“Creo que la casa es uno de los sitios en los que se materializan las políticas de explotación/masacre de los cuerpos-mujeres y los-cuerpos-históricos-mujeres pero que desmontarlos no se ciñe a este espacio. Es decir, creo que se requiere de un cambio cultural radical para desmontar por competo el género y, por tanto, modificar de manera definitiva nuestros contratos sociales en todos los ámbitos, actividades y espacios de nuestras vidas. Dicho de otra forma, pienso al espacio doméstico como un receptáculo performativo de las políticas de género hegemónicas; no es el espacio el que las produce, sino uno de tantos en los que ocurren y se afianzan” -Lorena Wolffer.

Obra cabecera: Cartel en espacio público donde leemos “El género es violencia” de Lorena Wolffer el cual encontramos como entrada en la web de la artista/activista.

Converso con Lorena Wolffer, artista, feminista y activista, a partir de proyecto Historias propias desde casa (2020), el cual conocí desde las conversaciones impulsadas por la investigadora, Helena Chávez Mac Gregor (UNAM), Cuidado y distanciamiento. Una serie de pláticas en el encierro donde Wolffer ahondaba en cómo se han intensificado las estructuras de opresión, que lleva años revelando/denunciando en sus acciones y performances, sobre el cuerpo-mujer en esta alteración pandémica -que todavía transitamos como cuerpo social comunitario global-, la cual ha endurecido la invisibilidad de las violencias que se acumulan en nuestros cuerpos.

Hablamos de cómo nuestros cuerpos enferman al asumir los trabajos reproductivos en las coordinadas actuales, cómo las lógicas productivistas nos expulsan de un trabajo materno deseable, y cómo todas las hetero-nucleares-dinámicas funciona en relación al espacio doméstico, hogar o lugar en el que sostenemos como trama que reproduce la complejidad de los trabajos maternos, como dispositivo contradictorio (psicopatología del cuidado).

Nota de Lorena Wolffer: Esta conversación entrecortada con Luisa sucedió a lo largo de dos meses. Aunque habría querido que fuera más fluida, las mismas condiciones que fuimos tocando fueron las que me lo impidieron. Como para la mayoría, mis tiempos laborales pandémicos son mucho más largos y pesados (y peor pagados) de lo que eran antes. Como madre de una adolescente divido mi tiempo entre mi trabajo y cuidar y procurarla, y si antes prácticamente no tenía tiempo para ninguna otra cosa, mi reloj ahora ya está permanentemente en números rojos. Además, como tantas otras mujeres que trabajamos en torno al género y las violencias, tengo una enfermedad auto-inmune que de tanto en tanto limita muchas de mis actividades. Así las cosas, le fui respondiendo a Luisa conforme pude. Ésta parece ser nuestra condición de vida hoy.

Nota de Luisa Fuentes Guaza: Al igual que Lorena mi cuerpo ha revelado un síndrome auto-inmune que tengo que ir manejando, día a día, para no entrar en low batery y colapsar a partir de un acumulado de cansancio-continuidad durante estos casi 8 años de crianza que voy sosteniendo. Los tiempos productivos niegan toda la complejidad de actividades, acciones y repeticiones que articulan nuestros trabajos maternos, trabajos reproductivos, actividades propias a la reproducción social, y aún niegan con más saña, se niegan la corpo-evidencia (con datos desde el contexto donde yo me sitúo, Estado Español), en la que cerca del 25% de los cuerpos maternos van a desarrollar enfermedades mentales con su correspondiente evaluación clínica, la cual será resuelta (mayoritariamente) con medicalización como única respuesta del patersistema, y cerca de un 40% del total de los cuerpos que asumen las maternidades en las coordenadas actuales, desarrollarán problemas de salud crónicos, como los que compartimos Lorena y yo.

Luisa- Lorena, estamos asistiendo a un conflicto entre las fuerzas que nos empujan para emanciparnos -para sacarnos de la impunidad y silencio y falta de responsabilidad de lo público sobre los espacios privado/domésticos- y las fuerzas de conservación de la vida ante esta alteración vírica, que nos encierran en el hogar con la nueva capa de opresión de también asumir desde ahí el trabajo productivo (con toda la trampa que encierra esto de diferenciación entre lo reproductivo y lo productivo, como estrategia de ninguneo/devaluación sistémica de lo que han asumido históricamente los cuerpos mujeres), trabajo como cuerpos-amortiguadores-psicoemocionales desde esa narrativa patriarcal que establece nuestros cuerpos maternos como dispensas psicoenergéticas infinitas y trabajo pedagógico de menores a cargo. Teniendo presente este baile de fuerzas contrarias que nos atraviesan (activas/reactivas), desde el proceso de tu proyecto Historias propias desde casa, te quería preguntar: ¿Cuáles serían las violencias más significativas que has identificado o nuevas violencias que se revelan dentro del proceso despatriarcalizador de politizar todo lo que se acumula dentro espacio doméstico como lugar no-narrado y librado a sí mismo como una especie de anarkocapitalismo?

