“La maternidad es un territorio de disputa que, en determinados discursos, es muy fácil que se deslice hacia el «ensalzamiento de una esencia». Mientras que el patriarcado lo naturaliza en los cuerpos y lo invisibiliza como factor de riqueza social para seguir usufructando de ello, cierto feminismo, quizá el más hegemónico, lo invisibiliza de otro modo. Digamos de forma un tanto simple, es la batalla entre el feminismo de la igualdad y el feminismo de la diferencia, aunque a mí el debate me parece bastante más complejo que todo eso”. Carolina León

Obra cabecera: Capitalism is not working (2007) del colectivo feminista Claire Fontaine

Converso con Carolina León, librera en Traficantes de sueños y escritora. Autora de la Trincheras permanentes. Intersecciones entre política y cuidados (2017), una reveladora reflexión sobre la incorporación de territorios denostados por las lógicas machocéntricas, tales como, la reproducción, la vida, los cuidados, los afectos junto a las condiciones y necesidades para el sostenimiento general de los cuerpos en constructos sacralizados como la política, la militancia, el activismo, la organización y la revolución.

León ahonda en cómo los cuerpos son utilizados a través de políticas que “parchean” para cumplir las demandas de lo productivo y sólo existen, como tales, bajo esas lógicas. Señala cómo las condiciones necesarias para el sostén son consideradas como subalternas, fuera de lo que tiene poder, cuando paradójicamente el valor viene de la vida, de los cuerpos, del cuidado, de los haceres, etc. Forzándonos a tener que asimilarnos en estructuras/sentires falocéntricos/masculinizados. “Hay un «universal» que no quiere saber nada de cuidados, de cuerpos, de fragilidad, de vulnerabilidad, de interdependencia. En estas, de verdad, sólo tenemos como compañeras a las feministas del sur global (que no pueden negarse), a las teóricas queer (Butler) y a las ecofeministas” comenta la autora.

Luisa- Sostenemos con nuestros cuerpos todo el andamiaje que a su vez sostiene al sistema socioeconómico que nos niega como cuerpos productivos -generadores de riqueza- en todo lo propio a la reproducción social, ¿cómo puede ser, Carolina, que siendo tan evidente que el capital se ha podido ir acumulando, históricamente, a partir de la negación de todo trabajo invisible/devaluado de lo reproductivo, del sostén, de los cuidados, de los cuerpos que son atravesados por estas cargas de trabajos sin igual, no seamos capaces de generar políticas que reconozcan esta realidad tan literal?

Carolina- Cuando enuncias la pregunta en negativo, me bloqueo un poco. Asimismo por la palabra «políticas». Porque la respuesta se puede orientar según entendamos la palabra «políticas», en todos los sentidos que puede tener la palabra entre lo grande y lo pequeño, entre lo oficial/estatal y lo cotidiano/ciudadano, entre lo macro y lo micro. Así que en ese sentido vería una gradación. Se darían más «políticas» en torno al trabajo invisible de los cuidados y la función de los cuerpos en ellos cuanto más pequeño es el ámbito en el que miramos. Del estado a la casa, con sus grados.

En el grado más ínfimo, el que se daría desde las «políticas públicas», para mí es evidente que hasta el día de hoy es interesado tratar el espacio reproductivo como un continuum con la naturaleza (con los recursos naturales, también), para no rendir cuentas. Es interesado no plantearse el escenario en el que se bajan todas las manos y no se cuidan, porque es absolutamente imposible llegar a la no -provisión de cuidados para la subsistencia, como es bastante difícil para la tierra no hacer brotar las semillas (ojo que no estoy diciendo que los cuidados sean naturales ni feminizados per se).

Así que se «parchean» políticas allí donde el capital necesita a ciertos cuerpos para la maquinaria de producción y se hace evidente que se retiran esas energías, se sustraen para las tareas de reproducción. Solo ahí se actúa, creo, y se hace patente. Se actúa como reacción y sólo se problematiza cuando faltan. De ahí que la óptica se mantenga, por ejemplo, en ese globo abstracto de la llamada «conciliación». Los cuerpos son «necesarios» solo en tanto cuerpos productivos y se ensayan parches para que la reproducción no se detenga (demasiado). Pero a la vista está que todo eso es insuficiente y los cuerpos lo sufren, más en este contexto de crisis.

Luisa- Cuando hablas, totalmente de acuerdo, de esa lógica que no parece nadie querer desmontar que sería el “continuum de lo reproductivo con la naturaleza como estrategia para no rendir cuentas”, también como manera de contribuir a la mitologización de la feminidad como estrategia para reforzar los roles de género y toda esa mística de lo «natural», ¿no se está revelando una de las grandes patas del patriarcado: invisibilizar de manera sistemática uno de los trabajos más intensos y duros que hace nuestra especie -gestación y sostén-?, ¿cómo puede ser que dada la carga de trabajo que supone para el cuerpo -cuerpo que decide asumir las tareas propias de lo reproductivo- no sea una de las principales luchas de los movimientos feministas?

