«Por un lado, tiene que ser una buena madre, ya que, según el psicoanálisis, de ella y de su forma de llevar adelante la maternidad dependen las posibilidades del hijo o hija de constituirse subjetivamente a la manera «normal», es decir, neurótica. Si algo en ella falla, el/la hijo/a puede estructurarse como psicótico/a, autista/a, débil mental, o peor aún, puede nacer sin desear vivir, corriendo riesgo su supervivencia». María Laura Giallorenzi
Obra encabezado: «Rostro descompuesto» (1980) por Mónica Lilienfeld
Conversación con la pensadora feminista, teórica para una maternidad emancipada y actual becaria doctoral en CONICET, Consejo Nacional Investigaciones Científicas y Técnicas, María Laura Giallorenzi (Chivilcoy, Buenos Aires, 1985).
Cuya investigación y escritura ahondan en el proceso de apuntamiento histórico del constructor social “buena-madre”, en las relaciones entre maternidad-trabajo-familia y sobre la transformación de significados relacionados con la crianza monoparental.
Luisa- ¿Podemos reconocer que estamos actualmente en plena revisión o en plena transición paradigmática de todo lo relacionado con la reproducción social y una de los territorios profundamente patriarcalizados que debemos desmontar es la construcción “madre” vertebrada por lógicas identitarias de culpa, autocensura, sacrificio y devoción. Según tu investigación en “Crítica feminista sobre la noción de la buena madre” (2017), ¿siempre han existido estás lógicas o se han ido transformando en función de las demandas el capitalismo?
Laura- La categoría “madre” como asimismo la noción de buena madre han sido construidas de diferentes formas a lo largo de las épocas, según lo que la sociedad y sus sistemas de producción necesitaban para la mujer-madre. Asimismo, el conjunto de prácticas y discursos que hacen a la función de la maternidad se han ido modificando en relación a lo que culturalmente se valora positiva o negativamente para una madre.
En dicha investigación que mencionas, expongo a partir de una lectura de la bibliografía sobre el tema, como a partir de finales del siglo XVIII se comienza a fraguar lo que se conoce como el mito del instinto materno, del amor espontaneo e incondicional de toda madre hacia su hija o hijo.
Luisa- ¿Debemos estar atentas al sometimiento que implican las actuales prácticas de neo-apego (Laura Gutman, etc) muy extendidas en la cultura occidental las cuales nos las están inoculando a través de “ideología de lo correcto”?, ¿estamos cayendo en un nuevo territorio de control de la «buena madre» a través de asumir estas prácticas?
Laura– Tal como decías en la primera pregunta, actualmente estamos asistiendo a una revolución por parte de las mujeres –principalmente- que implica una constante revisión sobre estas categorías enmarcadas en una lógica patriarcal.
En cuanto a las corrientes de neo-apego que pueden observarse por ejemplo en la lactancia a demanda y extendida, en la alimentación saludable, en el colecho, entre otras cuestiones, lo importante es que no se conviertan en un único modelo de ser buena madre. Pienso que lo peligroso, puede ser que estas corrientes sean lo apropiado para maternar en estos tiempos, y que todo lo que quede por fuera de esas prácticas pase al terreno de lo inapropiado y convierta a alguien en mala madre.
En esto, seria respetuoso para las mujeres y sus hijos y/o hijas que se pueda elegir como se quiere maternar y criar, sin tener que caer en absolutismos que terminan generando abnegación y culpa. Por todo esto creo que tenemos que estar muy atentas.
Luisa- ¿Cuales son las principales pensadoras que ponen en jaque la construcción de la «buena madre»?
Laura- A mi entender, leer a Elisabeth Badinter en el libro sobre la existencia del instinto maternal es clave para comenzar la deconstrucción de la categoría de buena madre. También leer a Simone de Beauvoir en el Segundo Sexo, es una invitación a pensar –entre muchas cosas- sobre qué hay de cierto en el peso de lo biológico en la construcción de la maternidad. Por otro lado, Adrienne Rich en su libro Nacemos de mujer con el planteo de la maternidad como institución y como experiencia, así como, Betty Friedan en la mística de la femineidad, son lecturas que contribuyen a la desnaturalización del ideal de la madre.
