“Circunscribir la maternidad a la familia nuclear fundada sobre una relación sexoafectiva (a priori, heterosexual) me parece muy limitante y problemático porque supone fusionar y reforzar amor romántico y maternidad patriarcal” -June Fernández.

Obra cabecera: Exposición ALACA HEYHEYLER de Arzu Yayıntaş, Sevil Tunaboylu y Güneş Terkol, (2017)

Converso con June Fernandez, periodista feminista, la cual acaba de cerrar un periodo vital de diez años como coordinadora de la valiosa Píkara Magazine – Periodismo con perspectiva feminista plataforma donde se han ido conjurando debates, pensamiento y movilización sobre todo lo que nos atraviesa a todos aquellas/aquelles que devenimos de opresiones diversas. Habla desde la riqueza interna que supone abrazar el puerperio siendo un cuerpo con un largo proceso desarticulación feminista y profundamente politizado. Actualmente forma parte de distintas iniciativas y redes sobre maternidades feministas, tales como, Maternidades bollo, y su práctica periodística ahonda en temas como la reproducción asistida, los permisos de nacimiento en parejas lesbianas o la violencia obstétrica, entre otros. Aquí podéis ampliar info.

Hablamos de heteropatercentrismo en las crianza, esencialismos a los que estar atentas, abandono público de los puerperio intensificado en el cuerpo gestante/sostenedor, la dimensión de los trabajos maternos y de cómo hay que dar visibilidad a modos de hacer las crianzas desde la responsabilidad psicoafectiva con organizaciones logístico-familiares no-normativas.

Luisa- June, entiendo que estás en pleno puerperio, politizando el tránsito que atraviesas -porque es urgente politizar al máximo que sucede en los cuerpos maternos una vez asumen los trabajos reproductivos o a lo Fraser durante «la reproducción social»- quería preguntarte: ¿no es alarmante que un tránsito tan determinante como el puerperio como lugar de convulsión política íntimamente encuerpada que según nos cuentan las psiquiatras perinatales feministas supone una crisis normativa o crisis evolutiva en el cuerpo gestante/sostenedor o cuerpo materno no esté articulado a nivel público fuera de la patologización? ¿será esta negación una de las tantas opresiones patriarcales que niegan la potencia de transformación social implícita en los trabajos reproductivos?

June- Respondo a esta pregunta el día en el que mi cachorrita cumple 16 meses, una semana después de que me haya vuelto la menstruación y un mes después de haber afianzado el destete nocturno.

En principio, la llegada de la regla me provocaba curiosidad, pero no le di un significado de cambio de etapa. No sé si por sugestión de los mensajes de otras madres que recibí en ese sentido, no sé si por el terremoto hormonal o por puro cansacio, pero esa noche me puse a mirar fotos del embarazo y de los primeros meses de Odei y me puse a llorar durante horas. Sentí una especie de duelo. Sentí de forma muy tangible que es carne de mi carne, que hemos formado durante dos años esa famosa díada, que ahora poco a poco se va transformando en otro tipo de vínculo, a la par que va fortaleciendo el apego con su madre no gestante. Y me pregunté entonces si había logrado seguir ese consejo que te repite todo el mundo: «Disfrútalo a tope, que pasa rápido». Y lloré también por eso. Así que no tengo muy claro si estoy en el puerperio o saliendo de él.

Efectivamente, encuentro que no hay reconocimiento social a esta etapa de la vida y me siento muy identificada con las feministas perinatales que la describen como una crisis. En mi caso, esa crisis empezó ya con la gestación y se tradujo en una toma de decisiones drásticas que un año atrás me habrían parecido increíbles: irme a vivir de la ciudad a un pueblo de dos mil habitantes (lo conocí estando embarazada y creo que Odei me susurró que ese era su lugar en el mundo) y dar por cerrada mi etapa de diez años coordinando Píkara Magazine.

Durante el puerperio me he sentido en cierta medida muy viva y efervescente, pese al cansancio. Con muchas ganas de escribir, por ejemplo, o de entrevistar a gente. Recuerdo que escribí la primera columna de opinión cuando Odei tenía apenas un mes, era el primer día que Susanna se fue más de una hora a pasear con ella y me gustó esa soledad. Creo que he usado el trabajo en general y el periodismo en concreto como refugio, como paréntesis en el trabajo materno, como forma de sentirme reconectada con mi identidad anterior. Lo mismo me ocurre con la militancia; me metí en el colectivo feminista de mi pueblo cuando Odei apenas empezaba a gatear y también he estado muy activada en proyectos de maternidades feministas. Siento que eso responde en cierta medida a una necesidad vital/ emocional/ psicológica, pero también creo que no me he dado permiso para volcarme en el trabajo materno, porque está demasiado arraigado en mí ese esquema capitalista patriarcal que relaciona lo «productivo» con el prestigio, con lo importante, con lo que nos da libertad, y lo «reproductivo» con la prisión, con lo pesado, con lo monótono, con lo tradicional, etc.

