¿Cómo estamos asumiendo los trabajos maternos durante esta alteración vírica donde vivimos (encuerpadamente) cómo se van endureciendo las condiciones psicosociales y logísticas (que ya eran insuficientes) en las que asumimos las crianzas? Responden Natalia Iguiñiz (Lima), Sarah Babiker (Madrid) y Luisa Fuentes Guaza (Murcia/Madrid).
Obra cabecera: Mater (2020) Laura Fong Prosper. Ongoing artistic research.
¿Cuales son las condiciones en las que estamos cuidando y criando en esta nueva era vital vírica? ¿Alguien del poder sabe el endurecimiento al que nos estamos viendo sometidos los cuerpos maternos durante este desierto social vírico incompatible con las necesidades básicas de los trabajos maternos?
¿Cómo vamos a asumir de manera continuada los trabajos maternos desde estas nuevas coordenadas víricas si ya partíamos de un escenario de devaluación constante y negación donde las soluciones partían (y siguen partiendo) de un brujeleo/malabarismo autogestionado (desde la profunda inventiva política) que posibilitaba toda una estructura o equilibrismo psicologísticosocial para sostener nuestras crianzas ante la inexistencia de un sistema de distribución de cuidados público, ante la inexistencia de prestaciones, ante la inexistencia de un sistema laboral no-machoadaptado que incluya las necesidades de las crianzas y de los cuerpos que las asumen?
¿Sin este andamiaje psicosocial autogestionado donde nos va situar este nuevo escenario vital vírico a los cuerpos que asumimos los trabajos maternos? ¿Estamos ante una nueva esclavitud contemporánea?
Teniendo en cuenta que el 84% del cuidado lo asumen cuerpos mujeres y aproximadamente la mitad de los cuerpos mujeres que asumen los trabajos maternos los sostienen con todo en contra. Sin otro salario. Sin ayuda estatal. Ni prestaciones por criatura a cargo (cosa que si pasa en la Europa del Bienestar), y además siendo conscientes -aunque muchas no tengan estudios superiores ni sean urbanitas saben como funciona la historia- que el trabajo que asumen, el que hace posible la continuidad de la vida de toda su unidad familiar y de personas dependientes a ellas, intensifica relaciones familiares de dependencia, abusos varios y manejos extraños de lo emocional sujetos al poder económico. Es decir, asumen un trabajo que lleva soterrado mucho lío logístico-emocional. Además ven que se destinan (si es que algún día llega) un Ingreso Mínimo Vital para mitigar la violencia económica en hogares jodidos por este sistema expropiador/depredador, pero que su práctica diaria (su trabajo de logístico espacio doméstico, psicoafectivo y logística familiar exterior) no recibe ni un euro, ni un peso, ni un dólar.
Responde, Natalia Iguiñiz, activista, artista y docente. Aquí, publicado en MNCARS, podéis ampliar info sobre su potente y comprometida práctica artístico/activista. Ambas conversamos en Esculpir la rabia para politizar los malestares dentro de la muestra ¿Cómo continuar? curada por Violeta Janeiro en CCE Lima.
Cada día se me hace más evidente la misoginia y específicamente el odio hacia las madres que expresa nuestra situación. Un odio disfrazado de flores y endulzado con pasteles y galletas en forma de corazones. No nos perdonan nuestro poder.
Como madre me hablan del amor y yo hablo de odio ¿Por qué? Pues porque no puedo entender como se puede pretender que una sola persona se ocupe de todo lo que hemos ido metiendo en el cajón de sastre en el que se ha convertido la maternidad. No puedo entender que nos hallamos coludido con esa idea y no dejo de pensar en todas la expectativas de sacrificio y abnegación (esto es literal y esta en todo tipo de tratados, textos, publicidad, arte, cine, etc) que cargamos culpándonos de no hacerlo más felices.
No he escuchado a nadie hablar públicamente del trabajo esencial que los cuidados suponen triplicados en la pandemia. Somos mas invisibles que nunca. Se necesita un me too de las madres. Del infinito de excusas para que nadie más se encargue de los cuidados: que la pandemia, que la crisis, que por los hijes, que lo hacemos mejor, que nos corresponde… y seguimos asumiendo y asumiendo la reproducción y el cuidado de la vida… vidas que este sistema patriarcal-capitalista no pone en el centro, sino justamente como lo último de lo que debemos preocuparnos porque ya tenemos a la mitad de la población haciéndolo gratis y por amor.
La maternidad que por miles de años fue celebrada y colectiva, ha ido siendo secuestrada -en los últimos entre seis mil y mil quinientos años dependiendo del contexto- convirtiéndose en una práctica obligada para algunas (ejemplos: aborto ilegal o ecuación mujer igual madre) y negada para otras (ejemplos: esterilizaciones forzadas, pobreza extrema, madres migrantes). Pero es mas claramente desde la “modernidad” occidental colonial y capitalista, bien sustentada por los filósofos románticos y la ideología de los Estados nacionales, que se perfiló la forma aislada, abnegada, heteronormativa y todolopuede de las madres.