Carolina- Hay muchas cosas en la pregunta. La maternidad es un territorio de disputa que, en determinados discursos, es muy fácil que se deslice hacia el «ensalzamiento de una esencia». Mientras que el patriarcado lo naturaliza en los cuerpos y lo invisibiliza como factor de riqueza social para seguir usufructando de ello, cierto feminismo, quizá el más hegemónico, lo invisibiliza de otro modo. Digamos de forma un tanto simple, es la batalla entre el feminismo de la igualdad y el feminismo de la diferencia, aunque a mí el debate me parece bastante más complejo que todo eso.

[Vengo bastante revuelta estas semanas por la reacción anti-derechos lgtbi de cierto movimiento feminista, así que esta respuesta está mediada desde ahí]

Creo sinceramente que la «igualdad», en algunas de sus concepciones, invisibiliza ese trabajo de los cuerpos. En el sentido en que se han buscado, históricamente, estrategias para continuar siendo funcionales en el mundo del trabajo capitalista, desatendiendo las demandas de los cuerpos que crían y cuidan. Y, paradójicamente, esta demanda de «igualdad» pretendía igualarnos a los hombres (como el universal modo de estar y ser en el mundo), y las conquistas se han resumido en ser cuerpos productivos en el trabajo, en el trabajo asalariado externo a los hogares, mientras que el trabajo guardado dentro de los mismos que reproduce la fuerza de trabajo no ha sido objeto de tanto análisis ni crítica (sin menospreciar el trabajo del feminismo marxista, sobre todo italiano, de los años setenta).

Otros momentos feministas han intentado hacer valer lo propio de los cuerpos asignados «mujer» por su biología («feminismo de la diferencia»). Hay una historia y una genealogía concreta a rescatar desde esos cuerpos, experiencias que ni siquiera se narraban ni se sustanciaban, ausentes del debate público. No minusvaloraré lo que ha supuesto esa explosión de relatos desde los cuerpos (dejemos de lado las identidades), porque durante treinta o cuarenta años nos han nutrido de sustancia, experiencias encarnadas. Pero no ha sido suficiente para que los «trabajos del cuerpo» sean tratados como un problema feminista.

Vayamos por partes.

No sé qué ha tenido más impacto en las políticas feministas del último medio siglo: ¿lograr la paridad en los consejos de administración de las empresas o lograr la paridad en las tareas entre parejas heterosexuales en la crianza de los hijos?

Uno de los trabajos más intensos y duros, como tú dices, está inscrito en el cuerpo, hay zonas compartibles pero hay zonas que no; mientras tanto no se ha logrado ni por asomo que esos trabajos sean considerados como tales… Algunas políticas de «conciliación» han incidido en esa desigualdad, pero suelen estar diseñadas en función del trabajo «productivo», del salario atado a un empleo.

Mientras hemos visto, en las últimas dos décadas, cómo se pauperizaban las condiciones de vidas atadas al empleo, y también cómo muchas mujeres feministas, hijas del «feminismo de la igualdad», ensalzaban los discursos del cuerpo, redescubrían las experiencias, se sentían huérfanas de relato, generaban contestaciones situadas… «nadie nos había contado qué potencia, qué conocimiento, qué subversión había en criar y cuidar, cómo pueden estas sencillas acciones contestar al orden patriarcal y neoliberal que desprecia y menosprecia la vida».

Esta es una corriente que pone a mujeres «educadas» a sentirse en el mismo «marco» que otros millones de mujeres que no disponen de herramientas para contestarlo o salirse de él, millones de mujeres en el mundo para las cuales cuidar y criar es una imposición por su género. Y esto es, según quién lo analice, una «reacción» cuando para mí es un enfoque absolutamente pertinente (aunque siempre está a un tris de acercarse al biologicismo, ok).

Y creo que ahí hay una hermandad, pero que el discurso feminista de la igualdad quiere invisibilizar, porque hablar de la diferencia de los cuerpos es sumirnos en un torbellino de opciones que nadie ha sabido resolver. Porque hay un «universal» que no quiere saber nada de cuidados, de cuerpos, de fragilidad, de vulnerabilidad, de interdependencia. En estas, de verdad, sólo tenemos como compañeras a las feministas del sur global (que no pueden negarse), a las teóricas queer (Butler) y a las ecofeministas.

No cuidamos por ser mujeres (algunas han sabido salirse de la asignación automática), pero cuando cuidamos nos llaman mujeres. Seguimos enfocando las tareas propias del cuidado y la crianza como «tareas femeninas» y por tanto despreciándolas, anulando su valor, usurpando su potencia ontológica; incluso desde los feminismos «de la igualdad» dicen que debemos negarnos, sin hacer un análisis material de qué sucede cuando nos negamos.