En las últimas semanas, me he preguntado a mí misma a quién quiero demostrar algo cuando juego a ser una superwoman feminista: empeñada en demostrar(me) que es posible conciliar la crianza con apego con el periodismo y la militancia. Estoy contenta con que he logrado marcar mis ritmos, con que también voy dando pasitos en el reto de colectivizar la crianza… Pero me siento siempre muy acelerada y me gustaría, si vuelvo a atravesar otro puerperio, estar menos ansiosa por hacer cosas, estar en un estado más contemplativo…

También quería mencionar lo frustrante que es la falta de atención y cobertura desde la salud pública a procesos relacionados con el puerperio. En mi caso, he pagado a una fisioterapeuta del suelo pélvico, que me ha informado de que tengo diástasis abdominal y una contractura vaginal. Me parece un despropósito que te den el alta 40 días después de parir y ya no haya revisiones.

Luisa- Retomando lo que comentas sobre cómo está metido en el tuétano, a partir del proceso de domesticación patercapitalista en el que nos vamos socializando desde pequeñas/pequeñes, la lógica productivista como sinónimo de valor y la lógica reproductiva como terreno de encierro y devaluación (también porque tenemos muy cerquita de nuestra piel que tales actividades humanas de sostén han sido asumida históricamente por cuerpos mujeres oprimidos, obligados a tener que asumir tales trabajos y muchísimas en un régimen de esclavitud doméstica): ¿no crees que estamos en un momento vibrante dentro de los nuevas luchas reproductivas -donde estamos situadas todas las feministas o hacedoras de emancipación que intentamos articular otros ejes desde los que vertebrar los trabajos maternos- como oportunidad para desarmar esas lógicas no perdiendo de vista que para que lo reproductivo no sea un lugar de opresión necesitamos un estructura pública y doméstica (con prestaciones por criatura a cargo, con un sistema de acompañamiento pensado desde nuestra necesidades encuerpadas como cuerpos maternos, con programa de apoyo psicológico perinatal etc etc etc) para que asumir tales trabajos maternos no sea un lugar de pérdida (como nos narra la pensadora, Maite Garbayo?

June- Sí, desde luego que estamos en un momento vibrante. Creo que, dentro de lo que se ha llamado la cuarta ola feminista, han emergido multitud de colectivos y proyectos que buscan visibilizar, revalorizar y dignificar el trabajo materno, tales como la plataforma PETRA, el podcast de Marta Busquets, tu propio trabajo, publicaciones de éxito como ‘Mamá desobediente’, de Esther Vivas… Me parece por ejemplo que la campaña de PETRA en la que un montón de madres reclaman tiempo para maternar, desde un lugar de empoderamiento y de emancipación gozosa, es disruptiva para un feminismo en el que ha primado el discurso antimaternal o al menos ese discurso que normaliza que lo feminista es volver al trabajo pronto y no quedarse en casa cambiando pañales.

En cuanto a la estructura pública y comunitaria que necesitamos, ahí es donde me entran más dudas, pero ya estáis otras compañeras aterrizándolo con propuestas concretas. Por un lado, veo claro el reclamo de PETRA de pasar de permisos laborales pensados para familias biparentales con trabajos formales por cuenta ajena, a prestaciones universales que no discriminen a madres sin pareja o a aquellas personas que trabajan en la economía sumergida o en el trabajo reproductivo no remunerado. Veo claro que esas políticas públicas tendrían que reconocer y proteger procesos como el puerperio o la lactancia.

Pero, por otro lado, también siento un poco de inquietud hacia el esencialismo.