Primero fueron palabras como deber y hoy nos sentimos mal si no nace de nuestras entrañas y psiquis un deseo irrefrenable de cuidar a toda hora. Las cuidadoras “dejamos” a nuestras crías cuando no estamos con ellas porque hemos ido llegando a la perversa idea de que somos las primeras y únicas responsables de su bienestar. El padre, la familia, lxs amigxs, el barrio, el municipio, el país, los tratados internacionales hacen lo que pueden. Pero nosotras hacemos, por lo general, el doble o triple de lo que podemos. Esa brecha nos enferma, vulnerabiliza y empobrece.
No sólo son las tareas de cuidado domésticas, emocionales, físicas, educativas, recreativas, etc… en si mismas como tiempo real, sino como todo eso puebla tu mente en todo momento. Desde que tuve a mis hijes, les tengo siempre presentes: donde están, que hacen, que comen, que sienten, que necesitan, que necesitarán… y si bien podría tratar de salir de esa colonización de mi psiquis, lo cierto es que si miro a los costados no encuentro con quien compartir la demanda constante que a todo nivel implica criar. Pero además la maternidad implica una vigilancia social constante y pobre de ti si te equivocas. No dejo de sorprenderme de todo lo que perdonamos a los padres y lo inclementes que somos con las madres, estamos observadas permanentemente y salirnos del rol nos deshumaniza y somos madres desnaturalizadas.
Todo esto se ha multiplicado con la pandemia: más trabajo, menos recursos. Las familias monoparentales, como la mía, han perdido sus redes de apoyo familiares, vecinales, amicales… y si en la ciudades ya estábamos bastante aisladas en la crianza, ahora estamos más solas que nunca y encerradas a nuestra suerte con nuestras crías. Poder mantener la cordura y el bienestar básico esta cuesta arriba, aún en casos de muchos privilegios como en mío.
En el Perú la desigualdad laboral, que a duras penas había disminuido en la última década, se ha acrecentado. Las mujeres que ya dedicábamos en América Latina y el Caribe tres veces más de tiempo a las tareas de cuidado, hemos triplicado nuestro trabajo doméstico pero perdido parte o la totalidad de nuestros ingresos, en mayor porcentaje a los varones. Corremos el riesgo de retroceder décadas en nuestra presencia en lo público, en nuestra libertad y autonomía. Las sociedades en crisis se hacen más violentas y las violencias ya existentes contra nosotras se exacerban. Apropiarnos de nuestras maternidades implica colectivizar y desfeminizar el cuidado. Los comedores populares u ollas comunes se han multiplicado en la pandemia, pero siguen siendo tareas feminizadas. Muchas regresan a casa de sus padres y madres, conviven con sus agresores o como en mi caso, asumen el tiempo de crianza del padre.
No todo es malo.
Los feminismos, con todos los cuestionamientos que podemos hacerles, me acompañan, verbalizan y le dan contexto a lo que vivo, y aunque aún no se logra despatriarcalizar, como dice María Galindo, este mundo, ni yo logró repartir las responsabilidades de la crianza más equitativamente, ni logró trabajar en mi profesión, ni logró terminar la tesis, ni cuidar de mi salud como debiera, ni logro salir de casa sin una sofisticada logística, ni logro bañarme cada día y me lleno de rabia… En los últimos años me siento más acompañada en ella… Algo esta cambiando porque podemos dejar evidencia de las infamias que se justifican en nombre del amor y la responsabilidad materna. Regresaran las marchas, plantones, acciones públicas y no nos quedaremos en las casas calladas. Vamos firmes posicionando políticamente nuestras exigencias y condiciones. El odio no nos robará nuestras diversas y gozosas formas de maternar, aunque aún debamos luchar por ello.
Responde, Sarah Babiker, juntaletras feminista y periodista en El Salto Diario: ¿Cuáles son las condiciones en las que estamos criando durante esta alteración vírica?
