“Habrá que preguntarse qué tanto las herramientas epistémicas han sido producidas o que tanto las entendemos desde ese mismo sistema (machocéntrico) (…) y si los lenguajes que necesitamos recuperar o reinventar tienen que provenir desde las más profunda oscuridad, cotidianidad, espiritualidad, búsqueda, insatisfacción, rabia, del amor inconmensurable, dolor, muerte, porque la vida es muerte, porque tenemos mujeres enterradas debajo (dice Gloria Anzaldúa) y en la violencia de ser mujeres madre, pasión, arrebato, duda, madres negras madres morenas madres blancas, que nos habita”. Andrea Fuentes Silva
Obra cabecera: Sin título (2019) Cathy Wilkes para 58th Bienal de Venecia Pabellón británico. Cortesía de INEXHIBIT
Converso con escritora, poeta y editora, Andrea Fuentes Silva (México, 1973), directora de Caja de Cerillos -Escrituras desde el Aliento- la cual maneja la escritura como herramienta combativa a través de dispositivos artístico-literarios. Su práctica pivota entre la poesía, artes visuales, pensamiento, feminismo e invención de libros. En sus redes tiene como statement If you are going through hell, keep going (si estás atravesando un infierno, sigue adelante).
Fuentes Silva, nos propone pensar el cuidado con cuidado, politizar las maternidades o trabajos maternos, cuestionar el sometimiento a la maternidad por el poder que tiene y rearmar todo el andamiaje identitario de lo que históricamente se asocia a lo femenino, aquí señalado como cuerpo-comunidad-feminino, desde la condición de no ser madres ante todo y antes de todo: “Desmontar la maternidad como eje de la identidad femenina implica repensar la identidad femenina en términos amplios y complejos no sólo en función de la decisión elección de ser o no madres (fundamental) sino de nuestra permanente o no condición de madres, de decidir no ser madres ante todo o antes que todo, y esa deconstrucción es igualmente un asunto nodal para la recuperación de los saberes de nuestros cuerpos-ideas porque atraviesan el deseo, y es a partir del deseo y sus aspiraciones que un poderoso lenguaje libre y articulado desde la entraña corporal y conceptual puede ser construido”.
Luisa- ¿Por qué has sentido la pulsión de armar un libro donde se conversa sobre maternidades desde pensadoras contemporáneas?, ¿estamos quizá en una transformación paradigmática sobre la dimensión política de lo que significa a nivel sistemático gestar y/o sostener?
Andrea- Es imprescindible impulsar esa transformación, que está sucediendo desde el ejercicio de las prácticas actuales de maternidad de las mujeres, en un poderoso gerundio que es trayecto de ruptura, de encuentro, de entendimiento, de creación. Creo que es un momento histórico en el cual estamos asomándonos, como si al borde del precipicio, a la reinvención total de la maternidad: hemos heredado costumbres, atravesado revoluciones (teóricas, experimentales) y las resistencias sociales a éstas, hemos discutido viejos y nuevos paradigmas y abierto, por haberlos recorrido, caminos que responden a nuestras propias narrativas: no nos bastan ya las modificaciones tangenciales (es decir, realmente no nos parecen suficientes) y estamos ensayando nuevas formas: desde el cuerpo consciente, desde una serie de principios ideológicos como resultado de una reflexión interior emanada de sensaciones, de lecturas, de insatisfacciones, de cuestionamientos.
