«Igual que el neoliberalismo se testeó en Chile, el igualitarismo laboralista se testea en los países del Sur de Europa. Este igualitarismo, que nos quiere a todes produciendo y compitiendo en un mercado precario y sin soñar en demandar derechos que no emanen del empleo es el actual disfraz tras el que se esconde el patriarcapitalismo, el nuevo avatar del viejo patriarcado; un igualitarismo que como ya es evidente en los juicios por custodias, y en el supuesto derecho de los varones a reproducirse sin tener que entrar en relación con una mujer, hace ondear la bandera de la igualdad para mejor cosificar y explotar a las mujeres, y muy en especial a las madres» -Patricia Merino.

Obra cabecera: haunted_hunted (2014-2015) de Tania Willard que surgió de su diario de viaje a Kamloops a través de la Trans-Canada Highway para mostrar la destrucción de las Tierras de la Primera Nación Secwepemc (Shuswap). También recomendamos su proyecto Breastfeeding (Amamantamiento) Art Expo Community Art Project 15: Traditional Spirits (2017)

Segunda parte de la conversación con la pensadora feminista, activista y teórica, Patricia Merino (Bilbao, 1961), autora de Maternidad, igualdad y fraternidad. Las madres como sujeto político en las sociedades poslaborales (Clave Intelectual, 2017) y fundadora de la plataforma de madres feministas PETRA para la ampliación de los permisos transferibles.

El trabajo de Merino cuestiona el igualitarismo laboralista implementado en el Estado-Español por el Feminismo de la Igualdad, señalando el cuerpo materno como lugar devaluado, históricamente, y que continúa siéndolo bajo unas políticas que nos exigen ser cuerpos-asalariados para legitimarnos como cuerpos políticos (negando el valor matriz del trabajo materno). Olvidando la potencia, riqueza e indispensabilidad, en términos productivos, de los cuerpos que asumen los trabajos de gestación y sostén; activando la pregunta que lanzó Silvia Federici (página 169) en Reproducción en punto cero. Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas (Traficantes de sueños, 2018. Segunda edición. Disponible en PDF por Creative Commons): ¿Por qué Marx obvió el trabajo reproductivo de las mujeres de una manera tan persistente? ¿Por qué, por poner un ejemplo, no se preguntó qué procesos de transformación deben sufrir las materias primas implicadas en el proceso de reproducción de la fuerza de trabajo para que su valor sea transferido a sus productos (como sí hizo en el caso de otras mercancía)?

Luisa- Como experta sabedora de los marcos europeos legales en relación a las políticas que tratan las necesidades de los cuerpos gestantes y/o sostenedores y sobre la centralidad de los derechos -o bioderechos o bionecesidades- de las criaturas, cuéntame, por favor, cuales podrían ser las medidas de implantación en España, ya puestas en marcha en otros países, para salir de la orfandad político/pública en la que sostenemos a las criaturas y con ello dinamitar dos grandes narraciones sostenidas por el Feminismo de la Igualdad: por un lado, la que nos dice, sistemáticamente, que apoyar al sostén monetariamente por parte de las arcas públicas es maternalista y refuerza los roles de género (lógica devaluadora/negadora de lo reproductivo como matriz generadora de las fuerzas de trabajo) y por otro lado, esta creencia, muy reforzadas por las corrientes neofascistas, donde la estructura de apoyo en la crianza/gestación viene del sistema familiarista (dejando toda la vertebración de tal actividad humana y su correspondiente responsabilidad pública al arbitrio de los vínculos sanguíneos, al tuntún de tramas emocionales marcadas por una fuerte herencia patriarcal). Patricia, ¿verdad que podemos armar de manera sencilla un futurible (¡ya posible!) sistema que apoye/vertebre a uno de los trabajos más fuertes que hacen los cuerpos que dicen gestar y/sostener?

Patricia- Bueno, sencillo no va a ser, porque todo lo que sea dar a la maternidad un reconocimiento sociopolítico verdadero –no paternalistas palmaditas en la espalda o mistificaciones para encubrir la desposesión– es minar el patriarcado, y sabemos que eso no es algo que se logre fácilmente. El patriarcado nace para que los varones se apropien de las maternidades de las mujeres. Se construye a lo largo de miles de años en torno a la figura del padre y la filiación paterna, y se articula mediante normas matrimoniales.


