadas por Nestlé y otros, promocionando el uso de la leche infantil en países subdesarrollados a pesar de los riesgos sanitarios que constituye dar agua contaminada a recién nacidos (un tema sobre el cual escribe muy bien la teórica ecofeminista Greta Gaard). O que, a pesar de su conservadurismo, promueven la comercialización de cuerpos erotizados pero no soportan la vista de un pecho desnudo dando leche a un bebé en un bus o un café.
“So no more will I sit on these cold toilet lids / No matter how embarrassed I feel as she sips / Because in this country of billboards, covered in tits /I think we should try to get used to this” escribe McNish.
El texto de la poeta, y el video que lo acompaña, se volvieron viral cuando salieron y me parece que este éxito tiene justamente que ver con su tono porque quiebra con la postura eternamente benevolente y abnegada de la madre (y, más generalmente, del cuerpo sostenedor) que, históricamente, ha siempre tenido que disculparse por no poder cumplir con las conductas y los modelos establecidos. En este sentido, la rabia que surge del poema de McNish se convierte en una ola colectiva que es inicialmente reactiva pero que, en un segundo tiempo, adquiere la fuerza de una voz activa, de una autoafirmación de vida justamente. El ímpetu que mueve los cuerpos sostenedores es, por lo tanto, siempre doble: reactivo y activo: es un proyecto de amor y de lucha. Una vez establecido este hecho, podemos, me parece, identificar y resistir a la necropolítica que intenta definir y controlar los cuerpos sostenedores.
Hay un punto adicional que me gustaría hacer en relación a esta interesante reflexión que me planteas. Abrirse a la potencia activa de las fuerzas reproductivas significa también repensar todos los aspectos de nuestras organizaciones sociales y de nuestros modos de pensar y habitar nuestros cuerpos. De esto habla, por ejemplo, el colectivo británico Care Collective en su manifiesto en defensa de una política de la interdependencia. Reproducir la continuidad de lo vivo hoy en día requiere necesariamente reconocer la naturaleza interdependiente, territorializada y vulnerable de nuestras existencias. A todxs nos cuesta dar este paso porque pone en cuestión nuestras concepciones de lo vivo, de lo humano. Para algunas corrientes feministas, significa saltar a una nueva configuración de lo colectivo sin haber resuelto la deuda histórica que se debe a los cuerpos minoritarios e históricamente subyugados. Se entiende la reticencia, pero, al mismo tiempo, me parece que es justamente a través de una rearticulación del futuro que se puede empezar a revisar críticamente los relatos del pasado. En su libro “Maternal Encounters”, la filósofa Lisa Baraitser habla de la maternidad (y podríamos agregar de estas mismas fuerzas reproductivas) como el “punto de fuga del pensamiento”. Me gusta esta imagen porque hace referencia a un doble fenómeno: a la marginalización de estos cuerpos por parte de la sociedad. Y también a lo que su presencia – y persistencia – significa en término de desafío intelectual, ético y emocional para construir otra propuesta de sociedad – inclusiva, abierta, non-binaria – donde las fuerzas reproductivas juegan un papel protagónico.
(3) Responde la investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México, docente, curadora y doctora, Helena Chávez Mac Gregor, cuya práctica se centra en pensar otros procesos de emancipación fuera del sujeto a partir de su reflexión, durante más de diez años, sobre la relación entre estética y política. Co-curadora, junto a Alejandra Labastida, de Maternar: entre el síndrome de Estocolmo y los actos de producción
Pienso en tus interrogantes y me preguntó qué vida es la que persevera. ¿En dónde es que encontramos esa voluntad de potencia? El hilo de los conceptos que están inscritos en estas cuestiones nos llevan al entramado moderno de asociar la vida con la voluntad, siempre humana, casi siempre masculina, casi siempre de poder. Pero, ciertamente, hay algo en lo que apunta el trabajo político de Suely Rolnik que nos abre hacia otros horizontes, a otras imágenes, a otros pensamientos. En un momento tan confuso, difícil, incierto como el que vivimos -ya son dos años de una pandemia que transformó para muchas de nosotras el sentido de la vida- se vuelve una cuestión de sobrevivencia imaginar otros sentidos y otras fuerzas.
