“La cosa no consiste en renegar de la naturaleza para considerarse válidas en el ámbito racional, sino de impugnar la misma frontera impostada que en Occidente se ha querido erigir entre un ámbito y el otro, del mismo modo que nos cargamos las paredes que sacan la producción afuera y recluyen la reproducción en lo privado. Y en ese tirar abajo los límites, yo aspiraría a remezclar lo femenino y lo masculino hasta que dejen de existir como ámbitos de especialización”. Sarah Babiker
Obra cabecera: Give me all your loving (2010) por Estudio Nuboso (plataforma fundada por la artista Ela Spalding)
Converso con la juntaletras feminista y periodista de Elsaltodiario, Sara Babiker, sobre cómo manejar a nivel político el cuerpo que se ve atravesado por los procesos encarnados (aquí bioprocesos) propios a las actividades de gestación y sostén. Sobre la normativización exógena a la que se ve sometido lo reproductivo, en todas sus fases. Sobre el disciplinamiento del cuerpo y las actuales tensiones en la teoría crítica feminista con las maternidades.
¿En qué ayuda al feminismo o a cualquier proyecto de igualdad y emancipación negar esa dimensión de la existencia?, ¿de qué manera puede contribuir a construir sociedades mejores aseptizar procesos impregnados de sensibilidad, de cuerpo, de emocionalidad? -nos lanza Babiker.
Luisa- Sarah, tú eres una gran conocedora de los distintos territorios de la práctica teórica feminista contemporánea, por donde van y hacia donde. Te quería plantear que de manera generacional, situándonos en un escenario postidentitarios no-racializado no-colonial, estamos intentando articular una práctica feminista que incluya todo lo relacionado con la reproducción social desde nuevos ejes de coordenadas. Una de las demandas sería incluir el cuerpo, los procesos encarnados o bioprocesos que atraviesan a la gestación y sostén, las corpoexperiencias inextricables a este tipo de actividades que no consideramos meros procesos culturales, o solamente contextos socio/históricos, sin que por ello se nos tilde de esencialistas, ni biologizantes, como estrategia para desacreditar tales demandas y no ahondar en la complejidad que subyace al habernos tenido que asimilar desde estructuras identitarias masculinizadas. ¿Podemos tratar de articular un feminismo biointegrativo en relación a todo lo propio a la reproducción social desde un ángulo antinaturalista que no refuerce roles de género, ni la mitologización del constructo cuerpo-comunidad-femenino (como territorio fuertemente patriarcalizado) ni que active la lógica «lo normal, lo natural, lo patriarcal»?
Sarah- Bueno, en primer lugar no me considero gran conocedora de nada, creo que la práctica teórica feminista es un proceso vivo y cambiante, una madeja de propuestas y saberes, de corrientes y paradigmas a las que me he acercado en distintos momentos de mi vida, según el tiempo disponible y mis inquietudes del momento. Así de vez en cuando saco una foto fija para orientarme, pero intento desconfiar de la pretensión de conocer todo el mapa, yo creo que mi feminismo es más intuitivo que teórico, construido a trompicones entre lecturas, conversaciones, experiencias y cierta escucha del mundo. Te he respondido un párrafo completo de algo que ni siquiera era una pregunta, disculpa.
Respecto a la pregunta, yo creo que el “divorcio” entre el feminismo y el cuerpo responde a la necesidad dialéctica de desvincular la feminidad y la maternidad, lo femenino y la naturaleza, huir de las relaciones de poder avaladas por lo que se llamó instinto maternal, o el sacrificio femenino. Entiendo que hay rupturas necesarias en cuanto que obligan a pensar desde otro lugar los roles sociales y sus trampas. Pero al final se cae en otra trampa, la de una ficción de lo masculino, que somos como homo economicus depilados, que funcionan respondiendo a intereses materiales: independientes, autosuficientes, racionales.