Luisa- ¿No crees que el psicoanálisis del siglo XX ha contribuido a articular una construcción de “buena madre” donde persisten lógicas de encierro en el espacio doméstico, dependencia económica o como alternativa a la dependencia convertirte en un cuerpo «emancipado» como cuerpo explotado (por someterse a doble y triples jornadas de trabajo) dado que asume el trabajo materno más el trabajo en el sistema neoliberal «productivo» sin considerar productivo el trabajo de gestación y sostén?
Laura- La psicología, y particularmente el psicoanálisis, de manera conjunta con otras disciplinas han contribuido a la construcción de la noción de buena madre, como así, a la definición de la familia como unidad productiva dentro del capitalismo. Una conocida frase de Freud, justamente nos invita a reflexionar sobre esto, cuando el autor desliza la idea, sobre que, una persona para estar completa en términos psíquicos debería amar y trabajar. Si esto lo aplicamos a las mujeres y a las madres, tenemos el problema de la conciliación entre la esfera productiva y reproductiva.
La inserción sostenida en el mercado laboral como en el educativo de las mujeres ha habilitado a que estemos hablando de una doble o triple jornada laboral. Donde también hay que poner bajo la lupa, que sólo las jornadas que se desarrollen en el mercado laboral serán rentadas, y en la mayoría de los casos de forma inferior a los hombres, invisibilizando con ello una cantidad de horas diarias que las mujeres invierten en lo que das en llamar trabajo de gestación y sostén. Leer a Silvia Federici en su reciente libro «El patriarcado del salario» (Traficantes de sueños, 2018) puede ayudar a visibilizar este fenómeno.
Además, el psicoanálisis respecto de la mujer, consideró que la salida normal, esperable para la mujer es ser madre, desear un hijo (esto lo dice en una de las Nuevas Conferencias, sobre la femineidad). Esto implica una exigencia para la mujer. Por un lado, tiene que ser una buena madre, ya que, según el psicoanálisis, de ella y de su forma de llevar adelante la maternidad dependen las posibilidades del hijo o hija de constituirse subjetivamente a la manera «normal», es decir, neurótica. Si algo en ella falla, el/la hijo/a puede estructurarse como psicótico/a, autista/a, débil mental, o peor aún, puede nacer sin desear vivir, corriendo riesgo su supervivencia. Y por otro lado, la mujer, además, tiene que poder insertarse en el mercado productivo de manera exitosa.
Luisa- Según lo que nos contaba Victoria Sau en «El vacío de la maternidad: madre no hay más que ninguna» (1995) la «madre» como construcción subyugada a un territorio patriarcalmente oprimido genera intraviolencia entre sus semejantes para señalar los defectos y carencias que la construcción «padre» o el «amo» -de Audre Lourde- narra sobre la «buena-madre» para mantener su lugar de poder. ¿Seguimos repitiendo esas dinámicas de oprimidas generadoras de violencia hacia otros cuerpos que ostentan el mismo lugar en la cadena colonial?, ¿es la construcción «buena-madre» la guardiana del orden patriarcal?
María Laura- Para comenzar a responder esta pregunta, me atrevo a compartir la definición de Victoria Sau sobre la categoría MADRE presente en el Diccionario ideológico feminista: “esta figura de mujer venida a menos en el patriarcado «es indefinible por sí misma pues en cada tiempo y lugar son los hombres quienes deciden cómo ha de ser, cómo ha de actuar, qué debe hacer» (Sau, 1981). En esta definición, está claramente expresada la idea de que la figura madre seria guardiana del orden patriarcal, y no solo la buena madre, sino una visión más amplia de la misma.
También, a lo largo de la historia, hemos visto como se fue definiendo arbitrariamente dicha categoría y con ello las acepciones positivas o negativas que van de la mano del ejercicio de maternar. Pero, aun no se ha visto que se defina a la maternidad ligada al territorio de lo público y lo político. Para las definiciones hegemónicas la mística de la maternidad está ahí en su invisibilidad (Sau, 1995).