Mientras leía el último libro de Maggie Nelson “On Freedom: Four Songs of Care and Constrain” y recorría con ella sus ansiedades sobre la inminente extinción de la vida planetaria, encontré un ser fascinante sobre la playa. Estaba con mi hija caminando una mañana al borde del mar Atlántico en la costa de Texas, cuando vio algo que brillaba en la arena. Era azul tornasol con destellos de rosado y purpura. Cuando lo vi le dije que seguramente era un plástico, ella dijo que no. Me acerqué y con un palito que encontré entre el sargazo comencé a tocarlo. Se movía, no solo tenía un cuerpo, como un globo que se expandía y se cerraba en un especie de pico azul cobalto, sino también una masa gelatinosa, entre morado y gris, que lo conectaba con unos tentáculos largos y azules. No tenía idea qué era, de pronto me di cuenta que había varios en la playa. Una amable señora que me vio observándolos me dijo que se llamaban Carabelas Portuguesas y que eran altamente tóxicas para los humanos. Rita ya no quiso estar en la playa pero yo quedé fascinada.
En realidad su nombre científico es Physalia physalis. Lo que logré saber es que estos seres no son un único animal sino que son una comunidad de organismos que viven en interfase, entre el agua y el aire. Una especie de colmena de individuos que no pueden vivir separados. Unos hacen que flote, otros consiguen su alimento, otros que digiera y otros que se reproduzca. Estar juntos hace que sobrevivan. Mientras las veía pensaba todo lo que tuvo que pasar en el universo para que estos extraordinarios seres existan. Y el tiempo se volvió elástico y largo como sus tentáculos y el sentido de la vida impenetrable y bello como su azul tornasolado. Pero sobre todo la idea de la vida se fue pareciendo más a ella.
Caminaba de la mano de mi hija pensando que el futuro quizá no tiene el rostro de la niñez. Maggie Nelson en ese extraordinario libro hace una crítica a ese futurismo reproductivo que insiste en las generaciones por venir como fuerza para perseverar en la vida. Hay algo muy humano, quizá demasiado, en ello. Mientras veía a estos seres tentaculares y flotantes pensaba que la vida persevera en formas que van más allá de nosotras. Quizá la voluntad de vida no está en el rostro de mi hija, ni el de mi hija viendo a la carabela, ni siquiera en la propia carabela sintiendo a mi hija, sino de intuir que la vida seguirá con nosotras y más allá de nosotras, con formas y colores que desconocemos.
Esa es una dimensión que imagino sobre lo que apuntas. Re definir la vida para situar lo que persevera más allá de nosotras y nuestra humanidad. Pero, hay otra capa que se nos presenta a cada momento: qué hacemos con esta vida que tenemos. Con nuestras vidas, las de nosotras. Es claro que las fuerzas tanto productivas como reproductivas en este sistema mundo nos tienen agotadas, tristes, enfermas. En ellas es difícil encontrar el deseo de perseverar. Sin embargo, quizá también como llegó a pensar Nietzsche, citando a Rilke, “ahí donde crece el peligro crece también lo que nos salva”. No es que sea el peligro lo que permita la redención pero si trabajar con él para hacerlo otra cosa, para transformar la vida que tenemos. Creo que ahí está la inmensa potencia política de un feminismo que encuentra en lo reproductivo fuerzas para vivir, para vivir mejor.
Este invierno también leí a bell hooks. Tuvo que morir para que yo llegara a ella. Lo que no pudieron los ansiolíticos, el cbd, los antidepresivos lo trajo este pequeño gran libro. Ella me dio las palabras que no tenía para articular la perdida, la tristeza, la desesperanza. Para entender de dónde venía ese anhelo y nostalgia que es mío pero que también son formas de tristeza civilizatorias. Este libro confirmó que el amor es lo más importante, que es donde se juega la vida y tiene una profunda dimensión política.
El amor, desde una perspectiva feminista, es una acción de responsabilidad, de respeto, de compromiso, de comunidad. De estar, acompañar y cuidar la vida de las, los y les otros. No se trata de un vinculo romántico únicamente sino una serie de relaciones que se establecen con la familia, las amistades, el trabajo, las comunidades y las espiritualidades que nos conforman y conformamos.
