¿Vamos a normalizar en silencio después de la movilización interna que tenemos en marcha dentro de las nuevas luchas reproductivas que la nueva era vital vírica es sinónimo de pérdida de derechos fundamentales para los cuerpos maternos y con mayor hondura para los cuerpos mujeres maternos? ¿Nos lo van a inocular sin que rechistemos? Responden las pensadoras: Sarah Babiker, Lucía Barbudo y Luisa Fuentes Guaza.
Obra cabecera: Self-portrait talking to Vince, Providence, Rhode Island (1977) de Francesca Woodman de la colección del FOAM FOTOGRAFIEMUSEUM AMSTERDAM
A continuación Sarah Babiker, Lucía Barbudo y la que escribe, compañeras de reflexión feminista y activismos teóricos sobre nuevas coordenadas de las luchas reproductivas, nos preguntamos sobre la pérdida de derechos, libertades y espacios sociales conquistados en los últimos años como apoyos al trabajo reproductivo -trabajo que el machosistema niega como lugar potencia económica- como consecuencia de esta gestión vírica totalizadora.
Donde los cuerpos que cuidan de menores a cargo han visto, hemos visto, intensificadas las cargas de trabajo sobre nuestros cuerpos y estamos asistiendo, perplejas, a la inexistencia de soluciones políticas que apoyen de manera efectiva a los trabajos maternos, como trabajos estructurales para la continuidad de este sistema desde la diversidad de las unidades familiares.
¿Vamos a normalizar en silencio después de la movilización interna que tenemos en marcha dentro de las nuevas luchas reproductivas que la nueva era vital vírica es sinónimo de pérdida de derechos fundamentales para los cuerpos maternos y con mayor hondura para los cuerpos mujeres maternos? ¿Nos lo van a inocular sin que rechistemos?
Reponde, Sarah Babiker, juntaletras feminista, periodista en El Salto Diario y corresponsal en la zona liberada de Usera:
Es difícil sustraerse a esta fase de disciplinamiento social donde, en una especie de estado de alarma tácito aun cuando no sea formal, todo se define, se decide y se ordena fuera, lejos, al margen de nuestras necesidades, pareceres y prioridades. Asistimos a un momento de enajenación democrática sin precedentes y nos cuesta afirmarlo, nos cuesta decirlo y sobre todo nos cuesta protestar, porque detrás hay un discurso muy eficiente, un eco más amplio que ha quedado resonando en el trasfondo de todo lo que hacemos, que es esa idea de que todo esto responde, todo nuestro sacrificio, autocontrol y control, autoexplotación responde a un bien mayor, a un objetivo más amplio e importante que nuestras individuales vidas, o incluso que las necesidades de colectivos completos, o generaciones concretas, que todo lo que nos piden que hagamos higiénica y obedientemente sin rechistar está destinado al fin supremo de luchar contra la pandemia, preservar la vida, luchar por la supervivencia de la sociedad.
Lo peor de esta enajenamiento democrático, de esta disciplina social a ratos totalmente irracional, flexible con los sujetos hegemónicos (manteniendo abiertos los espacios de ocio, y ahora también sus barrios), y rígido, arbitrario y enloquecido con quienes se encargan de los trabajos reproductivos (las empleadas domésticas que no recibieron sus ayudas, que ahora deberán atravesar la ciudad desde sus barrios confinados teniendo la sola libertad de viajar para servir a los demás, o consumir en sus barrios), madres y padres, y como ya sabemos en particular madres que tras meses de tener que lidiar en la soledad total con trabajo y cuidados; o miseria y cuidados; o con trabajo, miseria y cuidados al mismo tiempo —pues ya sabemos que muchos trabajos solo sirven para sostenerse en la miseria sin llegar a reventar— no hemos recibido ni cinco minutos de atención por parte de los poderes públicos, que nos enfrentamos al azar de un posible confinamiento por positivos en las aulas sin la garantía de protocolos claros, bajas para cuidar, y sobre todo, una seguridad económica que respalde lo que se nos exige para preservar ese fin superior que es luchar contra la pandemia.