Lorena- En respuesta a tu pregunta, quizás trazaría tres líneas que tienen que ver con las participaciones de Historias propias desde casa pero también de Diarias global.

La primera es el afianzamiento, elaboración o multiplicación de violencias que ya existían y que al interseccionarse, se transformaron en tsunamis. Me refiero, por ejemplo, a las adultas mayores que durante el encierro estuvieron más solas/aisladas que de costumbre, sin ninguna agencia sobre la utilización de sus tiempos y espacios. O a las adolescentes que, justo en el momento en el que tendrían que estar explorando su independencia y autonomía, estuvieron confinadas no en sus casas, sino en sus recámaras, a veces pequeñísimas como único espacio privado posible. Tener que trabajar de forma habitual cuando se está cuidando a hijxs pequeñxs o adolescentes es otro ejemplo o, en casos más complejos, tener que hacer esto mismo pero compartiendo la misma computadora, tablet o teléfono. El cuidado de lxs familiares enfermxs de Covid o con cualquier otra afectación, ha orillado a muchas a tener jornadas laborales ya no dobles, como antes, sino ahora triples o cuádruples.

La segunda línea se refiere a los cambios radicales en la vida de algunas a partir de las consecuencias de la pandemia: tener que abandonar la casa o el trabajo de manera definitiva, perder un trabajo sin la posibilidad de encontrar otro o estar confinada en un barco del otro lado del mundo con tu ex-pareja y el padre de tu hijo porque no tienes dinero para un espacio propio.

Por último, está la transformación de las casas y los espacios “privados» de las mujeres en sitios de propiedad pública. Igual que nuestros cuerpos, nuestros espacios pasaron a ser de consumo y pertenencia públicxs, sin límites de ningún tipo.

Luisa- Hay una trama muy profunda que imbrica lo que sucede en el espacio doméstico -como lugar de expolio del trabajo que asumen los cuerpos-mujeres y el cuerpo-histórico-mujer- con lo que hace este patersistema con nuestras fuerzas, potencia y energías, cosa que hace que los cuerpos que asumen/asumimos los trabajos domésticos, trabajos del hogar, trabajos de los cuidados, más los trabajos maternos, más el resto de trabajos que este paterexpropiador considera como «productivos» seamos cuerpo enfermos, extenuados, en un porcentaje alarmante, y esta masacre -como me comentaba la escritora feminista, Silvia Nanclares- debería ser asunto central y urgente en las políticas actuales al nivel de la emergencia climática, como estrategia restaurativa para desactivar tal extractivismo, tales robos y los siglos de impunidad.

¿Crees, Lorena, que desmontando las atribuciones de género sobre los espacios doméstico y todo lo que opera en el espacio doméstico podríamos desmontar lo que sucede en nuestros cuerpos que cuidan y que asumen labores domésticas de cuidados y de sostén de las condiciones vivibles para otros cuerpos? ¿Es el espacio doméstico un lugar de reproducción patriarcal a desmontar?

Lorena- Creo que la casa es uno de los sitios en los que se materializan las políticas de explotación/masacre de los cuerpos-mujeres y los-cuerpos-históricos-mujeres pero que desmontarlos no se ciñe a este espacio. Es decir, creo que se requiere de un cambio cultural radical para desmontar por competo el género y, por tanto, modificar de manera definitiva nuestros contratos sociales en todos los ámbitos, actividades y espacios de nuestras vidas. Dicho de otra forma, pienso al espacio doméstico como un receptáculo performativo de las políticas de género hegemónicas; no es el espacio el que las produce, sino uno de tantos en los que ocurren y se afianzan.

Luisa- Hay una llave, un lugar de apertura, en lo que comentas del espacio doméstico como reproductor de lo hegemónico (donde se acumula la mayor cantidad de horas trabajadas no-pagadas) y a su vez también es el lugar donde se genera un espacio psíquico de calidez, amortiguación emocional, salubridad psicoafectiva (o por lo menos lo intentamos) y un lugar de protección (anclaje libre de violencias) para las unidades familiares diversas que convive en ese espacio: ¿Cómo hacemos para manejar estás fuerzas en varias direcciones?