Creo que esa idea feminista del amor se vuelve sustancial para activar esa potencia de vida. Se trata de movilizar esas estrategias de la alegría, como nombró el artista argentino Roberto Jacoby a las respuestas o reacciones ante el miedo, la depresión, la tristeza generadas en contextos de violencia y opresión. Estar en medio de la tragedia y bailar y reír, porque ser feliz es también el derecho de estar vivos.
Hace poco leía en un hermoso texto de Ana Longoni una cita al “Manifiesto ferviente” de Mercedes Villalba:
“No es amoral ser felices en tiempos de muerte. Tenemos el derecho a existir, defender nuestra vida, a volver su resistencia una cuestión ética. Es clave defender nuestro regocijo, y para eso puede que nos veamos obligados a confeccionar burbujas. Bolsas de aire y espacios de excepción, escondites donde ir a nutrirse y descansar. Que abunden esos espacios, aunque sea temporales. Que alberguen las más extrañas y creativas de las excepciones. Burbujas donde imaginar nuevas historias, escribir nuevas reglas”.
Ana insiste en estas burbujas, en las redes. Es un trabajo político, pero también de amor. O es más bien que el amor, para que sea otra cosa al mandato patriarcal de la falta, siempre tiene que ser político y la política tiene que ser también amorosa y suave y darnos aire y darnos fuerza. Creo que es desde ahí que la vida encuentra una potencia de perseverar, desde el amor y la alegría. Pero estos no son emociones, ni sentimientos, son acciones y formas de relacionarnos. Es trabajo y compromiso. Es una burbuja, azul casi morada.
(4) Responde Alejandra Labastida, curadora adjunta del MUAC/UNAM (México) y co-curadora junto a la investigadora, Helena Chávez (IIE/UNAM), de la imprescindible muestra Maternar: entre el síndrome de Estocolmo y los actos de producción
No he leído ese texto de Rolnik pero tu pregunta me hizo pensar enseguida en Spinoza y la importancia de la pregunta ¿qué es lo que puede un cuerpo? En oposición a ¿qué es lo que debe hacer? Tan elegante y sencilla y por lo tanto tan difícil de responder. Se trata de hablar de la potencia. No hay bueno o malo sino disminuciones (tristeza) o aumentos de potencia (alegría). Desde la perspectiva de las luchas reproductivas se tendría que preguntar ¿qué puede una cuerpa de la cual depende otro cuerpe? Todo depende de infinitas variables de fuerzas que disminuyen la potencia de esa cuerpa. Por supuesto están todas las violencias raciales, económicas, sociales, patriarcales que explotan esa cuerpa que sostiene a otres, sé que estas pensando en esa escala pero tratándose de pulsiones me gustaría empezar por un lugar más intimo. Me parece que ya te he contado esto, pero cuando nació Camilo me fue invadiendo un miedo terrible de perderlo, no me dejaba respirar, ni aprovechar los breves momentos en los que me permitían dormir las necesidades del bebé. Un día viendo la rutina de un cómico sobre el suicidio logré una negociación: si estaba segura de que no podría sobrevivir la pérdida de mi hijo, podría efectivamente no sobrevivirla. Tenía una salida. Y esa pulsión -que seguramente Freud calificaría de muerte- en realidad operó como pulsión de vida. Fue una gran liberación y alegría en mí. Aumentó mi potencia. El miedo no desapareció, pero yo tenía ahora una red de seguridad, tenía un plan que me permitió seguir viviendo. Cuando se lo conté a mi hermana que aún no tenia hijes se horrorizó, pero al hablarlo con mis amigas madres entendieron perfecto. Cuando una de mis amigas ( que compartía mi fe en la eficacía del plan de escape) tuvo a su segunda bebé le dije: ahora sí estas jodida porque si le pasa algo a uno de tus hijes no puedes abandonar al otro. Ahí entra otro juego de pulsiones:“Es cierto lo que dicen, que un bebé te da una razón para vivir; pero también, un bebé es una razón por la que no está permitido morir. Hay días en los que eso no se siente bien”. Yo quería otro bebé y no fue posible, tuve que tener un duelo por ese bebé que no llegó. Ahora me reconfortan algunos pensamientos como el de que para que continúe la vida en este planeta más que multiplicarnos deberíamos restarnos pero el que más me reconforta es que mi plan de escape – esa “pulsión de muerte” mutada en pulsión de vida- se sostiene.