Creo que la mejor manera de comenzar a orientarnos hacia ese reconocimiento de la maternidad en este momento es defender y demandar medidas políticas y prestaciones que dignifiquen la maternidad. En nuestras sociedades capitalistas para tener dignidad es necesario tener recursos y derechos. Obviamente, el patriarcado consiste precisamente en eso, en negar reconocimiento, recursos y derechos a la maternidad. Por eso es importante que los derechos y las prestaciones que los regímenes socialdemócratas en su día concedieron a las madres, a la infancia y a la crianza, se defiendan del desmantelamiento neoliberal; y en aquellos países como España donde esas políticas nunca llegaron, se introduzcan.

Para acercarnos a la situación que tienen nuestras vecinas europeas de los países con mejores políticas para la crianza, necesitamos unas licencias remuneradas largas y transferibles, a poder ser de un año. También necesitamos urgentemente unas transferencias monetarias universales por hije a cargo como las existentes en la gran mayoría de países europeos para reducir la pobreza infantil (una prestación que se asigna mensualmente a cada niña o niño del país hasta que cumplen los 18 y que en muchos países supera los 100 euros). En España hay una prestación que solo cubre a las familias más necesitadas (el límite de ingresos para una familia de cuatro es de 12.313 euros anuales) y recientemente el gobierno de Sánchez subió la cuantía de la prestación de 24 euros mensuales ¡¡a 28!!


La lacra de la pobreza infantil está relacionada con el hecho de que España es uno de los países “desarrollados” con mayor desigualdad y polarización social. Esta desigualdad se articula en un mercado laboral débil y dual, y a través de unas políticas fiscales y de protección social que son antiredistributivas, y en lo que toca a la infancia resulta escandaloso ver que no solo no redistribuyen sino que son regresivas, es decir, el Estado español invierte más presupuesto en las niñas y niños que más tienen y menos en quienes menos tienen. Esta perversidad caracteriza a los países del Sur de Europa en los que la sinergia existente entre neoliberalismo y familiarismo, ha producido un fuerte efecto precarizador y penalizador de la maternidad y la crianza, que es especialmente virulento para las madres que no conforman una familia biparental normativa.


Las políticas para crianza por si solas nunca van a ser suficientes para corregir los desequilibrios del sistema, pero por el hecho de ser medidas que introducen una lógica diferente de la que rige en el sistema capital/empleo creo que son un buen punto de partida para empezar a construir algo nuevo. A diferencia de lo que el feminismo hegemónico ha venido defendiendo, las políticas que respetan los criterios del sistema capital/empleo no pueden traer verdadera igualdad en un sistema -el capitalismo- cuyo ADN es patriarcal.

Los recientemente aprobados permisos iguales e intransferibles son también una política que respeta religiosamente la lógica del empleo/capital. De hecho su diseño se basa en el dogma neoliberal que establece que solo la participación en el empleo formal puede ser fuente de derechos y recursos, y que solo ese trabajo humano categorizado como empleo es una aportación social digna de ser tenida en cuenta, mientras que procrear nuevas ciudadanes no lo es. Hay quien celebra los permisos iguales e intransferibles como una medida que permite prolongar el tiempo de cuidados de las criaturas en casa.

En primer lugar sabemos que una proporción grande de padres va a limitarse a coger la parte obligatoria de 6 semanas (como siempre, sólo funcionarios y algunos otros privilegiados tomarán el permiso paterno completo) por lo que muchas criaturas seguirán sin disponer de cuidados parentales después de los 4 meses. Pero lo grave es que la situación para las madres no ha cambiado en absoluto: las madres españolas seguirán con sus 16 semanas de permiso congeladas desde hace 30 años, y las criaturas, por ley, deberán prescindir de los cuidados maternos a los 4 meses; a no ser que el nivel socioeconómico de la madre le permita financiarse una excedencia. Los permisos iguales e intransferibles no dignifican la maternidad, de hecho, la operativa de esta medida acata al 100% la prescripción patriarcal de invisibilización, banalización, minoración y no reconocimiento de la maternidad.

A menudo me pregunto si la introducción de estos permisos en España, únicos en todo el mundo no es parte de una operación política de mayor envergadura. Ya cuando Islandia introdujo sus permisos intransferibles (allí las madres disponen de sus 3 meses intransferibles y de 4 transferibles), el ministro de Asuntos Sociales mencionó presiones de la UE y de las Naciones Unidas para aprobarlos (1). Está bien claro que el neoliberalismo tardío apuesta por un igualitarismo laboralista (2), y por la eliminación de la maternidad como hecho diferencial.