Porque, ¿a qué le llamamos trabajo materno? La madre de mi hija (no digo «la otra madre» porque yo nunca soy «la otra») no ha pasado por gestación, parto, puerperio y lactancia, pero a día de hoy hace trabajo materno de forma corresponsable. ¿Un hombre igualitario (alguno hay por ahí) que releva a su pareja en el cuidado intensivo de un bebé cuando ésta quiere o tiene que volver al trabajo, hace trabajo materno? Estamos muy centradas en el primer año de vida del bebé, lo cual es lógico, ¿pero qué estructuras y políticas necesitamos para colectivizar la crianza y promover la corresponsabilidad más allá? ¿Qué necesitamos para que haya más mujeres que quieran ser madres sin que el modelo de pareja monógama se presente como única opción viable? Queremos que nuestro entorno apoye, queremos crear tribu, pero ¿cómo estamos apoyando a esa amiga que se hace cargo del cuidado de su madre o de su padre mayores o de familiares con otras realidades de dependencia? Vaya, creo que el reto de crear un sistema público-comunitario de cuidados es muy amplio.

(Responde Luisa)

Luisa- Al hablar de trabajos maternos hablo de la repetición de acciones en el desarrollo del asunto vital propio de manera continua que hacen posible el sostén de las criaturas en el tiempo y que se articulan a partir de la responsabilidad profunda e irreversible (pero con la posibilidad de renuncia) que asume los cuerpos sostenedores hacia la continuidad de la vida de la criatura en condiciones dignas o, por lo menos, con las expectativas de generar condiciones vivibles, condiciones vitales que desean ser dignas.

Los trabajos maternos se articulan a partir de todos esos gestos, acciones, repeticiones y haceres como psicomanejos-sociologístico-matéricos-psicoemocionales que hacen que la vida del cuerpo que necesita ser cuidado pueda continuar y sus desarrollos se posibiliten. Sin olvidar que los trabajos maternos también producen una bioafectación o afectación encuerpada en los cuerpos sostenedores y abren una categoría de trabajo por armar (una nueva tipología que tenemos que tramar) en la que se producen procesos psíquicos de transformación.

Soy consciente de que esto de incluir los trabajos maternos como categoría dentro de las lógicas de trabajo (con toda la mandanga productivista) es una estrategia para desmontar la depredadora creencia, metida en el tuétano social, que separa trabajo reproductivo de trabajo productivo (los separa y, como bien sabemos, a lo reproductivo lo ningunea y devalúa) y activar el reconocimiento a nivel político de la potencia económica que generan los trabajos maternos, como manera de que pueda entrar lo reproductivo, en la rueda de distribución de impuestos, retribuciones públicas, garantía legales, pensiones, etc, pero sin olvidar las problemáticas (¡mucho ojo con esto!) que encierra esta estrategia de encajar lo reproductivo dentro de estas lógicas productivistas porque lo urgente/sangrante sería desmontar el falosistema y machoestructuras que vertebran la cultura blancopatercapitalistaextractivista del trabajo y las consecuencia que tiene para nuestros cuerpos tener que adaptarnos a sus machoexpectativas/exigencias y deseos vergarizados.

El hecho de utilizar «maternos» en lugar de actividades de sostén o acciones que posibilitan las crianzas, es un homenaje al acumulado sociohistórico que hay detrás de estos trabajos, al haber sido asumidos de manera forzada o asignada o deseada (desde ahí ha sido muy minoritario) desde el género atribuido a los cuerpos mujeres o cuerpo sometidos a opresiones diversas que mayoritariamente han sido socializados como «mujeres». Dicho fácil, es un homenaje a quienes han desarrollado el trabajo de maternar en el devenir histórico a pesar de las dificultades y de las esclavitudes varias vinculadas a lo doméstico. Todos los cuerpos que nos han cuidados: nuestras abuela, nuestras madres, nuestras tías, nuestras hermanas, nuestras vecinas, nuestras amigas.

Al hablar de cuerpos sostenedores y cuerpos sostenedor/gestante se plantea una estrategia desencializadora porque la intención es desarticular el constructo identitario, pesadamente patriarcalizado, de «madre» y «padre» y las asignaciones que ambas construcciones llevan inoculadas a sangre en la psique y normalizadas en el afuera/dentro. Plantear «cuerpos sostenedores» abre la posibilidad de sostener, maternar, entrañar y criar desde una articulación propia -desde la negociación con tu propio proceso de desarticulación feminista o de decolonización- fuera de las asignaciones de género, de lo que se espera o exige al constructo «madre» o «madre» y de esta manera poder desechar todas esas narraciones de autocensura, sacrificio, negación del cuerpo deseante, encierro en la unidad núclar monógama, obligaciones psicoafectivas y afectivosexuales, etc etc que llevan implícitas.