Cambio de escala. He estado leyendo Tres guineas, la respuesta de Virginia Woolf a la pregunta ( lanzada por un hombre) de ¿cómo es posible evitar la guerra?. Todavía no lo termino de leer a conciencia pero si me lo permites te voy a compartir dos citas de manera un poco irresponsable. En la primera sopesa el valor de ayudar económicamente a las recién creadas casas universitarias para mujeres:
“Tome esta guinea y úsela para quemar el edificio hasta sus cimientos. Prenda fuego a las viejas hipocresías. Que el resplandor del edificio en llamas ahuyente a los ruiseñores y tiña de rojo los sauces. Y que las hijas de los hombres instruidos bailen alrededor del fuego, y que arrojen a las llamas brazadas de hojas secas, una tras otra. Y que sus madres se asomen de las ventanas y griten: ¡Que arda! ¡Que arda! ¡Por que ya tuvimos suficiente de esta ´educación´!” Al leer esta cita me imagine a Virginia gritando con nosotras en las calles : No se va a caer, lo vamos a tirar! ¿Que diría Rolnik? ¿Que esta es una pulsión reactiva o activa?
De lo que está hablando Woolf es de los peligros de la integración, si las mujeres pueden ayudar a evitar la guerra/violencia/explotación será apelando a las estrategias y fuerzas con las que han sobrevivido fuera del sistema: “… la respuesta a su pregunta ha de ser que lo mejor que podemos hacer para ayudarlo a impedir la guerra es no repetir sus palabras ni seguir sus métodos , sino buscar palabras nuevas y elaborar métodos nuevos. Podemos ayudarlo a impedir la guerra de una manera más eficaz si no nos afiliamos a su sociedad, si nos quedamos afuera, aunque en cooperación con su objetivo”.
Pienso que debemos tener mucho cuidado en como integramos ( esa palabra me asusta un poco) esas fuerzas reproductivas sin caer en las mismas trampas de luchas de poder. Debemos de tener cuidado de no invitar al vampiro a entrar a nuestra casa , porque si lo invitas tus hechizos de defensa ya no sirven. ¿Cómo compartir nuestros saberes y conjuros resultados de nuestras experiencias de cuidado y sostenimiento de la vida de tal manera que sigan siendo fuerzas activas y no solo reactivas , alegres y no tristes. Tal vez no sólo importa el cómo sino desde donde . Reproducir la continuidad de lo vivo desde un lugar en donde el que pierde el poder es el vampiro y no nosotres.
(5) Responde Luisa Fuentes Guaza, investigadora independiente, doctoranda UAM, impulsora Futuridades Maternales y coordinadora de los grupos de estudio sobre trabajos maternos y Estatuto de los Cuidados (2019/2021) en Actividades Púbicas y programa NO EXPO “La devaluación de lo reproductivo derramada por el museo como cuerpo viviente” (2022) en Área de Educación MNCARS:
Luisa- Suely Rolnik parte «la idea de que la pulsión es siempre «de vida” (o «voluntad de potencia», como la designa Nietzsche), ya que lo que la vida quiere es perseverar, diríamos que su destino es por principio afirmativo, variando de lo más activo a lo más reactivo (de lo más noble a lo más esclavo…) (…) En este caso, lo que Freud llamó «pulsión de muerte» correspondería al máximo grado de reactividad de pulsión de vida, es decir, al grado más bajo de su potencial activo”.
Nos encontramos con las fuerzas reproductivas, que empujan desde nuestras profundidades inconscientes, como fuerzas quieren perseverar en la vida, como fuerzas activas, como fuerzas con plena voluntad de potencia, como fuerzas que posibilitan la continuidad de los cuerpos vivos. Fuerzas activas que perseveran en la vida para seguir empujando hacia formas de vida que buscan sus versiones más éticas. Fuerzas reproductivas que empujan hacia la deseabilidad emancipatoria de todos los cuerpos.