Y esa política de la maternidad es en sí ya una nueva forma de pensar y hacer política; es un paso que desde el borde mira hacia abajo lo que no quiere y levanta el vuelo desde aquella orilla. La idea me vino así, cuando me descubrí escribiendo —esto es: pensando, reflexionando— no un diario sino la invención de un diario, que pretendía volcar para articular la complejísima experiencia de la maternidad que me ha atravesado y que no conoce referentes: una maternidad subversiva incluso a la subversión, es decir, a todo lo que sea dictado. Una maternidad, la mía propia, que no es una, sino muchas puesto que atraviesa por múltiples etapas y momentos, que es proceso y en la cual se hace espacio al dilema como un principio. Y entendí que eso que estaba pensando era en realidad justamente de la nueva práctica de la maternidad: la multiplicidad, el dilema (no una contradicción, sino un dilema), y que era imprescindible poner sobre la mesa mi voz y otras voces de mujeres con condiciones muy distintas de maternidad entre sí, para enfatizar que somos muchos tipos de madres también, que no hay una maternidad. Y porque hacerlas circular, salir a la calle para ser leídas, es politizarlas, e incidir precisamente en la idea de lo que significa gestar y sostener y la necesidad de una readjudicación de posibilidades. Sí, justo convoqué a pensadoras contemporáneas, madres trabajadoras que desde sus trincheras de la escritura, del arte, de la cultura están cuestionándose día a día su propio devenir e identidad. Me interesa pensar la relación de la maternidad y el feminismo desde estas voces reales que no siguen prácticas escritas o cerradas sino cambiantes y abiertas, que no se definen ante todo madres, que defienden el derecho a decidir ser madres y a no serlo, es decir, que no somos por deber, sino por elección, y cómo dialogamos en la vida cotidiana con la institución, como la describió Adrienne Rich, con la propia posibilidad de ser feministas.
Nota: la escritora, editora y activista, Gabriela Jauregui, y la que escribe, tenemos el gran honor de participar en este libro impulsado por Fuentes Silva con una conversación entre ambas.
Luisa- Es muy evidente que estamos encarnando procesos de maternidad donde somos muy sabedoras de que estos procesos atraviesan nuestras carnes, nuestras pieles, nuestros cuerpos. Estamos intentamos descodificar esta experiencia desde las herramientas epistémicas que nos ha proporcionado los sistemas falocéntricos, ¿no crees que la maternidad nos empuja a buscar otras epistemologías emancipatorias a partir de una fisicalidad del saber?, ¿es la maternidad una de las palancas que nos precipita a la recuperación del cuerpo como potencia, como lugar desde el que parten las potencias del ser, como lugar desde donde se impulsan los sentires emancipados?
¿Podríamos plantear que esta vuelta al cuerpo a través de la práctica materna -tan devaluada y denostada por el sistema neocolonial/patriarcal/extractivista- como estrategia que nos permite desmontar los anhelos, deseos y expectativas de una verga turbocapitalista enloquecida que nada tienen que ver con los deseos de los vivo, con las fuerzas de los cuerpos vivientes (Suely Rolnik), con las prioridades de-lo-vivo, con la centralidad política de las bionecesidades de los cuerpos, de todos los cuerpos, de todos los sures posibles?
¿Al aterrizar en la maternidad -o trabajo materno- se nos revela la expropiación general y sistémica que sufren nuestros sentires, nuestras carnes, nuestras pieles y nuestros cuerpos?
Tal como decía Adrienne Rich (Nacemos de mujer, 1976) «Sabía que luchaba por mi vida a través, contra y con las vidas de mis hijos […]. Intenté darme a luz a mí misma». Re-considerar lo reproductivo como lugar de potencia pero desde unos ejes totalmente diferentes a los que lo ubican como objeto-fetiche-mistificado bajo lógicas neofascistas o como actividad humana que refuerza los roles de género o aquellos que plantean la maternidad como destino o aquellos que le dan valor al trabajo materno desde un enfoque patriarcalizador mitificando a la “madre” como útero del Estado Nación, ¿podría ser la práctica de gestación y/o sostén una manera de alumbrarnos otra vez desde un lugar no adiestrado, no capitalizado por esas lógicas machocéntricas?
Andrea- El cuerpo, nuestras cuerpas, son un territorio mente-carne, no existen como masa independiente, se inventan a sí mismos, se repliegan o se exhiben entre su consistencia y los vapores y vacíos aparentes que envuelven y que son a la vez idea sentir pensamiento, es decir, su esencia porque otorgan sentido a la forma creada: volver a nuestras cuerpas es decidir nombrarlas, escucharles, entenderlas para entonces darles voz de otra manera.
El saber que emana de la maternidad como proceso físico (una revolución hormonal, una transformación, un acto de parir o de dar vida que es erupción volcánica y descubre abre y hace manifiesta una potencia creadora, un acto de alteración física, psicológica, una trasposición del universo conocido hacia la responsabilidad, elegida, de otro ser vivo) es tan fuerte, tan poderosa, que es temible. Es evidente porqué ha querido ser controlada, delimitada, encausada en términos de su sometimiento al devenir y la estructura falocentrista en la que residimos: reducida y encaminada a un papel que de ser todo poderoso (no porque pueda aguantar todo sino porque hay que tener toda la fuerza del mundo para maternar, es decir, se tiene esa fuerza, física o simbólicamente) nos convierte en cuerpos frágiles, dulces, “romantizados”, dominables. Eso, desde las prácticas más convencionales, más comunes.