Nerviosas, estamos cuidando muy nerviosas, en un estado alterado que nos convierte un poco en animalillos, intentando poner orden en el caos, cuadrar el círculo, leer este galimatías buscando lógicas y caminos, en un bombardeo constante de estímulos: las noticias, los protocolos de seguridad del cole, el cambiante BOE, cargos políticos, jefes y jefas de las distintas administraciones hablando y hablando y hablando, una retahíla continua en la que no se distingue ninguna luz. No nos llega el paraguas para cubrirnos a nosotras mismas de este chaparrón constante de mensajes, y deberes, y sentires propios y ajenos y angustias socializadas pero no expresadas, como para alcanzar a cubrir las pieles en construcción y porosas de nuestras crías. Somos una generación sin manual de instrucciones ante la fase histórica que se viene, balbuceamos lejos del papel de impermeable refugio y guía coraje que consumimos en películas y leyendas. Nuestras hijas nos ven insomnes, preocupadas, ridículas, superadas, no hay pedestal desde el que iluminarlas. Y siento que es en este empate vital donde podemos generar un espacio de encuentro, de impregnamiento mutuo de mieditos, guiar temblando, contar el mundo sin obviar ni una de las preguntas que nos hacemos. Quién sabe si en su sentido común sin erosionar por lo hegemónico hay más respuestas posibles que nuestros balbuceos en busca de estrategias. Quién sabe si lo que estamos necesitando no es leer a sesudos intelectuales ni pensadoras analíticas sino entregarnos colectivamente a la rabieta que nos merecemos. Quizás en lugar de intentar mantener el tipo solo nos reste la pataleta, una pataleta a la altura de nuestro enfado con esta vida insostenible, una pataleta revolucionaria. Mantener la cabeza fría, ser razonable y cívica quizás sea la peor forma ahora mismo de buscar una salida.
Cuidar sigue siendo algo invisible, tan invisible que hay gente seria y universitaria que te dice que puedes teletrabajar con peques en casa sin que le de la risa. Las que estamos en esto, que bueno, cada cual está un poco a su forma, hemos compartido sin estar juntas un camino que fue como un túnel: el del confinamiento con nuestros hijos. Entre nosotras nos contamos cómo era la consistencia de ese cansancio jamás antes vivido que te aplastaba contra la cama como una bestia cuando intentabas arrancar un día más de madrugada, antes de que las criaturas despertasen. La lucha titánica contra el desorden, una derrota garantizada ante el eterno desparrame del caos. La cabeza tan llena de cosas: tareas, deberes, deberes, tareas, responsabilidades, cuerpos que cuidar cerquita, vínculos que mantener en la distancia, una normalidad que generar, y afuera siempre la amenaza de que las cosas, el tejido, la torre de bloques precariamente construida no aguantase más y de un momento a otro encontrarse una vez superada, desgarrada, sufriendo heridas demasiado grandes para una guerra tan pequeña.
Con la lengua afuera, solo que la mascarilla nos la tapa. Yo personalmente no estoy cuidando bien de nada, ni de mis hijas, ni de mi misma, ni de la casa, ni de mis gatas (se me ha escapado una) ni del resto de mi familia, ni de mis amigas más vulnerables, ni de mi barrio. Siento un tsunami de necesidades de afecto, de requerimientos no manifiestos de compañía y contención que me paraliza. Soy como una soldada de la inercia siguiendo un ritmo marcial hacia ninguna parte mientras miro a mi alrededor a todos aquellos que descuido, a mis amadas enanas, consciente de sus necesidades y mis limite, incapaz de no seguir marchando. Trabajo, requerimientos externos de mascarilleo y otras disciplinas alienantes, pugnas de discurso e ideología, acudo a todas las batallas dejándome atrás a la familia, y a veces creo que si no fuera una madre, cáncer ascendente cáncer, sería un padre de esos que tira millas avalado por la sociedad.
Responde, Luisa Fuentes Guaza, coordinadora grupo de estudios sobre maternidades o trabajos maternos en departamento de Actividades Públicas MNCARS: ¿Alguien del poder sabe el endurecimiento al que nos estamos viendo sometidos los cuerpos maternos durante este totalitarismo incompatible con las necesidades básicas de los trabajos maternos?
Me asalta constantemente la duda, mientras asumo los distintos trabajos infinitos, sin tregua, que se acumulan en mi día a día (trabajo logístico familiar, trabajo de sostén psicoafectivo de menores a cargo, trabajo intelectual, trabajo productivo, trabajo logística espacio doméstico, etc), ¿cómo vamos a asumir de manera continuada los trabajos maternos desde estas nuevas coordenadas víricas si ya partíamos de un escenario de devaluación constante y negación donde las soluciones partían (y siguen partiendo) de un brujeleo/malabarismo (desde la profunda inventiva política) que posibilitaba toda una estructura o equilibrismo psicologísticosocial de sostén armando para sostener nuestras crianzas ante la inexistencia de un sistema de distribución de cuidados público, ante la inexistencia de prestaciones, ante la inexistencia de un sistema laboral no-machoadaptado que incluya las necesidades de las crianzas y de los cuerpos que las asumen? ¿sin este andamiaje psicosocial autogestionado donde nos va situar este nuevo escenario vital vírico a los cuerpos que asumimos los trabajos maternos? ¿estamos ante una nueva esclavitud contemporánea?