¿Desmontando el encierro de la familia hetero-nuclear abriendo tal unidad a más cuerpos (sin vinculación consanguínea) que asuman las responsabilidades propias a la crianza desde su dimensión profunda? ¿Sientes tú qué lo doméstico sea un lugar de tal ambivalencia, un lugar donde opera la psicopatología de la blanco-colonización donde por una lado nos encierra y reproduce la opresión histórico-hegemónica que intentamos desentrañar y por otro es un ancla en la salud psíquica de la unidad familiar que convive?

Lorena- Te leo y vuelvo a pensar que necesitamos reconfigurarlo todo desde el desarmado del género pero también de muchos otros sistemas de poder. Es cierto que la casa y el espacio político de lo doméstico es donde se cristalizan y afianzan ciertos mandatos hegemónicos, pero sigo pensando que lo que necesitamos repensar y modificar son las responsabilidades y tareas de todxs en todxs los ámbitos. Esto transformaría la casa pero también una escuela, una oficina, una guardería, un edificio gubernamental o la calle en la que vivo.

Y sí, la casa puede ser un espacio de cobijo, cuidado y amor (amor como política) para las familias diversas y las distintas disidencias, aunque no necesariamente lo es siempre o del todo. Personalmente vivo esa dualidad: mi casa es mi guarida pero también es un espacio de lucha y confrontación permanentes. La acepto como una realidad que no tiene solución.

Lorena: Luisa, mi pregunta es regresarte la tuya: ¿cómo la vives/experimentas tú?

Luisa- Comparto contigo la confrontación. Lo vivo como lugar donde se activan deseos y acciones contradictorias, donde desarrollamos -o se sostiene- parte del trabajo materno. Lo veo como uno de las escenarios de toda la psicopatología del cuidado que vamos brujeando día a día los cuerpos que sostenemos de otros cuerpos dependientes de nuestro cuerpo.

Por un lado, me tensa mucho la organización arquitectónica de todo lo que tiene que ver con lo reproductivo, toda esta cosa foucaultiana de los espacio comunitarios como lugares panópticos carcelarios, y la casa como unidad reproductiva heteronuclear negadora de las verdaderas condiciones mínimas psicoestructurales para desarrollar un sostén en condiciones dignas y desde el bienestar psicoafectiva (que eso implica que existan cuerpos diversos que sostiene una trama psicoafectiva implicada en lo reproductivo y sus quehaceres más allá de poner una lavadora).

Me cabrea toda la ficción en la que nos ha ido metiendo desde esta práctica que condiciona las estructuras exteriores en las que habitamos y todo lo que esto tiene que ver en relación a cómo se ha proyectado desde la envidia del pene en lugar desde la envidia del útero, y que el pene como dispositivo vertical (que nos encierra en espacios de individualismo corrosivo) es una escenificación de la acumulación de capital, o lo que es lo mismo, de cómo nos organizan espacialmente como unidades de una maquinaria que nos roba la potencia económica y bioestructural de lo que generamos en dichos espacios, de la cual depende inexorablemente el blanco-pater-estado para su continuidad.

Es alarmante que de manera mayoritaria-extensiva se siga proyectando desde un cuerpo que no cuida, ni ha cuidado nunca y que además ansía, como falo-ficción neurótica propia de esta sistema turbo-expoliador que nos envuelven, que no/nunca vamos a necesitar a otros cuerpos para desarrollar este asunto que es vivir, y el despliegue de lo que me gusta llamar el “asunto vital propio” que va más allá de la actividad reproductiva.

Me tensa mucho cómo el hogar hetero-nuclear empieza por unas paredes puesta de tal manera donde se niega todo que tiene que ver con los trabajos asumidos por el cuerpo-histótico-mujer. Esto es algo que me enfada -pero hay atravesarlo como tránsito psíquico dinámico para no hacer de la frustración un estado identitario, cosa que creo peligrosa para nuestra salud- en este baile que llevamos donde funcionan fuerzas internas contradictoria, y sin caer en la romantización de lo rural (como territorio donde se acumulan muchas más violencias) o en esa búsqueda/huida de irte a la casa de pueblo donde no hay trama social que te permita sostener/continuar nuestras conversaciones, nuestras luchas, nuestros horizontes.

Lo vivo también, desde lo contradictorio como un lugar de poder, pero siendo consciente que estamos dentro de la dialéctica amo-esclavo (al estar distribuido desde esa ficción de cuerpo universal que no cuida ni necesita cuida y que niega el cuidado) donde poner en práctica maneras de estar-con-los-otros-cuerpos que te necesitan sin esquemas de cuidado autoritario, sin violencias soterradas que broten como serpientes encabronadas, y como lugar donde poner en práctica (todo lo posible) la transparencia psicoemocional y el acompañamiento dentro de nuestros límites-heridas-carencias, y haciendo siempre un ejercicio de optimismo radical desde la alegría profunda.

¡Muchas gracias, Lorena, por tu tiempo y generosidad!