Pero también, desde otras prácticas en teoría más liberadoras, nos convierten en cuerpos somatizados, enajenados, que necesitan ser productivos y desprenderse y destetar a sus crías para volver cuanto antes al sistema capitalista de generación de recursos, de éxitos, profesionales, económicos, intelectuales. La maternidad en uno u otro extremo queda reducida a un espacio concreto. El espacio dictaminado por una práctica patriarcal en el que todes participamos si no decidimos revocarlo. Y a menudo nos enganchamos en la oposición más que atravesar el dilema y subvertir, insisto, el dictado.
Habrá que preguntarse qué tanto las herramientas epistémicas han sido producidas o que tanto las entendemos desde ese mismo sistema y su enunciación, producto de deliberaciones y sesudas reflexiones y asociaciones teóricas y si no llegan a ser exangües, y si los lenguajes que necesitamos recuperar o reinventar tienen que provenir desde las más profunda oscuridad, cotidianidad, espiritualidad, búsqueda, insatisfacción, rabia, del amor inconmensurable, dolor, muerte, porque la vida es muerte, porque tenemos mujeres enterradas debajo (dice Gloria Anzaldúa) y en la violencia de ser mujeres madre, pasión, arrebato, duda, madres negras madres morenas madres blancas, que nos habita.
Pero revocar y emancipar depende también de las posibilidades, no sólo de la elección de hacerlo, y por eso la emancipación necesariamente es un acto colectivo, es una demanda política que coloca la experiencia al centro del nuevo paradigma para practicar una decodificación, en principio, de los falsos saberes asumidos. Emanciparse desde ahí, hablar de la sangre, de la mierda, del miedo, del poder, del cuerpo no estilizado sino retorcido y sujetándose en estertores del marco de la puerta y desnudo en una desnudez incosificable.
Pero más aún, de las limitaciones, de la inconsciente necesidad de jugar el papel en el patriarcado, del reconocimiento, del control. Por eso el gran asunto de la madre “perfecta” escritora, editora, pedagóga, feminista, activista, profesionista, publicante, académica, consciente, liberada, redimida, independiente, a cargo de todo y de todos, la madre pensada por los otros (Alessandra Bochetti). Ese sistema también elimina las maternidades colectivas en las prácticas de cuidado porque la revolución feminista como dice Despentes no ha dado lugar a ninguna reorganización con respecto al cuidado de los hijos (abuelos, tías, vecinos, comadres) y ese aspecto es también la realidad de la posibilidad de emancipación, llegar a “lo de las mujeres no es cosa de mujeres”, como dice Rivera Cusicanqui. Una responsabilidad de toda la comunidad. Volvemos así a la expropiación sistémica. ¿Qué tanto el nombrar implica un pensar y el pensar en el hacer?
El puente entre el conocimiento en tanto revelación de la necesidad de ruptura de nuestros roles ergo la necesidad de reconstrucción de las identidades que atraviesa el propio género, la cultura, las relaciones de afecto históricamente determinadas en tanto del mito materno se desprende una práctica de las relaciones que a menudo son defendidas a muerte si no se logra traspasar una serie de asunciones de reconocimiento y conciencia sobre nuestro lugar y sus determinaciones.
¿Cómo nos relacionamos con ese sistema, cómo estamos insertas y cómo lo abolimos, cómo lo disolvemos? Desmontar la maternidad como eje de la identidad femenina implica repensar la identidad femenina en términos amplios y complejos no sólo en función de la decisión elección de ser o no madres (fundamental) sino de nuestra permanente o no condición de madres, de decidir no ser madres ante todo o antes que todo, y esa deconstrucción es igualmente un asunto nodal para la recuperación de los saberes de nuestros cuerpos-ideas porque atraviesan el deseo, y es a partir del deseo y sus aspiraciones que un poderoso lenguaje libre y articulado desde la entraña corporal y conceptual puede ser construido. Resignificar, entonces, es entender nuestro propio significado, una vez expelidos los múltiples velos y pesos históricos. Realizarse. La traducción en inglés de realization puede ser un cumplimiento, pero es también comprensión y entendimiento.
