Incorporar los cuerpos en las maternidades: el cuerpo sí importa.

Obra cabecera: Mujeres voladoras por Cristina Llanos

En el trabajo materno, o en todo lo relacionado con la reproducción social, nuestros cuerpos aterrizan en un territorio fortísimamente tutelado y colonizado. Las cadenas, mandatos y exigencias funcionan en todos los entornos según los códigos de cada comunidad. Al gestar y/o sostener te encuentras de frente, o mejor dicho, «dentro» de uno de los grandes nudos del patriarcado o como dice la pensadora feminista, Patricia Merino, con el gran anclaje del sistema heteropatriarcal/neurodominante: el control/capitalización de la reproducción de animales-humanos como santo grial del neoliberalismo. 

Todas estamos colonizadas, pero lo triste es que nos sometemos las unas a otras en función del lugar que tenemos en la cadena colonial.

Todas ejercemos violencia hacia otros cuerpos que maternan y que no ostentan nuestros privilegios, ni condiciones materiales. Ser blanca, hoy día, simboliza ser opresora. Por mucho que nos incomode, así es. Es muy flagrante que para que nosotras vivamos una maternidad o trabajo materno “emancipado” -o en proceso de emanciparse- le tengamos que expropiar la maternidad, o el proyecto vital, a otro cuerpo que viene de un contexto imposibilitado por todo tipo de violencias, cuando son cuerpos que nos revelan es una construcción identitaria donde hay intrincadas unas potencias de estar, ser y lucha mucho más poderosas que las nuestras siendo euroblancas/privilegiadas tuteladas por el estado-de-bienestar.

Deberíamos poner atención para no reforzar el capacitacismo que impregna las luchas “de las blancas” para que este sistema de legitimación oficial no borre las legitimidades de un verdadero poder demostrado en los empujes emancipatorios de cuerpos que vienen de contextos oprimidos: una fortaleza que supera el oficialismo capacitacista al trascender en el día a día, a partir de sus haceres y sus manos, los latigazos del sistema opresor. 

Deberíamos partir de un auto-ejercicio de desmantelamiento del propio lugar en la cadena colonial para empujar por un futurible horizonte donde el trabajo materno sea emancipado para todos los cuerpos, no sólo para los cuerpos blancos, no sólo para los cuerpos cis. Practicando una responsabilidad activa en tu espacio personal y público.

No expropiar la maternidad a nadie para vivir la tuya.

Además tendríamos que establecer unas condiciones mínimas psico/materiales para que el cuerpo que asume el cuidado-profesionalizado viniendo de otro contexto, pueda desarrollar su propio proyecto de vida enraizado en el lugar que trabaja.

No vale expropiar las experiencias vitales a nadie para poder vivir las propias.

Aquí en España, hay una fuerte capitalización del discurso materno por parte del feminismo de la igualdad, donde cuidar es sinónimo de externalizar o de apoyarte en el sistema familiarista, propio de nuestra tradición latina, o aparcar a tu criatura en una escuela a partir de los 4/6 meses en una ratio que es ilegal en países escandinavos. Donde si quieres ser un cuerpo emancipado debes no meterte en las actividades propias a la reproducción y/o sostén, donde desde los lugares que nos dicen como tenemos que emanciparnos siguen defendiendo que asalariarte es la única solución, que esto de gestar y/o sostener no es un problema estructural que hay que resolver cambiando todo el andamiaje político-público-doméstico.

Continuamos con la creencia que si tienes una criatura es tu problema. Criatura versus problema, lógica que encierra mucha expropiación hacia otras maternidades para poder sostener la propia.

El anclaje lo encontramos en la construcción que nos atraviesa: “tu cuerpo no es importante”. No des el coñazo con tus bioprocesos o tu bionecesidades que eso es de ser una reaccionaria, antigua, reforzadora de los roles de género, burguesa frustrada ante una carrera profesional precaria, cuando no paramos de toparnos con cuerpos restantes y/o sostenedores que abren-abren-abren y abren proyectos cada día, desde sus escasos recursos o limitadas fuerzas (que son las que te quedan al ser un cuerpo materno/cuerpo-explotado).

Pero el cuerpo sí importa.

Además tenemos que incorporarlo a la maternidad, porque curiosamente cuando podamos incorporarlo a nivel político automáticamente se revelaría todo el trabajo que el cuerpo realiza, de manera invisible y devaluada.