Estando totalmente fuera de terraplanismos y negaciones turboliberales lo que percibo es que el manejo de toda esta alternación vírica se está haciendo desde soluciones machomacroproyectadas con vocación universalista que no reconocen todo el trabajo que hay detrás del mantenimiento de la vida, de nuestras vidas, de las vidas de todos los cuerpos que dependen de nuestros cuerpos cansados-imperfectos-enfermos-agotados-extenuados-limitados-diversos-neurodivergentes. No se prioriza en pensar estrategias más complejas y desarrolladas para que el desarrollo del trabajo de los cuidados o trabajos de sostén se pueda asumir en condiciones dignas durante este lío sanitario.
Me cansa sentir esa continua demanda atencional por parte de todo el aparataje de enunciación del paterestado. Será porque he crecido con un paterfamilias autoritario, nada negociador, que me sometía a un tipo de servidumbre atencional la cual me obligaba a doblegarme dentro de su propio sistema de creencias y como consecuencia sufría un fuerte desgaste psicoenergético al tener que encajar mis posibilidad de ser, mis propias expectativas vitales en ese esquema opresor doméstico dictatorial, donde siempre era consciente de la pérdida de posibilidades, del derrame energético, de todo lo que se perdía de mí cada día, de cómo se disolvían todas las alternativas que intentaba articular en el quehacer diario de mi propio asunto vital para abrir nuevas posibilidades de ser, hacer y proyectar. Mucho ruido que manejar, para luego tener un espacio vital propio estrecho, exiguo y puesto en cuestión por su naturaleza dudosa (al ser algo generado desde un lugar propio no-colonizado por esa brutal patriarcalización doméstica).
Algo muy similar siento en todo este manejo por parte del paterestado con ese sesgo de universalizar las necesidades y prioridades de los cuerpos, como cuerpos que no van morir, como cuerpos que no están enfermos, cuerpos que no están reventados después de todo el proceso de gestación y puerperio y confinamiento, cuerpos que están siempre ready para los automatismos asalariados, cuerpos que no sufren la continua devaluación de sus decisiones, de sus trabajos, de sus proyecciones no-coloniazadas, no-normativas (como modos de organización vital no blanqueocentrada, no turbomediocrizada por esas ansias locas de acumulación de capital), cuerpos que no menstrúan como diría la lúcida y potente compa, Erika Irusta, cuerpos que siempre tiene la despensa pscioenergéntica nivel alto por ese adoctrinamiento positivista conductual de rendimiento/bienestar.
Me pasa que estoy ya agotada de tener que dedicarle tanta atención a este manejo vírico, que nos demanda poner el foco constante en él mismo, cuando ha sido su propio sistema de creencias el que ha generado este sindios, al estar profundamente conectado con la destrucción de ecosistemas, con los monocultivos intensivos, con la ganadería vejatoria intensiva y con la fabricación continua de decisiones expropiatorias sobre todo lo que se le pone por delante. Me cansa tener que prestarle tanta atención ahora, la verdad, con esta crisis sanitaria. Me dan ganas de decir, cállate ya, por favor. Todo entendido. Tenemos un problema escala heavy, pero igual estaría bien recordar a Audre Lorde, aquello de que si seguimos en el sistema de falocreencias y turboexpectaticas expropiatorias del paterestado no vamos a salir de esta.
Salir de esta neoesclavitud atencional constante que se ha establecido por parte de todo el aparato de enunciación del poder donde se nos aturde diciendo que están velando por unos intereses que no son los nuestros, unos intereses ajenos que quieren forzadamente universalizar, exigiéndonos lealtad. Estoy cansada de verme obligada a prestación atención a estructuras de poder que no me representan, ni me respetan.
Igual la onda va más en proyectar nuevas soluciones políticas a partir de nuestros cuerpos, para nuestros cuerpos. Nuevas soluciones políticas no desde macho-resortes bélicos, no desde esa ficción de universalidad de cuerpos que no cuidan ni han cuidado nunca. Soluciones que resuelvan la pérdida de derechos fundamentales que estamos viviendo en diálogo con las restricciones y medidas sanitarias necesarias para la mitigación de esta crisis sanitaria. Entrar a saco a resolver, pensar entre las cabezas a las que se le paga por pensar en soluciones desde las arcas públicas, en cómo resolvemos la pobreza psicofectiva (condición esencial para el desarrollo de los trabajos cuidados) en la que estamos entrando, entrando y entrando sin freno. Pobreza que hace que el desarrollo de los trabajos maternos de sostener a otros cuerpos se torne insoportable, inllevable, de no posible sostenimiento a largo y corto en condiciones de buen vivir, porque esto no va de estar sorteando la necropolítica constante en la que vivimos sino de establecer estrategias públicas y domésticas para vertebrar la vida, desde y para la vida, y sus verdaderas necesidades.