Fuerzas reproductivas que han sido, socio/históricamente, expropiadas y confiscadas, dentro de los procesos de articulación del Estado-Nación a partir de todo un paquete de herramientas de bio-control-ninguneo sobre las mismas. Negando la politización de los cuerpos menstruantes o cuerpos maternos no-menstruantes que posibilitaban la generación y sostén de las fuerzas vivas, de las fuerzas de trabajo para que ese estado/nación-puérpero, desde un contrato social desde/para el cuerpo-comunidad-masculino (1), pudiera sostenerse, y que paradójicamente (los macho-consensos del estado/nación) excluyen a tales fuerzas reproductivas como fuerzas legítimas -las cuales no forman parte de su territorio de pertenencia, debido a la inextricable dependencia del blanco-pater-sistema respecto a ellas -como parte de la continuidad del extractivismo-colonial-macho-maltrato-blanco-modernidad hacia los cuerpos que mantienen las condiciones vivibles para otros cuerpos.
(1) Cuerpo-comunidad-masculino: aquellos que identitariamente están sujetos al psicoconstructo expropiando-para-ser bajo macho-lógicas productivistas/utilitaristas/normativas, donde está interiorizado/normalizado la acumulación de capital a partir del robo sistémico del trabajo de otros cuerpos junto con la opresión/negación/exclusión hacia todo lo vivo fuera de su articulación identitaria. Toda su potencia va dirigida a reproducir el privilegio, reforzarlo al máximo y regocijarse en el capital que obtiene a partir del pater-extractivismo que enarbola. Extracto del ensayo ¿Por qué permitimos el extractivismo sobre nuestros cuerpos maternos? en NO HAY SOLISTAS, revista editada por Centro Huarte y Consonni (2022)
Fuerzas reproductivas que deben salir de la cárcel psíquica en las que las ha colocado históricamente las falo-lecturas del psicoanálisis, que tiene que desmantelar la jerarquización psíquica que hemos normalizado como parte de esta cultura patercentrada -la cual prioriza unas tramas psíquicas frente a otras. Dejando fuera de la legitimidad, fuera del reconocimiento de lo posible, de lo dotado como cuerpo-legítimo, a todas aquellas fuerzas que empujan vinculadas al mantenimiento de la vida, de los cuidados y de lo reproductivo.
Falo-lecturas de la psique que han asignado de manera identitaria a las fuerzas reproductivas al espacio doméstico (y ahí tenemos parte de la trama responsable de la reactividad del blanco-feminismo-igualitario con politizar tales fuerzas). Espacio/hogar/centro de trabajo de los cuidados de los cuerpos para posibilitar condiciones vivibles, a pesar de tener que brujear poder conseguir un estado deseable, en medio de unas capas de opresión que no se acaban, ni parecen acabarse nunca. Donde se asumen la despolitización de todo lo que allí sucede y allí se acumula. Fuerzas reproductivas como fuerzas que posibilitan que la vida continue, de nuestros cuerpos, pero que no puedan alcanzar el estatus como fuerzas epistémicas, como fuerzas generadoras de conocimiento, como fuerzas con poder de enunciación dentro de este patersistema. Por lo que tenemos pendiente desarmar la imbricación identitaria entre fuerzas-reproductivas-encierro-escalvitud-doméstica. Desmantelar la relación entre fuerzas reproductivas y tal asignación de espacio/género para que las fuerzas reproductivas puedan adquirir significados fuera de lo doméstico, fuera del género como territorio oprimido (y de hecho es parte de la estrategia para incluirlas en el asunto público lejos de biologicismos).
Focalizar en tramas futuribles donde las fuerzas reproductivas sean encajadas como voluntad de potencia política, como fuerzas políticas, fuera de tales asignaciones y falo-psico-constructos, y aquí conectamos con lo que decía Federici en “Reproducción punto cero” sobre cómo una nueva revolución de las luchas reproductivas podría suponer la oportunidad de repensar las organización social pater-centrada, y reflexionar desde cómo se organiza/jerarquiza/niega a los cuerpos maternos, puede ser un territorio potencial para repensar, según sus propias palabras “que tal vez se pueda transformar la concepción impuesta sobre el trabajo reproductivo, rompiendo con su actual estructuración como tarea opresiva y discriminatoria, y redescubriéndolo como el campo de trabajo más liberador y creativo para la experimentación de las relaciones humanas”.