La nueva directriz de la UE acordada el pasado enero por la Comisión, el Consejo y el Parlamento marca indudablemente en esa dirección: instituye el derecho de los padres a 4 meses de permiso de los cuales 2 deberán ser intransferibles. Aquí es preciso recordar que hubo otra directriz europea que no tuvo tanta fortuna: en 2010 el Parlamento Europeo aprobó una propuesta en la que se demandaba como norma comunitaria un mínimo de 20 semanas de permiso de maternidad remunerado para todas las mujeres europeas, y al menos 2 semanas de permiso de paternidad. Esta propuesta fue bloqueada por el Consejo Europeo durante 4 años, y finalmente fue rechazada por la Comisión. Cuando la norma apuntaba a un reconocimiento de la maternidad, el poder europeo no la toleró, sin embargo, cuando la intención es otorgar más derechos a los padres e ignorar la especificidad de la maternidad la directriz atraviesa todos los canales políticos.

Quiero que todas las mujeres puedan realizar su potencial y que todos los hombres puedan asumir responsabilidades en el cuidado. Pero solo podemos hacerlo si creamos verdaderas oportunidades de igualdad para que sea posible elegir (3), esta frase llena de medias verdades de Marianne Thyssen, comisaria de Trabajo y Asuntos Sociales, resume el ya perfectamente implantado y naturalizado pensamiento del igualitarismo laboralista hegemónico. Un igualitarismo que mediante la negación logra la definitiva apropiación patriarcal de la maternidad. Ya no es solo a través de la filiación paterna y de las leyes matrimoniales: después del patriarcado subyugador de madres, se perfila un patriarcado cool, que convierte la reproducción humana en una banalidad engarzada en el proceso productivo capitalista, y que completa y perfecciona la total alienación de la maternidad.


La aprobación de los permisos iguales e intransferibles en España no está desvinculada de la también reciente introducción de unos permisos parentales igualitarios en Portugal. En la ley portuguesa, el permiso materno desaparece y pasa a llamarse “Permiso Parental Inicial”, y la parte asignada al padre es, en proporción al exiguo permiso disponible para la madre, enorme.


Me pregunto si los países del Sur, después de Islandia, no estamos siendo los conejillos de indias para testear este nuevo modelo social promovido desde Bruselas de ciudadanes trabajadores asexuades sin cuerpos que interfieran en el buen funcionamiento del capitalismo tardío. Los países en los márgenes, precarizados, y en donde el debate político se reduce a cuestiones salariales e identitarias son buenos laboratorios sociales para poner a prueba grandes innovaciones sociales orquestadas desde el poder. Igual que el neoliberalismo se testeó en Chile, el igualitarismo laboralista se testea en los países del sur de Europa. Este igualitarismo, que nos quiere a todes produciendo y compitiendo en un mercado precario y sin soñar en demandar derechos que no emanen del empleo es el actual disfraz tras el que se esconde el patriarcapitalismo (4), el nuevo avatar del viejo patriarcado; un igualitarismo que como ya es evidente en los juicios por custodias, y en el supuesto derecho de los varones a reproducirse sin tener que entrar en relación con una mujer, hace ondear la bandera de la igualdad para mejor cosificar y explotar a las mujeres, y muy en especial a las madres. Si Bruselas lleva décadas construyendo igualdad y propagando el pensamiento igualitarista laboralista, y si en España todo el espectro político acogió con entusiasmo los permisos iguales e intransferibles, es por algo, y ese algo no es un ansia de justicia social ni un compromiso con el fin del patriarcado.


Luisa- En la pasada entrevista a la artista Andrea Francke puso en circulación algo que funciona internamente en todos los cuerpos que gestamos y/o sostenemos pero que está totalmente expulsado de la relaciones simbólicas con las maternidades o trabajos maternos: la relación maternidad/muerte. Francke citó esta maravillosa frase de Rivka Galchen It’s true what they say, that a baby gives you a reason to live. But also, a baby is a reason that it is not permissible to die. There are days when this does not feel good que funcionó como revulsivo entre muchas compañeras/colegas que me compartieron que habían tenido que negociar con sus ganas de morir, y con la muerte como posibilidad, antes de decidir ser cuerpos gestantes/sostenedores y también reconocieron cómo la muerte pivota alrededor de todo el trabajo materno. ¿Cual ha sido tu experiencia en relación a maternidad/muerte?