El sistema esconde la trampa: no incorporamos el cuerpo porque no podemos asumir de manera pública esta inconmensurable cantidad de trabajo asumida por el cuerpo materno. El cuerpo no se puede incluir en las demandas de las maternidades, porque eso significaría desmantelar todas las creencias inoculadas en nuestras cansadas pieles y carnes durante siglos.

Emancípate, sí, pero negando tu cuerpo, negando el cuerpo materno. Negando el trabajo invisible y silencioso que sostiene, de manera irreversible, al capitalismo. Acumula sobre tu cuerpo toda esa cantidad de trabajo que implica gestar y/o sostener, pero acepta -sin rechistar- que las riquezas y potencias que eso produce se las quedará papá/estado o las estructuras económicas falocéntricas.

Siendo conscientes que incorporar el cuerpo para el feminismo hegemónico es un problema por el peso de los fascismos, la utilización del esencialismo para someter a la “madre”, el pestiño del naturalismo en esa cosa aterradora de la madre-naturaleza proveedora-sanadora-cuidadora, etc. Frente a esta sedimentación desde la tradición emancipadora de los feminismo del poder, hay dignificar que somos herederas de todo el proceso (Butler) que desmonta/problematiza la normatividad de las identidades sobre el cuerpo, y éste proceso de someter a crítica la normatividad, lo volcamos en todo lo propio a la reproducción social. Vislumbrando el adiestramiento de la fiscalidad -contrario al agenciamiento del cuerpo que propone, Silvia Nanclares.

Llevamos toda la vida buscando, desesperadamente, encajar en unas construcciones identitarias articuladas a partir de unos deseos-masculinizados, que nos han hecho vivirnos, siempre, en una especie de negación perenne, donde nunca éramos merecedoras de la aprobación del amo -amo como sistema de jerarquiza y oprime.

Para nuestra generación, el cuerpo como vehículo postidentitario a partir del cual transitas por el planeta o cuerpo viviente, sus procesos encarnados y sus sentires son indispensables dentro de los consensos que se van tramando como parte del proceso emancipatorio. Merecen una traslación política. No son meros procesos culturales/sociohistóricos.

Podríamos proyectar un feminismo biointegrativo, que a su vez conecta con los feminismos antirracistas y no-coloniales empujados desde América, para que todo lo propio a la reproducción social se ubique desde un cuerpo postidentitario, como estrategias para desmantelar las asignaciones por la división sexual del trabajo, la mitologización de lo femenino y todo ese universo de refuerzo del constructo cuerpo-comunidad-femenino, reconociendo y asimilando un cuerpo atravesado por bioprocesos, bionecesidades, fisicalidades encarnadas, pero no sólo por parte del cuerpo que decide gestar sino también reconociendo estos bioprocesos por parte de los cuerpos sostenedores. Reducirnos a meros productos social/históricos tiene algo de negación patriarcal, donde hay soterrada una exigencia de ser cuerpos lo más homogéneos posibles, fácilmente adaptables.

No podemos reducir este sentir, esta fisicalidad encarnada, como una simple lectura biologicista, frente a comprender que el impulso viene de una resistencia a no asimilarnos desde el principio antrópico. No identificarnos desde los huesos/carnes/escalas/deseos/expectativas de la heteropatriarcalización de los sentires.

Hablamos de un cuerpo desde una lectura antinaturalista donde sólo nos quedamos con lo contingente del cuerpo, las particularidades de esa contingencia para la reproducción social las cuales deberían ser tratadas a nivel político, desde identidades no normativas.

Aceptar que somos atravesados por procesos encarnados durante las actividades propias de gestación y/o sostén sin tener que identificarse como esencialista, porque hay una afectación física que no se tiene que leer como una situación de desventaja, sino como un escenario posibilitador de otras políticas y enfoques de lo público.

Revisando las maneras de vivir, los lugares desde donde decidir las maternidades, porque si queremos unas maternidades emancipadas desde una izquierda crítica, debemos volver al cuerpo.

Aceptar la maternidad como experiencia de afectación física entre un cuerpo y otro, no como proyecto bajo una expectativas neoliberales materiales. Desmontando la creencia que maternar o sostener está conectado con los metros cuadrados que una debe poseer para llevar a cabo esta responsabilidad irreversible; o trascender que llevarla a cabo pasa, irremediablemente, por estar asalariada o por el formato de crianza familia nuclear como lugar estrechísimo de frustración continúa, como lugar imposibilitador. Sino más bien, integrar la maternidad de otra manera, sin ser un destino final, sino una decisión corporal que puedes tomar en cualquier momento de tu vida fértil apoyándote en organizaciones de crianza no-normativas y en un sistema público-doméstico que lo retribuya y lo valore como trabajo productivo que es.