Desarmar el miedo reptiliano, por parte del blanco-feminismo-hegemónico o desde los feminismos institucionales que siguen lógicas de macho-adaptación y su cultural salarial-centrista, hacia la politización de los bio-procesos que nos atraviesan como cuerpos menstruantes, cuerpos gestantes, cuerpos lactantes, cuerpos parturientos, cuerpos puérperos, cuerpos sostenedores sin consanguinidad (pero no desde la subrogación), cuerpos sostenedores con enfermedades crónicas, cuerpos sostenedores con diversidad en muchas direcciones, cuerpos sostenedores pre-menopáusicos, cuerpos en climaterio, cuerpos menopáusicos, como cuerpos que no se ajustan a las coordenadas normatividad-productivistas. Cuerpos que generan un disloque de ese horizonte turbo-deseo-capitalista que persigue un cuerpos ficticio que no cuidan, ni gestan, ni sostiene, ni enferma, ni es consciente de su condición póstuma, como nos recuerda Marina Garcés y Patricia Merino. Donde la posibilidad de politización de los bioprocesos que desencadenan las fuerzas reproductivas es sistemáticamente ninguneada desde ese dispositivo negador esencialista por parte del aparato de enunciación de los feminismos hegemónicos.
¿Acaso no tenemos un cuerpo que se ve atravesado por procesos encarnados, por bioprocesos, por corpoexperiencias con una profunda afectación psicofísica? ¿Politizar los que nos atraviesa, nos condiciona, nos corpoafecta es esencialista? ¿Politizar el cuerpos afecto enfermo y finito, cuerpo corpoatravesado por sacudidas psicofísicas, neuroafectaciones, tránsitos inmunológicos/hormonales, es entran en biologicismos? ¿No es el cuerpo el vehículo con el que transitamos por este planeta? ¿No es el cuerpos el anclaje a partir del cual se desarrollan todas las tecnologías de domesticación, adoctrinamiento, sumisión y disciplina social (como nos diría Foucault)?
Otro de los nudos que imposibilitan que las fuerzas reproductivas sean consideradas como legítimas fuerzas epistémicas (fuera de la apropiacionismo histórico por parte de pater-estado-nación dentro del proceso de confiscación del útero como fábrica de fuerzas de trabajo) lo encontramos en cómo estas fuerzas siguen entroncadas, desde un sedimento profundo, en la falo-interpretación como parte de unos psico-consensos de tradición freudiana integrados hace más de un siglo, donde se universaliza la envidia del pene, la trama edípica o la visión de la “pulsión” como animales-humanos enfocada como mero automatismo dentro de un esquema estereotipado de acciones premoldeadas -gesto que vemos continuamente en la normalización que tiene el patersistema a la hora de resolver sus vergüenza, usando la patologización y medicalización de los cuerpos que no se ajustan a sus exigencias normativas de productividad, desde esa macho-ficción de considerar a los procesos psicofísicos como estados permanente-inmóviles y determinantes, en lugar de encauzarlos como procesos dinámicos, a su vez atravesados por sistema de fuerzas complejos, que no se ajustan a esquemas rígidos, ni inmutables, ni universales.
Aunque tengamos voces como las de Karen Horney (desde comienzo del siglo pasado) o las revisiones a partir de los años setenta de pensadoras como Luce Irigaray o Julia Kristeva, que desmontan la universalización de la cultura falogocentrista, ésta continua dentro del contrato/pacto social, a través de toda una trama apuntalada por condiciones psicointernas y público/políticas.
La devaluación del cuerpo menstruante -que se puede ver atravesado por las fuerzas reproductivas- sigue en un lugar de pérdida, como sujeto castrado y sometido a unos lógicas pater-blanco-colono-extractivista, donde las fuerzas reproductivas siguen imbricadas como fuerzas sometidas, como fuerzas que te colocan en un constructo identitario de sumisión, negación, y pérdida de poder psicopolítico, neuro-discursivo y simbólico-representativo.
Las fuerzas reproductivas, desde la trama de la cultura falogo-centrista (como nos diría Lucy Irigaray), son parte de la casa del amo, son parte del entramado que sigue colocando al cuerpo que puede gestar como cuerpo aliado de tales fuerzas reactivas, fuerzas sometidas al régimen colonial-capitalístico. Por ello, el hecho de politizar y dotar de un andamiaje teórico legítimo a tales fuerzas es un nudo sin resolver por los propios feminismos, a su vez siguen considerando a estas fuerzas como una cuestión pre-política.