A mi parecer, asistimos ante un punto de inflexión. Durante muchos meses, las barricadas contra este encierro contra el que no se podía discutir, esta expropiación de los parques, la alegría y el juego que no tuviesen encaje en el mercado, esta demanda de trabajo reproductivo y productivo que superaba ampliamente a la muy poca flexible oferta de horas del día (son siempre 24, haya o no colegios, haya o no clases online, haya o no deadlines), las manifestaciones masivas contra estas normativas y disposiciones cada vez más arbitrarias y absurdas, y en general todo acto de protesta ante el sinsentido, se han dado en grupos de wassap, o en conversaciones entre amigas. O no siquiera, lo peor es que ni eso, que esa oposición de la vida que no puede más someterse la hemos vivido por dentro. Es dentro de nuestros cuerpos que hemos armado barricadas sin saberlo, colapsando y enrabietándonos como actos de protesta que no sabíamos calificar, el vandalismo que ahora necesitamos se nos ha quedado adentro, llenándonos de ansiedad y fuego interno, de ganas de romper cosas y asaltar espacios de poder, sentimos esa electricidad pero no hemos podido canalizarla porque no era el momento, porque habia que esperar, porque estaba ese bien superior y colectivo, ese miedo a ir contracorriente y poner en peligro al común, de no hacer nuestra parte en la lucha una vez más contra la pandemia.
Entonces ese punto de inflexión al que me refería, responde que nada de esto se sostiene, ya no podemos plegar nuestras vidas, nuestro bienestar, nuestras necesidades y nuestros derechos, a este interés colectivo cuando vemos que quienes nos pedían sacrificios nos han desprotegido y maltratado. Si no han puesto los medios para cuidarnos: materialmente, para convertir los colegios en espacios seguros, para reforzar los centros sanitarios, qué sentido tiene nuestro seguimiento de las normas? Qué sentido tiene autoviolentarnos privándonos la presencia en parques cuando nos obligan a tomar el metro para ir a trabajar, qué legitimidad les queda para exigirnos responsabilidad individual como si la responsabilidad fuera una especie de seguimiento ciego a cualquier normativa proveniente de las autoridades y no el ejercicio crítico del pensamiento, el respeto hacia las nuestras y los nuestros, actuar conforme a lo que creemos que es el bien común. Si las autoridades toman decisiones que van contra el bien común, por qué debería ser más responsable obedecerlas sin rechistar, que organizarse para luchar por todas nosotras? Por quienes cuidamos, por las criaturas a las que cuidamos y en general por nuestros barrios, nuestra gente, por lo común, porque es urgente que entendamos que todas nuestras luchas están relacionadas y que es hora de rechistar fuerte, de escuchar todas las demandas pero también de hacerlas un runrún colectivo, un coro ensordecedor.
Responde, Lucía Barbudo, activista y máquina de reventar neuronas en Disidencias de género en eldiario.es, Coordinadora Anti Represión Región de Murcia, Bloque Feminista Murciano y CATS (Comité de apoyo a las Trabajadoras del Sexo):
Preguntabas antes si es que nos vamos a quedar en silencio después de la movilización interna que tenemos en marcha y yo digo que sin las movilizaciones internas no se empieza absolutamente nada pero que si sólo nos quedamos en movilizaciones sobre el papel no nos estaremos moviendo mucho ni llegaremos lejos. ¿Dónde está el sujeto político madre fuera de los libros/textos/conferencias/charlas/doctorados/artículos/teoría de crítica feminista?. A las blancas nos cuesta salir del teclado del ordenador y de los ámbitos academicistas y poner el cuerpo para materializar lo que andamos ya leyendo/escribiendo largas décadas mientras nos palpita cada vez más fuerte el corazón en la garganta.
Las intervenciones de práctica feminista de trabajo materno más bestias que he visto las protagonizan mujeres de los territorios del Sur Global, las luchas de las mujeres de Abya Yala, la lucha de las trabajadoras sexuales (muchas putas son madres y traen un discurso y una práctica materna que cuestiona los derechos del macho sobre sus vidas sexuales y reproductivas), la lucha de las maternidades cuir que revierten y revientan el orden patriarcal a través de sus disidencias sexo-genéricas o de sus prácticas afectivas sin un machoeje que las dirija o las maternidades que se apoyan y sostienen en redes sin macho (estas últimas menos visibles y menos organizadas políticamente).
Las madres enmatrimoniadas blancas trabajadoras clase media que son a las que (por proximidad espacio-vital) nos podríamos acercar por ser las madres de lxs amigxs de nuestrxs hijxs en las escuelas (hablo situando esta experiencia personal mía en Murcia, en una comunidad educativa desintegrada, rota e inexistente de colegio público con educación infantil y primaria) están en otra parte, en las antípodas políticas, son madres que sostienen la familia nuclear y el patriarcado, madres patriarcales, y ahí no vamos a encontrar alianzas para hacer frente a esta pandemia y a su consecuente pérdida de derechos fundamentales.