Claro, esta ficción a duras penas se sostiene si la encarnan solo los hombres, si la encarnamos todas y todos genera el colapso total, es insostenible porque lo cierto es que somos cuerpos vulnerables, necesitados de cuidados, de afectos, de sostén, de calidez. A los varones, tal como está armada la división sexual del trabajo y diseñada la masculinidad hegemónica, les cuesta sufrimiento, dolor, vacío de sentido, inseguridad, acomplejamiento, y hasta el suicidio, mantener esta ficción de autosuficiencia y fortaleza, a las mujeres dentro del reparto nos ha costado el colapso mismo, vidas infelices anegadas en la culpa de no cumplir con nada de lo que se espera de nosotras.
¿Qué tiene que ver el cuerpo en todo esto?. Pues que gestar, parir, maternar no es un proceso aséptico que pasa por nuestros cuerpos sin movilizar nada, toca fibras, moviliza mecanismos, genera fluidos, deseos, necesidades que vienen repitiéndose a través de la historia de la humanidad y en los que nos han des-socializado. Hay un disciplinamiento muy fuerte de la maternidad, una normativización exógena, que en cierto modo, parece que tiene por objetivo desnaturalizar la experiencia. Alejarse de lo natural, se interpreta como una forma de progreso, y al progreso a veces se le interpreta como independencia, agencia. Pero dónde queda tu agencia, cuando se pretende desligar toda la gestación de la experiencia.
Pero claro, aquí entramos en el debate de siempre, ¿no es lo que nosotras consideramos natural una construcción cultural?. Porque al final las formas de criar cambian según diferentes culturas. Un ejemplo que se usa mucho, son unos estudios que hizo la antropóloga, Nancy Scheper-Hugues, en el que ponía en tela de juicio que hubiese un instinto natural tras investigar cómo en Brasil las madres pobres dejaban morir a los hijos más enfermos sin llorar por ello, para privilegiar la supervivencia del resto.
Para mi no es tan relevante el debate sobre si existe un instinto materno o no, sí me pregunto qué hubiera pasado si esas madres hubiesen vivido en un contexto en el que hubiesen podido salvar a todos sus hijos. Sí creo que hay cosas que muchas de las que hemos maternado hemos experimentado, y muchas pasan por el cuerpo. La angustia ante la separación, esa sensación de tener a alguien muy frágil que depende de ti, cierto bienestar al amamantar, pero a veces también cierto rechazo.
¿Es esta una experiencia común para todas?. No lo sé, también el hecho de haber tenido dos hijas en momentos vitales distintos hacia las que he sentido procesos diferentes, y estar rodeada de gente que ha tenido necesidades muy diversas: algunas que sufrían amamantar y lo que necesitaban eran que el peque agarrase bien los biberones. Otras que sentían mucha angustia de separarse durante más de x horas de sus hijos y que han esperado meses o años hasta alejarse más de un día de ellos, otras que conseguían viajar pocos meses después del nacimiento de sus hijos sin sufrir por ello. En fin, creo que es difícil pensar en una maternidad como algo común muy definido porque es bien plural y diversa, también tengo dudas de que podamos partir como dices en el enunciado de un escenario no identitario, no colonial, no racializado, o no atravesado por la clase.
Sí que creo que hay algo en lo que confluye todo este galimatías discursivo en el que te estoy internando sin darte ningún cabo definitivo del que tirar: la experiencia como espacio desde el que pensar, frente el pensamiento o la teoría como marco desde el que articular o en el que querer plegar la experiencia. Y creo que no hay nada más feminista que eso, al menos en cuanto a la metodología, partir de lo personal, de lo cotidiano de lo micro, y no mirar cuan vigías desde la altura de planteamientos teóricos endiosados por la academia y por esa autoridad tan masculina que a veces emana de ella.
Por otro lado, si hay otra cosa en común es la conciencia de la vulnerabilidad, de la interdependencia, de lo poca cosa que somos, de todo el espacio que pierde “la mente” como la pensamos, cuando estamos entregadas a esa fase tan animal, tan basada en lo más básico de las funciones biológicas: alimentarse, dormir, evacuar, ingerir. ¿En qué ayuda al feminismo o a cualquier proyecto de igualdad y emancipación negar esa dimensión de la existencia?, ¿de qué manera puede contribuir a construir sociedades mejores aseptizar procesos impregnados de sensibilidad, de cuerpo, de emocionalidad?. De momento solo nos ha servido para armar sociedades de mentira, donde la reproducción de la vida es insostenible en igualdad, y solo continuamos corriendo a lo loco a costa del sacrificio de las mujeres, de las clases subalternas o los pueblos colonizados.