Luisa- June, hablabas en tu anterior respuesta de cómo la monogamía se plantea como única alternativa «legítima» normalizada para sostener una unidad de crianza entre varios cuerpos sostenedores, aunque cada vez haya más, afortunadamente, unidades de crianza que asumen de manera conjunta las responsabilidad propias al sostén de las criaturas fuera esas narraciones visuales infantilizadas noventeras en la cuales se nos vendía que disolver la monogamia o convivencia en el familia nuclear (lo que viene siendo el divorcio) era un fracaso y un viaje de ida sin regreso al trauma para las criaturas (lógica íntimamente relacionada al culto a la romantización de la familia y al constructo de Victoria Sau de madre-en-función-padre a pesar de estar ya en una supuesta sociedad igualitaria), dicho esto te pregunto: ¿que la crianza normalizada esté articulada en obligatoriedades afectivo-sexuales y afectivoemocionales nos dicen que seguimos desarrollando los trabajos maternos dentro de una estructuras de organización social patercentradas donde todo es/por/para servir los intereses y expectativas del paterfamilias o paterestado?

June- Circunscribir la maternidad a la familia nuclear fundada sobre una relación sexoafectiva (a priori, heterosexual) me parece muy limitante y problemático porque supone fusionar y reforzar amor romántico y maternidad patriarcal. Mi madre y mi padre se separaron cuando yo tenía cinco años, entonces me sentí de lo más extraterrestre. 30 años después, el divorcio está bastante naturalizado (aunque se siga viendo, a menudo, como un fracaso), pero se ha avanzado bien poco en la normalización de modelos de familia alternativos.

De la misma manera, sobre las madres sin pareja de hoy, que muchas se afirman como «madres solteras por elección», no pesa el mismo estigma que sobre las madres solteras de hace treinta años. Pero, igualmente, lo deseable sigue siendo el modelo de pareja con criaturas que logra mantener viva su relación hasta que la muerte les separe. Recomiendo el libro periodístico de Noemí López Trujillo «El vientre vacío», en el que además de hablar del impacto de la crisis en la perspectiva de las jóvenes sobre la maternidad, también señala como obstáculo la dificultad de las jóvenes heterosexuales para encontrar a hombres dispuestos a comprometerse en la crianza. Tengo cerca amigas treintañeras angustiadas por no encontrar un compañero de proyecto de crianza adecuado, van viendo como cada relación de pareja termina, van pasando los años, pero no tienen acceso a otros modelos de organización y no sienten que dispongan de un entorno que vaya a sostener una crianza sin pareja.

En el caso que me atraviesa, que es el de la maternidad lésbica, la inseguridad ante la justicia patriarcal y la escasez de personas portadoras de semen con la que construir relaciones de intimidad y de confianza nos ha llevado a preferir embarcarnos en procesos de reproducción asistida, tutelados, medicalizados y costosos en todos los sentidos, que a crear unidades o redes de crianza distintas. Esto me preocupa desde la perspectiva política porque, entre otras cosas, creo que la otra cara de la moneda es la gestación subrogada como principal opción en el imaginario de los gays que quieren ser padres.

Así que me parece fundamental visibilizar las prácticas de crianza comunitaria o en tribu, visibilizar relatos de madres sin pareja por elección, de madres poliamorosas, de madres que encontraron compañeros con los que compartir crianza sin que su vínculo se basase en el amor romántico, de madres bolleras y cuir que no reproducen la familia nuclear heterocentrada…

Sobre el reto de cuestionar la monogamia en la pareja en un contexto de crianza, y relacionarlo también con deconstruir el pensamiento monógamo también en la forma de afrontar la crianza, recomiendo el discurso de Rocío L. Bardaji, tanto en su capítulo en el libro Maternidades cuir como su intervención en una mesa redonda en las jornadas de maternidades bollo celebradas recientemente y en cuya organización colaboré. Además, en esa mesa, «Más allá de la biparentalidad», participan Afaf Halaoui con su experiencia como madre bollera migrante, divorciada y sola en la crianza, y itsaso eroa, que vive y materna en una comunidad autogestionada rural. Un tema que abordan y que me parece clave, es la responsabilidad y el compromiso hacia las criaturas para que tengan referentes adultos estables. Es decir, que si sus mapadres están separades, practican la anarquía relacional o la crianza en tribu, cuiden de que no haya personas que entran y salen de sus vidas abruptamente, sin tener en cuenta sus necesidades emocionales.