«La madre patriarcal es la gallina ponedora de huevos que se comerá el Sistema, la madre como sujeto político es la que posibilitará el viraje hacia otros paradigmas sirviéndose de y apoyándose en su trabajo sexual, reproductivo y maternal»
¿Cómo hacemos un movimiento político potente con las madres como sujetos políticos y ejes vertebradores que reivindiquen las maternidades no-patriarcales, maternidades rupturistas y combativas, si como respuesta directa a cada comentario sólo obtenemos miradas de incomprensión?
Ojalá sea sólo mi experiencia, pero ¿alguna madre politizada se ha encontrado con alguna interlocutora en la puerta del cole que la haya mirado de manera diferente a como miran las cabras? La pupila horizontal de incomprensión e indiferencia, o peor aún, de total animadversión vaticina un campo político estéril donde todo está condenado a no crecer. ¿Cómo y desde dónde articulamos una maternidad política y politizada que nos permita salir de este lodazal que ahora en tiempos de coronavirus nos ahoga más que nunca? ¿Dónde están mis amigas?
También me pregunto, ¿qué estoy aprendiendo con el COVID19? Muchas cosas, pero mi favorita es esta: si vemos cómo se ha gestionado y se sigue gestionando esta crisis-pandemia, la madre como sujeto político debe aparecer sí o sí. La madre patriarcal es gallina ponedora de huevos que se comerá el Sistema, viremos hacia otros paradigmas con nuestro trabajo sexual, reproductivo y maternal.
El otro día le leía a una chica en su muro que se quejaba de dónde estaba el movimiento feminista con esto de la vuelta al cole. Y tiene toda la razón. ¿Dónde está? ¿Quién forma el movimiento feminista en Expaña o en los núcleos urbanos más potentes como Madrid? ¿Es que no hay madres? ¿Por qué no están las maternidades en ninguna agenda feminista? ¿Por qué se han puesto siempre las asambleas organizativas para la movilización social en horarios antimadres?
Te contesto aquí, mi querida Luisa, abiertamente a la pregunta que me lanzabas: la razón directa de que no estemos haciendo movilizaciones súper bestias en este régimen vírico a propósito de la sobrecarga y el abuso que el Estado está ejerciendo sobre nosotras con el cierre de colegios y confinamiento -que no sólo ignora sino que maltrata a la infancia- visto y analizado el miedo y la represión, es que las madres no existimos como sujeto político.
No en Expaña, no en mi contexto políticosocial, geográfico y generacional.
No en el feminismo de mi asamblea que cada vez soporto menos porque cada vez me lo creo menos. Y si existimos lo hacemos de manera individual, no como colectivo ni organizadas. Por eso nos la meten doblada y por eso, la foto que nos devuelve la realidad es esa que decías tú, foto de parálisis, foto de silencio: lo que no se articula colectivamente y no se lleva a la calle, a los barrios, a las comunidades educativas, etc, no existe.
Nos tenemos que poner las pilas.
Además, la histórica categorización de la “buena madre” -sacrificada y abnegada- se extiende y perpetúa en el paralelismo con la “buena ciudadana” –obediente y paralizada-: de la casa al Estado y del Estado a la casa. En este escenario coronavírico de histeria colectiva, volvemos a la maternidad que odiamos, la que nos encierra y nos obliga a tragar con lo que hay. #QuédateEnCasa es el hashtag perverso que apuntala el capitalismo en torno al privilegio de la vivienda al tiempo que nos retrotrae a la cárcel-casa, a todo eso a lo que queremos pegarle fuego.
Leo en el texto del activista kurdo Abdullah Öcalan “Liberando la vida, la revolución de las mujeres”: La mejor mujer es la que mejor se adapta a su hombre o patriarca, y pienso, en esa extensión del Pater familias que representa el Estado, que también la mejor ciudadana es la que mejor se adapta al Estado. El machaque del mensaje deobediencia o enfermedad, obediencia o contagio, obediencia o muerte es brutal. Existe un paralelismo entre la jerarquización de las relaciones de poder que se imponen y perpetúan patriarcalmente dentro de la familia y las jerarquías de obediencia que se establecen entre lxs ciudadanxs y el Estado.