En fin, esa división entre lo natural y lo cultural es cosa del patriarcado. La cosa no consiste en renegar de la naturaleza para considerarse válidas en el ámbito racional, sino de impugnar la misma frontera impostada que en Occidente se ha querido erigir entre un ámbito y el otro, del mismo modo que nos cargamos las paredes que sacan la producción afuera y recluyen la reproducción en lo privado. Y en ese tirar abajo los límites, yo aspiraría a remezclar lo femenino y lo masculino hasta que dejen de existir como ámbitos de especialización.
Luisa- Cuando planteo un escenario para las distintas y diversas maternidades o distintos modos de encarar la gestación y/o sostén es como futurible, como ejercicio de posibilidad ante el futuro, quiero rescatar esa potencia que plantea el aceleracionismo de proyectar futuros que se pueden ir integrando como presentes dada la velocidad en la que funcionamos. Desmantelar las opresiones es todo un ejercicio de optimismo casi distópico, pero me niego a trabajar desde un lugar imposibilitador como anclaje de mi propio activismo.
¿No crees que asimilarnos desde lugares posibles (aunque todavía no estén desarrollados) en los cuales el trabajo materno se maneje desde otros ejes de coordenadas no generaría otras experiencias?. Así rápido, ¿podría ser una estrategia emancipadora asimilarnos desde un feminismo que integre el cuerpo, aunque todavía no esté trazado (estamos en ello) para desmontar el feminismo de la igualdad el cual ya fue problematizado por pensadoras como Carla Lonzi «Escupamos a Hegel» (1970) donde ya denunciaba que los cuerpos se encierran en estructuras masculinizadas donde no existe ni la interdependencia, ni la vulnerabilidad, ni la carne, ni los límites físicos?
Sarah- Creo que el feminismo de la igualdad tiene un problema parecido al de la socialdemocracia. Es reformista. Coge un marco x, lo mira por arriba y por debajo y dice: aquí hay desigualdad. Hecho el diagnóstico mueve algunas piezas para pelearle un poco a la asimetría, habilitar ciertas mejoras para la gente de «arriba de los de abajo», y que el marco siga así, solidito e incuestionado. Claro, es que hay que reventar el marco todo para que la cosa cambie, no se trata de redistribuir el poder, sino de cuestionar la naturaleza misma del poder, cuestionar de qué redistribución hablamos, porque hay ciertas formas de entender el poder (masculinizado, individualista, no cuidador), y ciertas formas de pensar la redistribución (verticales, siempre dependientes de que haya gente subalternizada sobre cuya chepa alzarnos) que nunca, jamás de los jamases, traerán la igualdad, como la entiende el feminismo —o al menos el feminismo por el que peleamos— que es interseccional y aplana todos los privilegos, previa identificación y análisis.
¿Puede un feminismo que integre el cuerpo sumar a una estrategia emancipadora? Yo creo que sí, y además pienso en el cuerpo todo, el de las mujeres y el de los hombres, el cuerpo envejeciente que habitamos. El cuerpo-natura, es decir, la tierra y sus necesidades y heridas. La fauna y la flora, y la necesidad de reproducción de la vida. Todo esto queda muy hippy para alguien que como yo es bastante mental y no suele incurrir en discursos más cercanos a la idea de la pachamama, ni tiene militancia antiespecista. Pero entiendo que si me cuesta pensar en esos términos es por lejanía cultural con determinados conceptos y formas de entender la relación con la tierra que tienen sin embargo mucha mayor capacidad emancipatoria, de revisión de paradigmas y posibilidades de portar en sí futuros posibles, que todas nuestras viejas ideologías.