Luisa- En ese complejo proceso de resignificar la identidad de nuestros cuerpos que devienen de ser cuerpos anclados en toda esa acumulación sociohistórica como cuerpo-comunidad-femenino, que devienen de tener “mujeres enterradas debajo” (Gloria Anzaldúa), debe des-identificar o des-asignar el trabajo materno (gestación y/o sostén) como rasgo estructural identitario, está claro, porque haciendo lo mismo no vamos a cambiar nada, pero la duda que te lanzo: Cuidar, cuidar de todos los cuerpos, ya sean animales-humanos, animales-no humanos o del cuerpo-viviente naturaleza es algo inherente a la continuidad de la vida, ¿cómo podríamos hacer esto?, ¿cómo podríamos integrar el cuidado de todos los cuerpos que necesitan el cuidado, que son todos los que conforman lo-vivo, en este proceso de re-significar nuestras identidades? Porque negar que necesitamos el cuidado para la continuidad de la vida es darle la razón al patriarcado, que nos exige que los cuerpos devaluados cuidemos, pero niega que el cuidado deba estar en el centro, como actividad humana prioritaria para alcanzar un buen sentir/vivir/estar desde los deseos de-lo-vivo para lo-vivo.
Andrea- Es hermoso lo que dices, el cuidado en la conformación de lo vivo, que es esencial efectivamente. Pero cuidar tiene múltiples interpretaciones, y cada cual efectúa y lleva a cabo la idea de cuidado con la que ha sido educada, o la idea de cuidado que descubre y decide elegir, o la idea de cuidado que su circunstancia, social, económica, sobre todo, le permiten. Por eso la palabra cuidado es una palabra delicada: cuidado con el cuidado. Creo que justamente el concepto del cuidado es una de las transformaciones que tenemos que efectuar para poder llevar a cabo esa des-asignación de “un” tipo de cuidado específico en la maternidad.
El cuidado que mi querida doña María en un pueblo de Xochitepec le da a su hija no es igual al cuidado que le da mi amiga Carmen en Barcelona a la suya: no hay mejor, sino cualidades de ese cuidado, ambas con ciertas limitantes y ambas con indiscutibles virtudes. La discusión, sin embargo, la revisión, la reflexión y el análisis son esenciales: lo que se ha logrado trascender y transformar en el camino, gracias a la discusión y al entendimiento, a veces ignora también otros caminos y otras reflexiones y quehaceres al erigir y moldear maternidades acordes a prospectos estereotipados.
Durante mucho tiempo, por ejemplo, desde el psicoanálisis se dijo que había que estar con los hijos hasta los tres años, y pienso en las madres que debemos trabajar, unas con peores condiciones que otras, para sostener a nuestros hijes con pocas posibilidades de llevarlo a cabo, a menos que se tenga un contexto económico, cualquiera que sea, que lo permita. Bajo esa lógica parecería que para cuidar bien a los hijos habría que tener entonces un estatus social… Aunque claro, esta situación contrasta también con una cierta práctica de la maternidad, como cuenta Marguerite Antoinnete Jeanne Marie Yourcernar en Recordatorios (por cierto, una bellísima diatriba poco citada sobre la maternidad, con esa pluma detonante y incisiva, descarnada de la Beauvoir) instaurada sobre todo y primero en Europa, desde donde recibimos la herencia colonial, donde las madres de la clase alta daban sus hijos a las nodrizas para que los amamantaran, cuidaran, se hicieran.
Esta es la historia a reconstruir también de la llamada civilización. Lo falsamente llamado progreso. O, atravesemos décadas (estoy dando sólo ejemplos disímiles): la fascinación que un hombre empujando un carrito de bebé genera, un padre dando mamila a su hija en una bucólica escena campirana bajo un árbol. ¿Qué significa el cuidado cuando nos sorprende y nos seduce tanto esta imagen porque es tan poco común? ¿Cuidad es ayudar o hacerse responsable? Porque del cuidado, asimismo, hay que seguir debatiendo y des-haciendo la peligrosa palabra ayuda.