Sigo con Öcalan: la familia se desarrolló como pequeño Estado del hombre. La familia como institución se ha perfeccionado de manera continuada a través de la historia de la civilización, únicamente por el refuerzo que proporciona el aparato de poder y el Estado. En primer lugar, la familia se convierte en un soporte básico de la sociedad estatal al dar poder (…) en la persona del varón. En segundo lugar, el trabajo constante y no asalariado de la mujer queda asegurado. En tercer lugar, ella cría a los niños para mantener las necesidades de la población. En cuarto lugar, ella difunde la esclavitud (…) como modelo a seguir en toda la sociedad. (…) No es posible imaginar otra institución que esclavice tanto como lo hace el matrimonio y digo yo, ¿y la maternidad?
Desentrañando el nudo patriarcal… La familia sin el pater, la emancipación sin el Estado
En esta expresión tuya, Luisa, que me encanta por lo gráfica y lúcida que es cuando hablas de desentrañar el nudo patriarcal, ¿es viable o se sostiene el binomio relaciones heterosexuales y emancipación? ¿Pareja y emancipación? ¿Trabajo materno y emancipación? Tal y como yo lo veo, la respuesta a todas las preguntas es sí, pero no con los modelos que hay, no con las estructuras que hay. Tenemos que girarlo todo, retorcerlo y encontrar vías emancipatorias dentro de estos combinados.
Más que nada porque muchas no estamos dispuestas a renunciar a la maternidad, ni queremos ni podemos volver a meternos a nuestras criaturas por el coño (como decía un vídeo que vi recientemente de una madre que trataba con humor el tema de la vuelta al cole y de lo que íbamos a hacer con nuestrxs hijxs).
Si volver a meternos a nuestrxs hijxs por el coño no es una opción fisiológica válida, tampoco lo es como solución política. Ahí está el giro que debemos dar y no lo podemos dar desde la individualidad ni desde los privilegios que nuestras cuentas bancarias nos permitan. Una solución que pase por la holgura económica de cada madre/cuerpo sostenedor/familia no es un proyecto colectivo de amplio y ambicioso horizonte emancipatorio, es privilegio de unas pocas y no nos sirve. La política de las pocas no sirve para nada; sirve la política de las todas. Y desde luego si vamos a poner las esperanzas emancipatorias en las lógicas capitalistas, acabaremos como esos perros que rotan en círculos intentando mordisquear sus propias colas. Si pedirle más dinero a nuestros maridos (estoy moviéndome en supuestos ejes heterosexuales) no puede formar parte de un proyecto emancipatorio, ¿tiene sentido pedirle dinero a Papá Estado para reivindicar una maternidad rupturista? Audrey Lorde, ¡cuánto podemos parafrasearte, amiga! Las herramientas machopatriarcales no sirven para librarnos del machopatriarcado.
No tiene ningún sentido.
Y papá y Estado son la misma cosa. Las ayudas/subvenciones del Estado no tienen nada de emancipatorias (y desde luego no salen gratis), sino que nos relegan a una posición de subordinación y de dependencia. El giro al que, en mi opinión, deberíamos virar es hacia un sistema o estructura colectivos de autosuficiencia y autonomía brutales, y no hay autosuficiencia ni autonomía posibles dentro del marco del Estado, de igual manera que no hay libertad ni democracia en las sociedades capitalistas. Hay que salir de ahí. ¿Cómo? No sé responder a esa pregunta tan gigante, pero sí tengo el absoluto convencimiento de que sin las madres como sujetos políticos no se va a producir.
Responde, Luisa Fuentes Guaza, impulsora de esta plataforma y coordinadora del grupo de estudios sobre Maternidades o Trabajos Maternos en el Departamento de Actividades Públicas MNCARS:
Propongo que una de la reivindicaciones que pongamos sobre la mesa, dentro de las nuevas luchas reproductivas atravesadas por esta alteración vírica, sea la de acabar con esa “universalidad” en la que funcionan los órganos estatales, los partidos políticos y todo el aparataje del Estado. Acabar con esa continua fabricación, a lo loco, de soluciones políticas que son pensadas para un cuerpo universal, un cuerpo que no existe, como pasa en la práctica arquitectónica donde se proyecta para cuerpos sin-carnes-ni-pieles sin necesidad de cuidar o de ser cuidados -lo cual se erige como una de las grandes críticas que se le hace a la arquitectura hegemónica dentro de la arquitectura feminista. Superar esa inercia. Inercia muy del progresismo para que vayamos todas/todes hacia esa construcción identitaria supremacista homogenizadora donde se nos promete que alcanzaremos todas las mieles del sistema (mentira descomunal como parte del macho-lío-patriarcal en el que habitamos si no has iniciado tu autoproceso de despatriarcalización de tu ser).