Así que sí, creo que un feminismo que integre al cuerpo de las mujeres, y al cuerpo de la sociedad, y al cuerpo-naturaleza no necesariamente desde una perspectiva mística o esencialistas, sino —roto el marco limitado y engañoso en el que nos movemos— como una visión global de la vida, sus posibilidades, y sus límites, será necesario para dar los pasos que tenemos por delante: redistribuir, pero de verdad, radicalmente, que todo el mundo acceda a lo necesario para vivir, y que la acumulación por des-posesión cese y con ella la transferencia de recursos de abajo a arriba. Dinamitar los marcos que nos llevan al colapso y al fascismo como estrategia de las élites. Creo que estamos construyendo ese corpus, pero me preocupa que más allá de ver horizontes posibles hacia los que avanzar vayamos a tener la fuerza, la determinación y la perseverancia para vencer a todos los fascistas, neoliberales y machistas que se nos van a poner en medio
Luisa- Según lo que nos contaba Victoria Sau en “El vacío de la maternidad” (1995) la “madre” como construcción subyugada a un territorio patriarcalmente oprimido genera intraviolencia entre sus semejantes a partir de unas dinámicas concretas para desterrar y señalar a las «madres» que no alcanzan esos estándares marcados por el paterfamilias, siendo una especie de vigilancia social que se hace día tras día -yo por lo menos lo vivo en los grupos de madres y entornos con criaturas- donde el patriarcado sale muy victorioso. ¿Tú tienes esa impresión?, ¿seguimos repitiendo estas dinámica de oprimidas generadoras de violencia hacia otros cuerpos que no ostentan el mismo lugar en la cadena colonial?, ¿es la construcción “buena-madre” la guardiana del orden patriarcal?, ¿la construcción «madre» desde nuestra tradición sociohistórica encierra ya ese peso de violencia hacia otros cuerpos gestantes y sostenedores?
Sarah- Sobre la intraviolencia de los grupos de crianza, los parques infantiles y las puertas de las escuelas —tú no lo has enunciado tal que así, pero yo me permito enfocarlo en este marco 🙂 — a mí me parece muy curioso, reseñable, esta cosa que pasa con la maternidad (y en menor medida con la paternidad): una dimensión hipersocial, cuando se trata de opinar, juzgar, valorar las maternidades ajenas, y una dimensión hiperindividualista cuando se trata de estar ahí para echar una mano.
Entre esas figuras «señaladoras» veo dos grupos y ambos me desconciertan. Las no madres (y no padres) que en muchos casos —dado el segregacionismo etario en el que vivimos—, no se han ocupado de un niño o niña ni cinco minutos durante su existencia y sin embargo tienen en su mente un manual de crianza mega detallado, que pita todo el rato —pita cuando piensan que una madre está demasiado encima de su bebé (lo está malcriando) pita cuando consideran que una madre no está lo suficientemente encima de su bebé (para qué tienen hijos si no están dispuestas a dedicarse a ellos), pita cuando una madre intenta contener una rabieta de un peque (lo que hay que hacer es ignorarles), pita cuando una madre intenta no hacer caso a un peque para que detenga su rabieta (es una pasota) — todo lo hacen las madres mal, según la guía clarísima de quienes no pasan con bebés o niños ni un rato al año. Por eso, ante una situación difícil con un bebé —o al menos esa es mi impresión aquí en Madrid— es mucho más fácil que te caiga una mirada reprobatoria que una oferta de ayuda. El otro grupo de figuras «señaladoras» me desconcierta e irrita aún más, pues se les podría presumir más empatía. Son las madres y padres que, estando super mega seguros de sus elecciones en cuanto a crianza, descalifican las «performance» del resto. Gente que para exceler en maternaje o paternidad, necesita sojuzgar a todas las otras mortales que casi casi estarían maltratando a su descendencia por no cumplir con las normas ISO de crianza estelar de la temporada 2019-2020.
Así que no sé si la cuestión buena-madre es por sí sola la guardiana del orden patriarcal, ni un dispositivo de opresión tan eficaz como una galera. Pero no me cuesta visualizar a esta categoría de la buena madre como una pareja de guardias civiles que te escoltan por tu viaje materno y a los que a veces cuesta ignorar.
Luisa- Muchas gracias, Sarah.