Patricia- Sí, traer al mundo una criatura te da un motivo para vivir, y también es un compromiso irrevocable con la vida de otra persona, y eso es exigente. Creo que en las sociedades afluentes del norte global estamos poco acostumbrades a ese tipo de exigencias vital-moral-afectivas sin retorno. Las evasiones, derivaciones y abstracciones en las que antes podías habitar se hacen impracticables cuando estás comprometida en la crianza.

La experiencia de la maternidad nos coloca a las mujeres en un lugar –creo que en psicología se habla de transparencia psíquica, en el que es fácil sentir de un modo no racional la contigüidad que hay entre la vida y la muerte. La idea de que el embarazo, el parto y el puerperio son estados liminales, experiencias fuera de la normalidad social en las que las mujeres tienen un contacto mucho más intenso con fuerzas naturales y sobrenaturales está presente en culturas sin escritura de todo el planeta. Son estados que se consideran peligrosos para la sociedad, por lo que las mujeres deben ser apartadas de ella. Entre los Hova de Madagascar se considera que las embarazadas están “muertas“ y después del parto les felicitan por resucitar, y en el antiguo Egipto parece que también existía una concepción parecida durante el periodo de reclusión del embarazo y el puerperio en los templos–cabaña.

Marina Garcés dice que nuestro tiempo es el de la “condición póstuma”: ya hemos admitido el fin de la historia, el fin de las certezas (…) atisbamos el fin de los recursos; un tiempo del «hasta cuando» en el que la muerte no es solo eso que vendrá, sino una conciencia de la insostenibilidad que colorea nuestra experiencia. Frente a esa “condición póstuma” la maternidad es una afirmación del principio, de la posibilidad de regenerar y sostener. Creo que para muchas mujeres la maternidad ha sido una manera de conjurar el cinismo de la postmodernidad y el nihilismo propio de la “condición póstuma”. Para mí desde luego hubo algo de eso. La maternidad conjura el nihilismo y te conecta con todo aquello que la ideología del capitalismo tardío proscribe: el cuerpo materno, la diferencia sexual, la vulnerabilidad, la sensibilidad y el tiempo lento e “improductivo”.

Afirmar la vida trayendo criaturas al mundo en los tiempos que corren quizá no sea un acto muy racional. Habrá incluso quien diga que es egoísta e irresponsable. Pero la procreación como afirmación de la vida posiblemente siempre ha tenido algo de temerario. Si fuéramos sensatas y racionales no procrearíamos. Sin embargo cada vez más mujeres somos madre de un modo insumiso y subversivo. Y eso es valiente. Esto me hace pensar en el famoso pasaje de Beauvoir en el que habla de la paradoja de que las sociedades otorguen estatus y reconocimiento a quien es capaz de quitar la vida y no a quien es capaz de darla. La valentía como atributo masculino está conectada con la muerte, mientras que la valentía típica de las mujeres está conectada con la vida, y de modo característico con la defensa de la vida de las criaturas por parte de sus madres. La muerte, la potestad de darla, ha sido históricamente el medio definitivo de afirmar su poder para los hombres, y la guerra, el modo de ejercitar su «valentía».

El sistema patriarcapitalista conoce la valentía de las mujeres, por ejemplo la de las migrantes que cruzan mares para trabajar en otro país y procurar un futuro mejor a sus hijas, y por eso ha creado un sistema que desprecia los cuidados y niega recursos y reconocimiento a las madres, para mayor acumulación y gloria de los logros masculinos. Beauvoir entendió las claves del patriarcado, pero se confundió en cuanto al modo idóneo para neutralizarlo. No tenemos que convertirnos en temibles guerreras ni igualar a los hombres en sus competencias destructivas y usurpadoras. Tenemos que desvelar las infinitas falacias del patriarcapitalismo y decir que ya es hora que cambiemos los criterios y comencemos a atribuir estatus y reconocimiento a quienes dan la vida y la cuidan, y no a quienes la usurpan y la explotan.

Luisa- Muchas gracias, querida Patricia.