Dejar ya de producir políticas para ese cuerpo ficticio como cuerpo-hombre-cis-hetero-blanco-burgués-urbanita-asalariado-que-no-cuida, ni ha cuidado nunca (rasgos identitarios que también son una jaula para cuerpos hombre que se asimilan identitariamente desde la autoconfiguración de su identidad sexual, la diversidad de su práctica afectivo-sexual y desde unas expectativas de desarrollo vital no embebidas en la turboacumulación de capital).
Exijamos que se dejen de aprobar y pensar estrategias públicas para cuerpos que no han cuidado nunca, y que entienden el cuidado como un lugar ultra devaluado, un lugar destinado a cuerpos que no tienen poder. Como lugar imposibilitado donde la interdependencia y las otras, la infancia, las dependientes, los cuerpos enfermos, los cuerpos que van a morir, los cuerpos neurodiversos, los cuerpos con diversidad funcional, cuerpos con diversidad afectivosexual, los cuerpos necesitados de cuerpos para continuar en lo vivo en condiciones dignas, no existen.
Porque sabemos de sobra que el 84% de los cuerpos que cuidan son cuerpos mujeres. Millones de cuerpos mujeres.
En ese 84% no hay ni rastro del cuerpo-hombre-cis-hetero-blanco-burgués-urbanita-asalariado-que-no-cuida. Cero pelotero de esa faloproyección del turbocapitalismo que nos lleva fritas a todas y todes los que nos negamos a machoadaptarnos a unas expectativas que no son las autoelegidas, ni las propias a nuestros deseos no colonizados por ese cuerpo ficticio universal y su irrealidad de expectativas.
No queremos más expectativas de devaluación introyectadas. Estamos hartas.
Esto no significa que nuestros cuerpos deseantes, llenos de potencia, rebosantes de posibilidades y herramientas, de aprendizajes y destrezas (físicas, logísticas, intelectuales, académicas, normativas, psicoemocionales, etc) no ansían la autonomía económica total, aglutinar poder sobre nuestros cuerpos. Pero quizá un poder entendido desde otras lógicas. No el falopoder de la verga que no cuida, que sólo se empalma para la masturbación de su ego capitalístico/machocolonizado.
No hay emancipación sin autonomía. No hay emancipación sin euros propios, pero no desde las coordenadas de ese cuerpo ficticio, sino desde las coordenadas de cuerpos que cuidan, que desarrollan actividad intelectual, actividad logística doméstica, actividad esencial, actividad desarrollo interno, actividad productivas desde lógicas neoliberales, pero donde se reconozca la potencia económica de la actividad reproductiva, la cantidad de euros que valen las actividades propias al trabajo materno y la cuantificación real equivalente por costo de oportunidad y horas invertidas de las actividades de logística doméstica/matéricofamiliar.
Desde nuestras coordenadas, desde nuestros cuerpos no ficticios, necesitamos nuevas políticas.
Porque decir que los cuerpos que cuidan son cuerpos mujeres en un 84% es hablar de millones de cuerpos mujeres que no se ajustan a las condiciones socioestructurales, laborales y vitales de esa falacia de “universalidad” en la que nos metió bienintencionadamente (y con logros más que evidentes) el feminismo igualitario español en su estrategia de emancipación en los años ochenta –estrategia que ya ha tocado techo y está pasada de vueltas- donde se nos dice que todas habitamos (incluidos los cuerpos mujeres que vienen de contextos atravesados por violencias y opresiones brutales obligados a asumir condiciones laborales en regímenes de semiesclavitud una vez aterrizan en suelo español) en las coordenadas vitales de un cuerpo hombre-cis-hetero-clase-media-blanco-burgués-asalariado, que no ha cuidado en su vida.