Asimilar que lo determinante en el trabajo materno es aceptar esa responsabilidad profunda e irreversible junto la disponibilidad física y emocional, pudiendo así incorporarlo en cualquier momento de tu vivir, sin tener que esperar a «fabricar» ese supuesto escenario de expectativas materiales donde nos encontramos con un cuerpo materno agotado e imposibilitado, donde aparecen las herramientas del capitalismo para dar respuesta a la imposibilidad. Sin negar el apoyo de lo tecnológico como parte del constructo socio/histórico del que formamos parte, siempre y cuando este apoyo (de lo tecnológico) no genere ningún tipo de violencia física/emocional/económica -cuerpos violentados- en aquellas que deciden incorporar ese apoyo, siempre y cuando, el apoyo no venga como respuesta del capitalismo a tus deseos, que ese apoyo no parta de las demandas vitales del capitalismo hacia nuestros cuerpos, sino al contrario, que sean los cuerpos posibilitados y no violentados, desde un lugar emancipado, quienes decidan apoyarse en lo tecnológico -ya que partimos que la tecnología no debe generar ningún tipo de violencia hacia nuestros cuerpos.

Manifestando que lo propio al sostén y/o al gestar te precipita a vivir el cuerpo de una manera en la que nunca antes lo habías habitado, de manera contradictoria, subversiva y a la vez poderosa. Sintiendo el cuerpo atravesado por muchas cadenas históricas. Límites que te dicen que es maternar y cómo has de sentir el cuerpo maternando, frente a una potencia inabarcable de goce, amor y profundidad, de estar con otros cuerpos afectándonos de manera física. Cuerpos que necesitan nuestro cuerpo para sobrevivir. Mostrando una riqueza sin igual en esa interdependencia, como un caudal inmenso donde te encuentras con nuevas manera de organizar lo íntimo, nuevas maneras de organizar lo público, nuevas maneras de desarrollar los vínculos y nuevos intereses para vicuncularte fuera de todo el adoctrinamiento que hemos recibido según el entorno/sociocultural en el que está enraizado cada cuerpo gestante y/o cuerpo sostenedor. Viviendo el cuerpo desde un aprendizaje continuo que asume que a partir de nuestros cuerpos se crean otros y otros.

Conviniendo con el sentirnos/asimilarnos como cuerpos explotados por el trabajo descomunal que implica sin apoyo político/social. Entendiendo el cansancio que atraviesa al cuerpo-explotado como una herramienta de disciplina social hacia el cuerpo que ha llevado a cabo la gestación y/o sostén de manera invisible. Aceptando que nos quieren cansadas, porque el cansancio no es emancipatorio, sin rechistar, ni con la posibilidad de evaluar, dignificar y cuantificar a nivel retributivo/productivo todo esa carga de trabajo sobre nuestros cuerpos. Conviviendo con la negación política del trabajo materno como tal, como trabajo estructural, emocional, físico, alimenticio, educacional y social; donde a su vez también se niega que cada una de las criaturas que sale de nuestros cuerpos será una fuerza de trabajo más para el sistema. Olvidando que cada criatura es una oportunidad más, que tenemos como comunidad.

Reconocer los sentires de los distintos cuerpos, cuerpas, y sus experiencias como potencia legítima epistémica, o dicho de otra manera más amable, como potencia de saberes y de conocimiento, puede también contribuir al proceso de desmantelación de las diferencias del trabajo materno entre entornos con particularidades diferentes, y por ello riquísimas potencias.

Erigiéndose como una posible estrategia despatriarcalización de los cuerpos sujetos a racialización para desmantelar muchas opresiones intersectoriales facilitadas desde los feminismos hegemónicos frente a unos feminismos que se articulan desde la especificidad de cada cuerpo. Con ello posibilitando unas luchas que devienen de la suma de todas, de todos los cuerpos, de todas las cuerpas. Unas luchas trasversales donde no hagamos uso de los privilegios aquellas que los tienen (o tenemos), donde identifiquemos los objetivos comunes de emancipación, todo lo que compartimos de manera contingente para que los empujes emancipatorios sean para todas, absolutamente, para todos los distintos cuerpos, sus distintos contextos.

Provocando cascadas de conversaciones, interpelaciones, auto-ejercicios de autodesmantelamiento colonial, ejercicios de apertura/cesión del espacio público a voces que no había hablado antes, plataformas de circulación, tensiones no-violentas, etc donde podamos llegar a consensos que incluyan los distintos sentires/potencias de un cuerpo incorporado.