Al final de todo esto, las cuidadoras se ven como víctimas o como cautivas de una condición (cuando no cautivas de un discurso). Así como las personas cuidadas, a las que se encasilla en un lugar de dependencia y subalternidad. Yo no creía, cuando terminé mi libro hace dos años, que tendría que responder a estas tonterías (*).

(*)Quería decir que me he visto discutiendo que la revalorización de los cuidados y del trabajo de reproducción de la vida era una "vuelta al orden patriarcal", desde hace un tiempo y a partir de las tesis del "cuidado como política" que realizo en el libro. Esto es, con el "feminismo de la igualdad", que cree que mágicamente desaparecen las necesidades de los cuerpos cuando "nos negamos a reproducir los roles". 

Me resulta muy complejo responder a la última parte de tu pregunta: creo que no se ha querido mirar de frente a las tareas propias de lo reproductivo (independientemente de las identidades), desde los feminismos, salvo por los feminismos marxistas de los setenta, y analizaron muy bien el esquema de reapropiación de los cuerpos y las riquezas que estos producían.

Porque esa mirada se salía de los contextos occidentales, clase media y blancos, dejaba de lado las aspiraciones de la «academia», etc, y trazaba los hilos entre todas las opresiones en razón de la asignación de género, y asimismo con otras opresiones, y decía: «los cuerpos y las identidades que crían y cuidan están interconectados y estamos todos interconectados, somos cuerpos vulnerables y quienes cuidan toman una posición activa política que contraviene todo el sistema de productividad para el capitalismo, para la reproducción de otros cuerpos».

Esto es imposible mirarlo desde un esquema binario. Creo que la «maternidad» es un territorio en disputa porque desafía demasiadas cosas y, también, supuestos feministas. Por ejemplo, que nos realizamos en el empleo, en la profesión. En todo este debate, la «igualdad» es un factor de invisibilización, y no sé qué queremos o poder hacer con él.

Luisa- Retomando lo que señalas sobre los únicos cuerpos que son necesarios son aquellos que son productivos, ¿cómo puede ser que lo reproductivo no sea considerado productivo (mirándolo desde la estructura capitalista, claro)?, ¿podríamos también generar otra categorías en relación al trabajo, otras tipologías de trabajo, que asumen los cuerpos pero que estén fuera de los ejes neoliberales?, ¿puede el trabajo entenderse desde otras lógicas?

Carolina- Podríamos, si queremos, si nos salimos de las lógicas. Cuesta, porque el esquema impuesto es duro. De hecho, hay cien millones de situaciones, de contextos, pueblos y comunidades en que los cuerpos no importan sólo por el empleo o el salario sino porque se implican en las vidas de otros y otras. Creo que tenemos una colisión de intereses entre un feminismo que intenta «liberarnos» por medio del trabajo (véase también FMI y microcréditos) y otras concepciones que miran las condiciones de vida de las mujeres más allá de lo que producen. Y desde ahí hablar del valor que se genera en trabajos no-productivos.

Ni siquiera el feminismo es capaz de dar cuenta de las vidas no-productivas, no hablo de mujeres cuidadoras, sino de sujetos diferentes, personas con discapacidades, enfermos crónicos, personas que no cuentan con un cuerpo «hábil» para el empleo.

Todos ellos, y muchas de nosotras, estamos fuera del esquema de lo «válido»: ¿quién define lo válido, o quién define el «trabajo», y quién define lo «productivo”?. El neoliberalismo nos quiere a todos en la máquina, el feminismo (de la igualdad) dice que la máquina nos libera, y los análisis más contemporáneos de la teoría queer (no solo Judith Butler) dice que en tanto que cuerpos tenemos todos una responsabilidad en la subversión sobre lo «válido».

No hay cuerpos óptimos o desechables, hay una lógica de clasificación de los cuerpos que no podemos proseguir, que es la misma que permite asesinar en las fronteras o impide abortos o justifica la violencia en función de la asignación de género.

¿Puede el trabajo entenderse desde otras lógicas?. Sí, en un contexto en que indiferenciemos productivo de reproductivo. Esto lo veo muy lejos de nuestros contextos cotidianos, urbanos, primermundistas, y de nuestros esquemas de pensamiento binaristas. Creo que se puede lograr otra noción de trabajo en contextos cooperativistas, en asociaciones de personas bajo preceptos libertarios, en colectividades y comunidades, y apuntes de esto suceden sin pedir permiso; pero no en nuestros espacios marcados por la violencia de la empresa y los Estados. Los feminismos hegemónicos, en este asunto, tienen mucho que revisarse.

DISCLAIMER: Personalmente, no me sitúo ni en la «igualdad» ni en la»diferencia». He leído muy poquita teoría feminista, pero tengo un marco amplio. Creo que hablar de maternidades colisiona con cosas muy del ahora, y que es verdaderamente un terreno de disputa, lo es desde los setenta. No podemos seguir hablando de «maternidad» en el sentido biológico.

Luisa- Mil gracias, Carolina.