Es decir, la deconstrucción sí es fundamental, pero hay numerosas aristas desde las cuales de-construir, como un fino telar enredado a desenredar o como un telar nuevo por tejer. Y es entre esas dos imágenes o acciones donde habita la red que es el cuidado, el amoroso cuidado de nuestra conciencia del presente y del porvenir, de nuestras voces, porque el telar es propio pero es público, es nuestro íntimamente y es de todas, todas las mujeres, y también de los hombres, de los padres que están implicándose desde su propia des-patriarcalización.
Y es esa amplia distancia y cercanía, el tejido que se expande y se encoge a la vez, la imbricación, donde debemos encarnar para reconocer y entender: no necesariamente en aras de buscar un discurso uniforme sino de abrazar las contradicciones, el dilema, para estar desde ese lugar, y ese es el lugar desde mi punto de vista donde se rompe el patriarcado, la lógica de la univocidad, la lógica excluyente, el antagonismo razón-sentimiento. Preservar, guardar, conservar, asistir, como una tarea de la tribu.
Por último, añadiré aquí uno de mis temas de investigación, que me parece imprescindible, que se desprende justamente de la maternidad y sus construcciones, dependiendo en buena medida depende de ella, pero que a la vez que la define y determina, y que es la familia. La re-significación de nuestras identidades no será posible si no practicamos una disección paralela al binomio maternidad-familia, porque la idea de cuidado asentada en esa otra institución que es preciso derribar en tanto sus constructos dogmáticos y las relaciones establecidas a partir de ellos, los vínculos de cuidado, precisamente. Y no estoy hablando sólo de familias diversas, que claro es esencial, sino de la que ya no debe ser llamada “disfuncionalidad” de las familias sino la nueva construcción de relaciones afectivas que pasan por afinidades, lazos amorosos, cotidianidad, espíritu, más allá de los parentescos sanguíneos. Esa otra transformación es imprescindible para integrar a los cuerpos y a su cuidado.
Luisa- En la pasada entrevista a la artista Andrea Francke, reveló algo que funciona internamente en todos los cuerpos que gestamos y/o sostenemos pero que está totalmente expulsado de la relaciones simbólicas con las maternidades: la relación maternidad/muerte. Francke citó esta maravillosa frase “It’s true what they say, that a baby gives you a reason to live. But also, a baby is a reason that it is not permissible to die. There are days when this does not feel good.” que funcionó como revulsivo entre muchas compañeras/colegas que me compartieron que habían tenido que negociar con sus ganas de morir, y con la muerte como posibilidad, antes de decidir ser cuerpos gestantes/sostenedores y cómo la muerte pivota alrededor de todo el trabajo materno. ¿Cual ha sido tu experiencia en relación a maternidad/muerte?
Andrea- Según recuerdo la frase es de Rivka Galchen y entiendo absolutamente porqué marcó a Francke: una de mis narraciones dentro del libro que estamos preparando sobre maternidades subversivas (ese estribillo entonado con maravillosa melodía por Llopis) tiene que ver justamente con el primer momento tras parir, un par de semanas después, donde me debatí no en una depresión postparto —término que ha logrado reducir y encajonar para hacerlas, me parece, bastante invisibles, todas las contradicciones, procesos y agitaciones profundas del convertirse en madre—, sino en una sentimiento profundo del miedo a morir, yo, a morir y perder a mi hija, a que ella me perdiera a mí como yo perdí a mi madre.
Darse cuenta en ese entender no entendiendo que decía San Juan de la Cruz, la revelación, pues, es un terremoto insonoro e invisible que nos derroca de la anterior constitución identitaria y nos arroja, si somos capaces de escucharle, de entregarnos, a una nueva ruta con nuevos mapas, latitudes y longitudes. La vida implica la muerte, en el sentido más consciente y de plena atención: dar vida es recordar que esa vida tendrá un fin, que nuestra propia vida tiene fin, que solemos vivir en la fantasía errática de olvidar esa verdad y vivimos como si fuésemos eternos (aunque quizá haya algo de inevitable y necesario en nuestro discurrir así): somos efímeros y el poderoso acto de hacerse madre nos recuerda con el cuerpo nuestro estar perenne. Pero en ese trayecto o espacio invisible pero absoluto radica la belleza, lo poderoso, la fuerza de nuestro habitar, también.
Luisa- Muchas gracias, Andrea.