También revelar, poner en el centro del debate político, sin medias historias, ni estrategias confusas, que aproximadamente la mitad de los cuerpos mujeres que asumen los trabajos maternos los sostienen con todo en contra. Sin otro salario. Sin ayuda estatal. Ni prestaciones por criatura a cargo (cosa que si pasa en la Europa del Bienestar), y además siendo conscientes -aunque muchas no tengan estudios superiores ni sean urbanitas saben como funciona la historia- que el trabajo que asumen, el que hace posible la continuidad de la vida de toda su unidad familiar y de personas dependientes a ellas, intensifica relaciones familiares de dependencia, abusos varios y manejos extraños de lo emocional sujetos al poder económico. Es decir, asumen un curro que lleva soterrado mucho lío logístico-emocional. Además ven que se destinan (si es que algún día llega) un IMV para mitigar la violencia económica en hogares jodidos por este sistema expropiador/depredador, pero que su práctica diaria (curro) no recibe ni un euro.
Otro territorio caliente sería ahondar en las condiciones en las que va a evolucionar la escuela en estas nuevas coordenadas víricas, dado que parece que afrontamos un proceso largo. No resolver con el tipo de estrategias que utiliza el neoliberalismo de barrer/eliminar todo lo que entorpece sus lógicas de acumulación. Es decir, ya tenemos una nueva normalidad producida lista para ser implementada. Ficción de nueva normalidad que no se ajusta a las necesidades de los cuerpos que cuidan. Topándonos de frente con un caudal de narrativas oficiales, desde todo el aparataje estatal que nos envuelve, que nos quiere empaquetar dentro de una nueva ficción de normalidad que lleva consigo una brutal pérdida de derechos y libertades, intensificada -pérdida constante desde marzo 2020- en los cuerpos que cuidan y en los cuerpos que necesitan ser cuidados.
Nueva ficción de normalidad que tiene el único propósito de preservar todas las dinámicas normativas que configuran esa “normalidad” antes de la pandemia, resistiéndose a encarar que quizá debemos abrirnos a nuevos paradigmas ecosociales, a nuevas maneras de organizar de manera pública la crianza, los trabajos maternos, los trabajos de cuidados, los trabajos esenciales, los trabajos básicos para que los cuerpos animales-humanos puedan continuar sus vidas en unas condiciones en las que merezca la pena desarrollar el asunto vital, que merezca la pena vivir nuestras vidas.
No se puede estar apuntalando una nueva normalidad vírica como nuevo orden social que suponga ver arrasados unos mínimos que ya teníamos, por parte de distintas fuerzas y direcciones, consensuados sobre nuestro derecho fundamental a una educación digna que pueda generar marcos de bienestar físico, mental, social y espiritual a nuestras niñas y niños. Una educación que se acerque más a modelos educativos que funcionan, tipo el finlandés (cosa archisabida por todas), que al aterrador modelo de disciplina social chino.
Preguntarnos si ya hemos llegado a la etapa final de una estructura escolar, que gritaba ser actualizada antes de esta alteración vírica, dadas las medidas sanitarias de obligada implantación en los centros escolares y abrir la posibilidad de normalizar en cada pueblo, en cada barrio, en cada esquinica del este territorio: aulas naturaleza, escuela bosque y aulas exteriores que exploren los entornos cercanos tanto naturales, sociales o arquitectónicos donde la ventilación esté asegurada. Proyectar un modelo de escuela desde unos modos de hacer que no supongan la pérdida de derechos psicofísicos, corporales y espaciales, porque no es legítimo meter a nuestra criaturas en un ambiente escolar punitivo.
¿No podemos plantear las escuelas en espacios exteriores donde se conecta con el entorno, con lo exterior, y así potenciar el sistema inmunológico, no inmunodeprimir con esa tensa vigilancia sanitaria propuesta y con esas pautas de distancia social que van a entorpecer las sinapsis básicas que necesitan lxs niñxs para desarrollar sus neuronas espejo y tal?
¿Cómo vamos a generar unas nuevas generaciones ecoresponsables dentro de este diabólico sistema educativo vírico que está emergiendo si los protocolos a implementar van a reforzar el individualismo y su consecuencia directa (muy conocida por los cuerpos mujeres): la pérdida de potencia como comunidad?
Hay algo extraño en cómo estamos asumiendo la mayor pérdida de derechos fundamentales en la democracia pertrechada por este manejo vírico donde aparece una neblina entre el posible peligro físico severo o mortal y la pérdida de conquistas sociales como sujetos políticos.
Continuará (…)