La imbricación entre fuerzas reproductivas versus “envidia del pene” continúa siendo uno de los anclaje reactivo dentro de las propias teoría emancipatorias no logren integrar tales fuerzas como fuerzas legítimas. Continúa el fantasma instalado por Freud, donde el cuerpo menstruante, que no tiene falo, se autoasimila como cuerpo mutilado y lesionado (como foco activador de patologías y sublimación psicológica), frente a lo planteado por Karen Horney. La cual desarrolló la hipótesis de la “envidia del útero” como aquella sentida por los cuerpos que no pueden gestar sujetos al constructo identitario cuerpo-comunidad-masculino, hacia los cuerpos que pueden gestar. Negando que todxs lxs que tenemos cuerpos que pueden asumir el trabajo de gestación entremos en una desventaja universal irrefutable. Para ello Horney, desmonta que el cuerpo niña/niñe que tiene vulva se sienta lesionadx en comparación con el cuerpo niña/niñe que tiene pene y que a partir de aquí, todo nuestro impulso vital vaya dirigido hacia una carrera inconsciente por tener un pene dentro de nuestro cuerpo, ya sea por coito (visión falocéntrica de la cópula, que ya nos explicó aquí el sexólogo feminista, Aingeru Mayor) o a través de la gestación de una criatura (criatura como metáfora de pene conquistado).
Horney no admitía que el desarrollo de la personalidad dependa de fuerzas instintivas e inmutables (desmontando las rigideces determinista de esta falo-intepretaciones de los procesos dinámicos). Negando que la sexualidad sea el factor omnipresente. No aceptando de la teoría psicoanalítica ortodoxa las fases del desarrollo psicosexual. Desarmando el complejo Edipo/Electra como un acontecimiento universal y planteando que las criaturas pueden presentar la envidia a la capacidad materna de dar la vida.
A pesar de sus aproximaciones, el pisco-constructo “envidia del útero” también es un territorio en disputa por parte de los feminismos, ya que hay movimientos que lo consideran como una estrategia esencializadora, desde lógicas biologicistas, no queriendo otorgarle potencia política a las fuerzas reproductivas por sentir que refuerzan las asignaciones de género/espacio impuestas por el patersistema, y que las cuales forman parte de las fuerzas reactivas, de las estructuras de sumisión de los estados totalitarios.
El nudo en el que nos encontramos hoy sería: ¿cómo integrar estas fuerzas como legítimas, dentro de los procesos emancipatorios, y sacarlas de las tinieblas del macho-lío-patriarcal freudiano? Como fuerzas vehiculares emancipatorias desde la desimbricación de tales fuerzas como fuerzas aliadas de la cultura falogo-céntrica, y fuera de las tinieblas instaladas en el imaginario colectivo por la “envidia del pene” o ¿cómo desmontamos que reconocer las fuerzas reproductivas como fuerzas epistémicas legítimas no refuerza la ficción impuesta por la macho-tradición freudiana de ansiar tener un pene dentro del cuerpo que puede gestar? Ya que actualmente estamos atravesadas por muchas herramientas reproductivas, por las luchas identitarias, por desmonte del coitocentrismo, por todo el proceso de sacar el régimen heterosexual de pater-estado-nación.
Las fuerzas reproductivas no pueden estar ubicadas dentro del aparato de sumisión del patersistema como fuerzas sometidas a sus deseos, sino que tenemos que re-apropiarnos de tales fuerzas, desde los feminismos, desde las teorías emancipatorias, como fuerzas que forman parte de la pulsión de vida y como fuerzas activas en búsqueda de los destinos más deseables para un vivir en condiciones dignas.
Integrando que la potencia de vida, la pulsión de vida, la capacidad de perseverar en la vida de todo lo vivo parte, también, de las fuerzas reproductivas como fuerzas que arrancan en toda la trama psíquica inconsciente como fuerzas legítimas, como fuerzas emancipadoras. Fuerzas activas (como diría Rolnik) que han logrado escapar de los fantasmas edípicos (y la correspondiente jerarquización de unas tramas psíquicas sobre otras), de los procesos de confiscación que han vivido históricamente, para ubicarse como fuerzas legítimas emancipadoras, como fuerzas que perseveran, también, en la sublimación de lo ético, como fuerzas de potencia de vida, como fuerzas que reproducen la continuidad de lo vivo.
Luisa- ¡Muchas gracias a todas! ¡Seguimos!
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